La Furia del Umbral
El eco de los gritos de Kora en el callejón aún resonaba en sus oídos mientras la nave de asalto ascendía silenciosamente hacia el Umbral. Había arrastrado (o supervisado el arrastre de) Vider y Zairon, aún inconscientes, de regreso. Zack y Dax, pálidos de terror, habían obedecido sus órdenes sin rechistar, sus ojos fijos en la espalda rígida de Kora. La locura no la había consumido; la había refinado, dejando una capa de hielo sobre una furia hirviente.
Apenas aterrizaron en la plataforma privada de los Neócratas, Kora, con sus ropas rasgadas y el rostro manchado de sangre seca de sus nudillos, ignoró las miradas horrorizadas del personal. Su objetivo era uno solo: Zareth Ulgran. Director de Inteligencia del Umbral y estratega en jefe del Presidente. Su despacho, austero y siempre en penumbra, era el primer escalón para desatar la venganza que ahora era su único motor.
Zareth Ulgran, con su presencia imponente y una mirada penetrante que parecía analizar cada fibra del ser, la recibió de pie. Había oído los informes preliminares de los hermanos Ren, pero la imagen de Kora, una Capitana Ren en tal estado, era inaudita. Sus ojos grises, normalmente fríos, mostraron un atisbo de preocupación.
"Capitana Kora," comenzó Zareth, su voz un murmullo grave. "¿Qué ha sucedido? Los informes de Zack y Dax son... inconsistentes. Hablan de una fuerza incomprensible. Vider y Zairon están en la enfermería con heridas que desafían el conocimiento médico actual."
Kora se plantó frente a él, su respiración superficial, pero sus palabras, cortantes. "Vandal Ren ha traicionado a nuestro linaje, Zareth. Pero eso es lo de menos. Ha huido con una... anomalía." Su voz se tiñó de veneno al pronunciar la última palabra. "Una mujer de los barrios bajos. Presencié cómo ella, con sus propias manos, repelió disparos de plasma. La vi luchar contra Vider y Zairon. No los evadió. Los dejó golpearla. No se movió. Ni un rasguño, Zareth. Y luego... los derrotó. Con una fuerza y una velocidad que no son humanas."
Zareth la observó, inmóvil. Su expresión, por primera vez, no era de incredulidad, sino de una alarma creciente. Los informes de sus agentes raramente eran tan dramáticos. Si Kora Ren, conocida por su frialdad y pragmatismo, estaba al borde del colapso emocional, la amenaza era real. "Describa exactamente lo que vio, Capitana. Cada movimiento, cada detalle."
Kora lo hizo, su voz ganando una peligrosa precisión a medida que revivía la humillación. Habló del brillo verdoso, de los golpes que no surtieron efecto, del "súper salto" con el que Anya había escapado cargando a Vandal y Sombra como si no pesaran nada. Zareth escuchó, su mente analítica procesando la información, buscando una explicación lógica, pero encontrando solo un vacío aterrador. Esto no era tecnología conocida. Esto era... diferente. Peligroso.
"Necesitamos llevar esto al Presidente de inmediato," dijo Zareth, su voz tensa. "Esto va más allá de una simple deserción o un grupo rebelde. Esto es algo que nunca antes hemos enfrentado."
Kora asintió, una mueca cruel en sus labios. "Lo sé. Es una amenaza para todo lo que ha construido. Y una humillación personal que no perdonaré."
Antes de que se movieran, Kora añadió, como un pensamiento tardío que la había estado carcomiendo: "Zack y Dax me contaron algo más, Zareth. Algo que vieron cuando Valtor Sinopex desapareció hace un año. Un tipo que los venció con movimientos tan rápidos que lo creyeron una ilusión, un borrón. Pensaron que era la oscuridad, o el shock. Pero ahora... ahora estoy segura de que era algo similar a esto. No puede ser una coincidencia."
Zareth se detuvo, su mirada se agudizó. La pieza del rompecabezas que faltaba acababa de aparecer. "El Presidente querrá escuchar esto personalmente."
El viaje por los silenciosos pasillos del Umbral hacia las cámaras privadas del Presidente Valtherion Kane fue cargado de una tensión casi asfixiante. Las luces de neón rojo bañaban los corredores, proyectando sombras largas y danzantes que parecían consumir el mismo aire. Cada paso era un recordatorio de la gravedad de la situación.
Finalmente, llegaron a una vasta sala circular, dominada por una gigantesca ventana arqueada que ofrecía una vista panorámica de Ciudad Nexus, un mosaico de luces parpadeantes bajo el cielo perpetuamente nublado. La estancia era una mezcla de opulencia arcaica y tecnología de vanguardia: paneles de control holográficos incrustados en antiguas mesas de madera noble, esculturas de mármol que se alzaban junto a pantallas translúcidas con datos en cascada.
En el centro de la sala, junto a un escritorio de ébano pulido, había dos figuras.
La primera era la inconfundible silueta del Presidente Valtherion Kane. Su rostro, marcado por la experiencia y el poder absoluto, mostraba la sabiduría de sus setenta años. Sus ojos, de un azul gélido, reflejaban la luz de la ciudad exterior, su expresión, una máscara impasible. Vestía un uniforme impecable, adornado con insignias de oro y platino que centelleaban con cada movimiento. Exudaba una autoridad que aplastaba el aire a su alrededor.
Y a su lado, de pie con una postura idéntica, una copia perfecta en cada detalle facial, se encontraba una figura que aparentaba no más de dieciocho años. Llevaba una versión ligeramente más sencilla del mismo uniforme, pero sus ojos azules eran igualmente gélidos, su expresión tan impasible como la del anciano. Era el mismo rostro, la misma mandíbula fuerte, el mismo cabello oscuro. La única diferencia era la juventud. La energía contenida que emanaba del joven era casi tan palpable como la imponente gravedad del mayor. Había dos Presidentes, una imagen inquietante que Kora y Zareth aceptaban como la norma, sin la menor sorpresa. Era un misterio viviente, un susurro de la historia del Umbral que pocos conocían y que nadie se atrevía a cuestionar.
"Capitana Kora. Zareth," la voz del Presidente Valtherion Kane (el mayor) era una resonancia profunda, tranquila, pero con un filo de acero. "¿Qué asunto de tal magnitud os trae a mi presencia a esta hora?" Su mirada se posó en Kora, luego en el estado de Vider y Zairon, y un sutil fruncimiento de ceño apareció en su rostro, la única señal de su disconformidad.
Zareth dio un paso al frente, la urgencia en su tono era inusual. "Mi Presidente, hemos recibido un informe que desafía toda lógica. Cadete Vandal Ren ha desertado. Ha sido rastreado en los barrios bajos, pero la complicación... es la mujer con la que huyó. Posee habilidades que no hemos documentado, que no hemos concebido como posibles."
Kora, respirando profundamente para controlar su temblor, se adelantó también. Su voz, aunque teñida de una rabia apenas contenida, era clara y precisa, ya que cada palabra estaba cargada de la humillación personal que había sufrido. "Mi Presidente. He visto con mis propios ojos cómo esta mujer, una ciudadana de la Zona Baja, ha demostrado invulnerabilidad a las armas de plasma y una fuerza capaz de someter a Vider y Zairon Ren, dos de sus Pilares de Élite. Ha escapado con saltos imposibles, como si las leyes de la física no se aplicaran a ella."
Mientras Kora hablaba, la expresión del Presidente mayor se mantuvo inmutable, pero sus ojos azules se estrecharon. A su lado, la figura joven imitaba sutilmente su gesto, sus propias pupilas volviéndose más gélidas. Era como si una sola mente habitara en dos cuerpos, o como si el joven fuera un eco perfecto del mayor.
Cuando Kora terminó, un silencio pesado cayó sobre la sala. El Presidente mayor tomó un momento, sus ojos escaneando la ciudad por la ventana, luego regresó a Kora con una intensidad que hizo que la Capitana sintiera un escalofrío.
"¿Invulnerabilidad? ¿Fuerza sobrehumana? ¿Saltos imposibles?", la voz del Presidente Kane era un susurro peligroso. "Zareth, ¿confirmas la veracidad de estas afirmaciones?"
"Mi Presidente, la evidencia es contundente," respondió Zareth, su tono grave. "Los datos de la enfermería sobre Vider y Zairon lo corroboran. Los informes caóticos de Zack y Dax, ahora con la perspectiva de la Capitana, también adquieren un nuevo significado."
El Presidente Kane (el mayor) entrecerró los ojos. "¿Y han habido reportes similares de fenómenos inexplicables? ¿Quizás en el pasado? ¿Algo que nuestros sistemas no pudieron clasificar?"
Kora, con la mente febril, recordó la conversación reciente. "Sí, Mi Presidente. Cuando Valtor Sinopex desapareció hace un año, Zack y Dax reportaron haber sido sometidos por una figura que se movía como un borrón, algo que descartamos como una ilusión o un efecto de la oscuridad. Pero ahora, con lo que he visto... no fue una ilusión. Fue una habilidad idéntica a la de esta mujer."
El joven Presidente, que hasta ahora había permanecido en silencio observando, habló, su voz, un tono más aguda que la del mayor, pero con la misma cadencia y la misma gélida determinación. "¿Cuál es la edad aproximada de esta mujer de los barrios bajos?"
"Entre quince y diecisiete años, mi Presidente," respondió Kora con rapidez.
Una media sonrisa se extendió por los labios de ambos Presidentes, una expresión idéntica de calculador discernimiento.
"Entiendo," dijo el Presidente mayor, su voz ahora cargada de una nueva y terrible convicción. "No puede ser la única. Una habilidad de esta magnitud, desarrollada por una adolescente, no es un fenómeno aislado. Debe haber muchos más."
"Concordaría con las personas que han desaparecido sin dejar rastros en los últimos años, donde los chips de rastreo se desactivaron sin detonar," añadió el joven Presidente, como si completara el pensamiento del mayor. "Aquellos que creímos que habían sido consumidos por las ruinas o simplemente se rebelaron. Es obvio. Se está creando un ejército."
El Presidente mayor asintió lentamente. "Esta chica ha cometido un grave error, típico de una joven entusiasta. Ha revelado su mano demasiado pronto. Es evidente que han descubierto algún tipo de suero para potenciar el físico más allá de lo natural, para crear supersoldados. Debemos superarlos."
El Presidente Valtherion Kane golpeó la mesa con la palma de la mano. El sonido fue atronador en la vasta sala. "Movilicen a todas las unidades. Refuercen la vigilancia en los barrios bajos. Que cada rincón, cada túnel, cada sombra, sea peinado. Quiero a Vandal Ren de vuelta, y a esa criatura... a esa cosa con la que huyó, capturada o eliminada. No me importa el método. Que el Umbral descienda con toda su furia. Que cada ciudadano de Nexus sienta el peso de esta traición. Que sepan lo que sucede cuando se desafía la voluntad de Valtherion Kane."
Luego, sus ojos se fijaron en Zareth. "Zareth. Inmediatamente, pongan a nuestros científicos a trabajar. Quiero un suero. Un suero que cree supersoldados que superen a estos rebeldes en cada aspecto. No escatimen recursos. Necesitamos estar preparados para el ataque que, ahora lo sé, se aproxima."
"Comprendido, mi Presidente," dijo Zareth, inclinando la cabeza, el peso de la orden y sus implicaciones cayendo sobre él.
"Y Kora," la voz del Presidente era gélida. "Esta misión será tuya. Demuestra tu lealtad. Demuéstrame que aún mereces el apellido Ren. Quiero que su desaparición sea un ejemplo. Un escarmiento para cualquiera que se atreva a siquiera pensar en la desobediencia."
Kora asintió, su rostro se había endurecido en una máscara de fría resolución. "Así se hará, mi Presidente. No habrá rincón donde puedan esconderse." La locura en sus ojos se había convertido en una determinación aterradora. La cacería había comenzado, y el Umbral estaba a punto de desatar una fuerza imparable.
Hacia el Corazón de la Resistencia
Mientras el Umbral se convulsionaba bajo las órdenes implacables de los Presidentes Kane, Anya se movía con una determinación silenciosa a través de los laberintos urbanos de la Zona Baja. La adrenalina de la confrontación aún corría por sus venas, manteniéndola alerta y enfocada. Con Vandal inconsciente sobre su hombro, y Sombra, cojeando pero leal, a su lado, la ciudad se transformaba de un refugio precario a una trampa inminente.
No se dirigían a otro escondite temporal. Esta vez, el destino era el Campamento Acracio, el verdadero corazón de su gente, un lugar al que Anya nunca había imaginado traer a un "Ren". El viaje sería arduo. No usarían los trenes subterráneos ni las autopistas elevadas del Umbral. Su camino los llevaría por los distritos más ruinosos, por túneles de servicio olvidados y por las venas de alcantarillado abandonadas, evitando cada patrulla y cada ojo mecánico que ahora buscaba con renovado fervor.
Vandal, aunque aún no completamente consciente, se movía incómodo sobre su hombro, su respiración superficial. Anya sentía el peso de su cuerpo, pero el Kor en sus venas lo hacía manejable. De vez en cuando, Sombra emitía un gemido ahogado por el dolor de su pata, y Anya le susurraba palabras de consuelo, sus caricias gentiles.
Pasaron horas, quizás un día, en este viaje subterráneo y oculto. El aire se volvió rancio, pesado con el olor a óxido y olvido. Kora ya habría movilizado todo el aparato del Umbral; cada sombra era ahora una amenaza potencial. Anya se movía con una eficiencia espectral, sus sentidos agudizados por el Kor, detectando las vibraciones de las patrullas en la superficie, el chasquido lejano de un rifle de plasma, el zumbido de un dron de vigilancia. Gracias a su entrenamiento, cada conducto, cada grieta, era un posible camino.
Finalmente, el sofocante aire metálico comenzó a dar paso a una brisa húmeda, con un olor a tierra y humedad. Emergieron de un conducto de ventilación casi olvidado, el túnel desembocando en una grieta oculta en lo que parecía ser una pared natural de roca que marcaba el límite de la ciudad. Ante ellos se extendía una vasta extensión de oscuridad impenetrable, un muro de árboles que se alzaba hacia un cielo perpetuamente cubierto: La Selva Quebrada.
Vandal, quien había recuperado algo de conciencia, parpadeó. Sus ojos grises, acostumbrados a la perfección geométrica de Ciudad Nexus, se encontraron con un caos verde y salvaje. El aire aquí era diferente, más denso, más vivo, pero también más peligroso. Podía escuchar sonidos que nunca había oído antes: crujidos profundos, rugidos distantes que hacían vibrar el suelo, el zumbido de insectos del tamaño de su puño. Era un lugar del que incluso los exterminadores del Umbral evitaban hablar, un remanente primordial donde el control de Kane no llegaba. La reputación de la Selva Quebrada era legendaria: un cementerio para los imprudentes, plagado de bestias salvajes, casi monstruos, criaturas gigantes de las que la ciudad se había olvidado, o prefería ignorar.
"Aquí es donde nadie del Umbral se atreve a entrar," susurró Anya, notando la expresión de asombro y aprensión de Vandal. "Está llena de lo que ellos llaman 'salvajes'. La mayoría son criaturas letales."
Se adentraron en el denso follaje. La oscuridad era casi total, solo interrumpida por débiles haces de luz que se filtraban entre las copas de los árboles, como fantasmas de un sol olvidado. Vandal, aún débil, se apoyaba más en Anya. Sentía la energía que emanaba de ella, una calidez extraña que lo protegía del frío implacable del bosque. Anya era una figura de fuerza inquebrantable en este nuevo y aterrador mundo.
A medida que avanzaban, los sonidos de la Selva Quebrada se hicieron más nítidos: el chasquido de ramas, el susurro de hojas gigantes, y el constante y opresivo crujir de vida y muerte. En un momento, una sombra se movió entre los árboles, un gruñido bajo que hizo erizar el pelaje de Sombra. Una criatura, similar a un lobo gigante pero con la piel blindada y ojos brillantes, emergió de la penumbra. Se lanzó hacia ellos. Anya reaccionó con la velocidad de un rayo, sus movimientos fluidos y poderosos. Sin usar un arma, golpeó a la bestia con un puñetazo cargado de Kor que la envió volando contra un árbol, dejándola inconsciente.
"Así es como conseguimos carne," explicó Anya, con un tono tranquilo, mientras Vandal observaba con la boca abierta. "Aprendemos a usar lo que la selva nos ofrece. Y a defendernos de lo que nos quita."
Continuaron. Después de lo que parecieron horas, el ambiente cambió. Una luz suave y verdosa comenzó a filtrarse entre los árboles, no del cielo, sino del suelo y de algunas plantas que crecían en el sotobosque. Era un brillo etéreo, pulsante, que delineaba una especie de perímetro circular. A medida que se acercaban, Vandal notó que la intensidad de los ruidos de las bestias salvajes disminuía drásticamente.
"Este es el perímetro de seguridad," explicó Anya, señalando las plantas que emitían la luz. "Usamos estas plantas nativas para crear una barrera que ahuyenta a las criaturas más grandes. Las más pequeñas aún pueden pasar, pero las letales no. Es nuestro primer escudo."
Cruzaron el perímetro invisible, y la sensación de seguridad fue inmediata. El aire se sintió más limpio, más tranquilo. Ante ellos, camuflado hábilmente con el entorno, se alzaba el Campamento Acracio. Era una mezcla orgánica de tiendas de campaña robustas hechas de pieles tratadas y materiales naturales, construidas alrededor y dentro de las bases de árboles colosales. Pero lo más sorprendente era lo que había debajo.
"Aquí no solo vivimos en la superficie," dijo Anya, señalando una abertura oculta bajo unas rocas cubiertas de musgo. "También vivimos debajo."
Siguiéndola, Vandal descendió por un túnel rústico, apenas iluminado. El pasadizo se abría a una red de cuevas naturales, ampliadas y adaptadas por los Acracios. Era una pequeña ciudadela subterránea. El interior no estaba oscuro; extraños minerales incrustados en las paredes y el techo emitían una luz suave y constante, de tonos cálidos y verdosos, iluminando los pasadizos y las cámaras. Vandal vio otras "tiendas" subterráneas, habitaciones excavadas, áreas de trabajo donde la gente se movía con propósito. Había fuentes de agua fresca fluyendo por las paredes, alimentadas por manantiales subterráneos.
Era una civilización oculta, autosuficiente, viviendo en armonía con la naturaleza más brutal y completamente fuera del alcance del Umbral. Vandal, el exterminador criado en la pulcra y controlada opresión de Nexus, no pudo evitar sentirse asombrado. Había conocido la riqueza superficial del Umbral y la miseria de los barrios bajos. Pero esto... esto era algo totalmente distinto. Un verdadero refugio, con una fuerza y una autonomía que el Presidente Kane nunca podría comprender.
Mientras Anya lo ayudaba a acomodarse en una de las cuevas-habitación, Vandal la miró. "Este lugar... es increíble, Anya." Su voz era débil, pero llena de una nueva fascinación. "¿Cuántos... cuántos de ustedes hay aquí?"
"Los suficientes," respondió Anya, con una pequeña sonrisa. Se arrodilló a su lado, revisando sus vendajes. "Aquí te recuperarás. Estarás a salvo. Aunque..." Su voz se apagó por un momento. "Tendremos que hablar con los ancianos. Traer a un 'Ren' es... complicado."
El Juicio en la Cámara del Cónclave
Pasaron varias semanas en el Campamento Acracio. El tiempo en la Selva Quebrada era diferente, medido no por los relojes de Nexus, sino por la luz de los minerales y el ritmo de la vida salvaje. Vandal, bajo el cuidado de los curanderos Acracios y la supervisión constante de Anya, había sanado notablemente. Sus heridas físicas eran ahora meras cicatrices, y la energía de su cuerpo, antes tensa y dañada, comenzaba a estabilizarse, infundida con la extraña vitalidad del campamento. Sombra también se había recuperado; su pata estaba fuerte de nuevo y su pelaje había recuperado su brillo.
Durante ese tiempo, Vandal había observado la vida comunitaria de los Acracios, su ingenio para usar las cuevas como hogar y las plantas como escudo, y su conexión con el Kor que les permitía cazar las bestias letales de la selva para subsistir. Era un mundo opuesto al Umbral, sin las luces frías ni la obsesión por el control, pero con una fuerza y una resiliencia que él nunca había imaginado. La desconfianza inicial de los Acracios hacia él era palpable; miradas recelosas lo seguían y susurraban a sus espaldas, pero Anya permanecía a su lado, una silenciosa pero firme declaración de su fe en él.
Finalmente, llegó el día de la reunión con el Consejo. La habían pospuesto hasta que Vandal estuviera lo suficientemente fuerte para presentarse, un signo de la importancia que le daban al asunto. La reunión se llevó a cabo en la Cámara del Cónclave, una vasta cueva natural, la más grande de la ciudadela subterránea, donde los minerales luminiscentes brillaban con más intensidad, proyectando un brillo verdoso y dorado sobre las antiguas formaciones rocosas.
En el centro de la Cámara, sentado sobre una roca pulida, se encontraba Rhaz, el más anciano de los Doru presentes, el líder más respetado del Consejo y el mismo que había salvado a Valtor Sinopex y lo había guiado en este nuevo mundo. Su rostro, surcado por profundas arrugas, era una expresión de sabiduría y una autoridad tranquila que no necesitaba de gritos. Sus ojos, profundos y serenos, observaban a Anya con una mezcla de orgullo y preocupación. A su lado, la Maestra Elara, la Doru que había entrenado a Valtor Sinopex, estaba sentada, su postura recta y sus ojos, igualmente penetrantes, fijos en Vandal. Alrededor de ellos, otros ancianos y guerreros Acracios formaban un semicírculo, sus rostros impasibles, sus miradas una mezcla de curiosidad y desconfianza.
Anya se puso de pie frente al Consejo, con Vandal y Sombra justo detrás de ella. Vandal, aunque curado, sentía la opresiva intensidad de las miradas.
"Anya," comenzó Rhaz, su voz grave como el resonar de la tierra. "Tu misión era clara: contactar a los posibles, reclutar a los que aún sienten el fuego de la libertad. Sin embargo, has regresado, no con nuevos aliados, sino en una huida desesperada, y lo que es más perturbador, trayendo contigo a un exterminador Ren. ¿Por qué abandonaste tu puesto? ¿Y por qué confías en uno de ellos?"
El corazón de Anya latía con fuerza. Sentía el peso de las miradas, el miedo a revelar la verdad sobre lo que Kora había presenciado. Su mano se cerró en un puño. "No abandoné mi puesto, Rhaz. Tuve que huir. La situación se volvió insostenible." Su mirada dudó, luego se posó en Vandal. "Y con Vandal... no fue una elección sencilla. Es una relación que se forjó durante meses. Él no es un Ren cualquiera."
Anya tomó aire, su voz ganando fuerza al confesar. "Hace aproximadamente seis meses, en los barrios bajos, Vandal Ren arriesgó su propia vida para salvar a Sombra de unos escombros, resultando herido en el proceso. La impresión de su acto, la compasión que mostró, me hizo ver algo diferente en él. Lo ayudé, lo llevé a mi hogar y lo curé. Desde entonces, hemos pasado mucho tiempo juntos, hemos forjado una relación, incluso romántica." La admisión causó un revuelo de murmullos entre los presentes. "Mientras yo continuaba con mis labores de reclutamiento, él regresaba al Umbral para dar sus informes, pero su lealtad ya había cambiado. Él es un traidor para el Umbral ahora, igual que nosotros lo somos. Pero, Maestros del Consejo," su voz se hizo más apasionada, "su conocimiento del Umbral, de sus defensas, de sus operaciones internas, de sus debilidades... eso es invaluable ahora. Podría ser un gran aditamento para nuestra causa, una ventaja que nunca antes hemos tenido contra el Presidente Kane."
Hubo un murmullo de escepticismo y consternación entre los ancianos. Una relación romántica con un Ren, y la presencia de este último en el refugio, era una transgresión de sus principios más sagrados.
"¿Y aún así, Anya, por qué huiste si tu misión era reclutar?" inquirió otro anciano, su voz dura. "Si él es tan útil, ¿por qué no lo trajiste de otra manera? ¿Qué precipitó esta 'huida desesperada' que mencionas?"
El rostro de Anya se tensó. No había forma de evitarlo. "Fui descubierta, Maestros. No por un simple guardia. La Capitana Kora Ren y sus Pilares de Élite me encontraron. Me vieron usar el Kor para defenderme. Me forzaron a luchar. No tuve más remedio que usar mis habilidades para escapar. El Umbral ahora sabe que existimos y que poseemos esta fuerza."
Un silencio gélido cayó sobre la Cámara del Cónclave. El shock y la consternación eran palpables. La Maestra Elara, inexpresiva, miró a Rhaz.
Anya, desesperada por mitigar el regaño inminente, se volvió hacia Rhaz, su voz teñida de una audacia que rozaba la insolencia. "Y si mi acción es tan condenable, Rhaz, ¿no hiciste tú lo mismo hace un año? Cuando salvaste a un joven Sinopex de los exterminadores Ren, ¿no usaste también el Kor? ¿No lo trajiste aquí, al corazón de nuestro refugio?"
Los ojos de Rhaz se estrecharon. La acusación, aunque en parte cierta, llevaba un matiz de reproche que le era ajeno. "Mi acción fue necesaria, sí. Pero los involucrados, los exterminadores Ren, ni siquiera me vieron. Mis movimientos fueron tan rápidos, tan certeros, que no tuvieron tiempo de comprender lo que sucedió. Fue un borrón para ellos, una ilusión. No pudieron informar de nada tangible. No había pruebas de mis habilidades, solo de la desaparición de un chip. No del Kor. Tu situación, Anya, es diferente. Fuiste vista. Comprendida. Y ahora el Umbral sabe lo que somos."
Anya se irguió, desafiante. "Pero la amenaza es la misma, Rhaz. Ahora el Umbral nos buscará con más ahínco, querrán replicar lo que vieron. Vandal es nuestra oportunidad de adelantarnos."
"¡Adelantarse!" espetó uno de los ancianos, golpeando su bastón contra el suelo. "¿Trayendo al enemigo a nuestra propia casa? ¡Es un riesgo incalculable!"
La Cámara del Cónclave vibró con el disenso. Rhaz alzó una mano, silenciando los murmullos y las voces alzadas. Su mirada pasó de Anya a Vandal, sopesando cada palabra. "La imprudencia de Anya al revelar sus habilidades ante los Ren es grave, y la presencia de este exterminador aquí, una afrenta a nuestra seguridad. Sin embargo," la voz de Rhaz se hizo más lenta, más pensativa, "Anya ha ayudado a muchos en los barrios bajos, y su juicio no puede ser descartado a la ligera. Y Vandal Ren ha demostrado una desviación de su camino, una compasión que no esperábamos. Por ahora, permanecerá en el refugio bajo estricta observación. Su libertad será mínima, y cualquier acto de traición o intento de fuga será respondido con la fuerza letal del Kor. Anya será responsable de él y de sus acciones. La Maestra Elara supervisará su estadía."
Con esa declaración, Rhaz cerró la sesión, dejando una tensión palpable en el aire, pero también una decisión que, por el momento, sellaba el destino de Vandal dentro del campamento. Anya suspiró aliviada, aunque el camino por delante sería incierto.
Un Encuentro Inesperado en la Selva
Mientras la situación de Vandal en el campamento Acracio se establecía bajo esta estricta observación provisional, su nueva rutina se formó. Pasaban los días y las semanas, y Vandal, ahora completamente recuperado de sus heridas, dedicaba parte de su tiempo a ayudar en tareas prácticas que se le permitían, siempre bajo la discreta vigilancia de varios guerreros. Observaba las rutinas del refugio, su eficiencia y la vida colectiva, una existencia tan opuesta a todo lo que conocía del Umbral. Anya se mantenía cerca, su presencia una mezcla de consuelo y la carga de su responsabilidad, pero también de la conexión que los unía.
Una tarde, los primeros tintes del atardecer apenas comenzaban a teñir las copas de los árboles de la Selva Quebrada, Valtor Sinopex y Zary se aventuraron un poco más allá de los límites habituales del campamento. Habían estado entrenando duro con la Maestra Elara, y Valtor sentía la necesidad de despejar su mente. Encontraron un claro escondido junto a un pequeño arroyo, donde la luz se filtraba suavemente, creando un ambiente de paz. Habían estado hablando en voz baja, compartiendo risas discretas, su conexión fortaleciéndose con cada día que pasaban juntos. Era su pequeño refugio de las exigencias del entrenamiento y las preocupaciones del campamento.
De repente, una silueta se recortó entre las sombras de los árboles al otro lado del arroyo. Se movía con una familiaridad inquietante, una fluidez silenciosa que Valtor conocía demasiado bien. Su corazón dio un vuelco. La figura se detuvo, y la luz de un claro cercano iluminó su rostro.
Era Vandal Ren.
El aire se congeló. Valtor sintió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba. La sangre le hirvió al reconocer a Vandal, no solo al exterminador que había visto en la Ciudadela, sino al hombre que, entre los cadáveres en Albor Lake, se había parado frente a él, un niño indefenso, y se había burlado de su dolor por la masacre de sus amigos. Y no solo eso. Después, cuando Valtor y su madre fueron trasladados a una de las casas de los Ren para mantenerlos vigilados, Valtor había intentado huir una y otra vez, y siempre había sido Vandal quien lo había devuelto, implacable. La última vez que se habían visto, Valtor, ya harto, había intentado defenderse, luchar contra él, pero Vandal lo había apaleado sin piedad. La imagen de Vandal riéndose mientras él era arrastrado, con la visión de sus compañeros caídos, y el recuerdo de los golpes y la impotencia, se grabaron a fuego en su mente. No había olvidado, y la cicatriz ardía más que nunca.
Zary, sintiendo la repentina rigidez de Valtor y siguiendo su mirada, vio a Vandal. Su expresión pasó del asombro a una cautela instintiva.
Vandal, por su parte, los vio. Sus ojos, habitualmente impasibles, mostraron un atisbo de reconocimiento, y quizás, una sorpresa apenas perceptible. Su encuentro era completamente inesperado.
Valtor Sinopex, el Kor ya vibrando débilmente bajo su piel por la pura adrenalina y el odio que lo consumía, y Vandal Ren, el exterminador renegado, ahora curado, se miraron fijamente a través del arroyo. La paz del claro se rompió por la tormenta que se desataba entre ellos. El peso de una historia compartida de dolor, traición y venganza flotaba en el aire, una confrontación silenciosa que prometía desatar un torbellino de emociones. No se pronunció una palabra. Solo la guerra sin voz que se reflejaba en sus ojos.