capitulo:2

El Pueblo Perdido del Rosario

¡¡Zozobra!!

Como dije, mientras revisaba mis notas, no me sentía el mismo. Había algo en mí que ya no encajaba. Empecé a soñar con seres imposibles de describir, como si fueran humanos torcidos por una voluntad ajena... con ojos que no parpadeaban y bocas que no se abrían, pero aún así emitían lamentos. Todo bañado en una espesa niebla que no era natural. No era niebla de clima: era presencia.

Los indígenas con los que hablé —descendientes de los primeros que huyeron de Rosario generaciones atrás— me dijeron que esos sueños eran señales. Síntomas. Así comenzaban todos los que eran llamados. Primero el sueño, luego la inquietud, después la niebla interna.

Fue entonces cuando conocí al anciano Antok.

Vivía solo, en una choza de madera ennegrecida por el tiempo y el fuego. Me invitó a pasar sin hablar. Su piel era como cuero viejo y su mirada tenía algo que me dejó sin palabras: no era miedo, sino resignación... como quien ha visto el fin demasiadas veces.

—Mi hijo fue elegido, —me dijo mientras revolvía un tazón con raíces flotando en agua oscura—. Él no sabía por qué, solo sintió el deseo de caminar hacia Rosario. Como si el viento lo empujara.

El anciano encendió una vela torcida y su voz bajó de volumen. Me contó que su hijo era el más querido de la tribu. Noble. Servicial. Pero cuando regresó… ya no era él.

—Solo repetía una palabra… —me dijo, con los ojos perdidos en un rincón oscuro de la choza—. “Zozobra. Zozobra. Zozobra...” Como si fuese lo único que recordaba, o lo único que podía decir sin romperse en mil pedazos.

El anciano decía que algo más lo atormentaba: no podía estar lejos del agua. Lo buscaba como un animal sediento. Pero no era sed… era como si el agua calmara algo que crecía dentro de él.

Y entonces… su cuerpo comenzó a cambiar.

Flores. Extrañas flores, de pétalos traslúcidos y tallos que latían como venas. Crecían desde su piel. Primero en la espalda. Luego en el pecho. Al final, toda su carne era un jardín macabro, exudando una savia que olía a podredumbre y miel.

—No lo vimos morir. —dijo Antok mientras apagaba la vela con los dedos—. Simplemente desapareció. Solo quedaron las flores. Como si el pueblo lo hubiera reclamado… por completo.

Yo toqué una de esas flores, conservada en un frasco con alcohol que el anciano guardaba como advertencia. Tenía algo... familiar. Mi corazón se aceleró.

Cuando volví al hotel esa noche, vomité agua.

Y en mi brazo, muy cerca del hombro… noté una pequeña protuberancia. Con forma de semilla germinando..

Autor: muchas gracias por leer, el pueblo perdido del rosario❤ espero que les aya agradaro el primer capítulo...