capitulo:40 injusto castigo.

—Disculpa, cazador… —le dije, mientras el viento gélido rozaba nuestras nucas—. ¿Cuáles son los signos cuando el ciclo comienza a reiniciarse?

El guerrero me observó en silencio unos segundos, como si pesara cada palabra.

—Primero… una piedra rojiza, casi pulsante, se alza sobre el pueblo. Nadie sabe de dónde viene, solo que aparece. Luego… ocurre una explosión. No destruye nada… pero algo cambia. El aire pesa, el tiempo se distorsiona, y entonces… regresan.

—¿Regresan?

—Sí —dijo con la mirada sombría—. Todos los que murieron, los infectados, los condenados. Regresan. Pero sin recuerdos. Sin alma. Como piezas en un tablero repetido. Antok también volverá, aunque yo mismo… le corté la cabeza cuando la corrupción lo tomó.

Tragué saliva. Marcus y Elena se miraron, tensos. Ayaka, que hasta entonces había permanecido en silencio, habló por primera vez en ese momento.

—¿Y ustedes? ¿También repiten el ciclo?

—Nosotros no. Nosotros estamos condenados a recordar cada ciclo. Todos los gritos, cada pérdida, cada intento fallido. Desde que el Rosario fue maldecido… llevamos siglos intentando cambiar el final. Pero el caos siempre los atrapa. Siempre.

Las palabras se me clavaron como agujas. Recordé entonces otro pueblo, en el otro lado del mundo. Donde conocimos a Joseph. Donde una piedra gigante se alzó y pensamos que era una gema de reversión.

—¡Cazador! —dije con urgencia—. Hace seis meses vimos una piedra roja emerger en un pueblo remoto. ¡Exactamente como describes! ¡Creímos que era una gema de reversión enorme! ¡Incluso lograba revertir pueblos enteros!

El cazador frunció el ceño.

—Entonces ese pueblo… está condenado. Pronto comenzará el proceso de corrupción. El ciclo ya lo ha alcanzado.

Mis piernas se debilitaron. Me dejé caer sobre una roca cercana. Ayaka rompió el silencio:

—¿Y… no hay forma de detenerlo?

El cazador negó lentamente.

—No. Pero sí hay formas de entenderlo. Si logran comprender el ciclo… pueden resistirlo. Quizá hasta romperlo. Pero eso implica… ir más allá del entendimiento humano.

Marcus se volvió hacia el chamán, acompañado de Elena y Ayaka.

—Entonces… si esa es la historia del Rosario —dijo Marcus—, ¿qué eran aquellos objetos triangulares que vimos en las pinturas? ¿Los que se repiten en las fuentes de agua, en estructuras enterradas… en los cuerpos deformados?

El chamán no respondió al principio. Caminó hacia la hoguera, arrojó polvo de hierbas sobre las llamas, y luego murmuró:

—Eso… no es humano. Son sellos fractales. Fragmentos del orden original del universo. El ente del caos… los distorsiona para reiniciar el ciclo. Cualquier ser vivo que se acerque a ellos… cambia. Su morfología se rompe. Las moléculas se reordenan. El ADN se rescribe como si fuera arcilla.

Ayaka quedó paralizada.

—Entonces… fue eso lo que ocurrió con los soldados de Corea. Aquellos cuerpos que parecían humanos por fuera… pero con estructuras imposibles por dentro…

—Sí —respondió el chamán—. El ente no necesita mentes. Solo cuerpos funcionales. Músculos obedientes. Carne rediseñada para un nuevo propósito.

La temperatura descendió sin explicación alguna. La noche, aunque no era tarde, se sentía pesada, espesa, como si el mundo respirara en nuestra nuca.

—¿Y cuál es su nombre? —le pregunté.

—No tiene nombre humano —dijo el chamán mientras cerraba los ojos—. Pero nosotros lo llamamos Aq’Zul-Thaen, el Borde del Ciclo. La grieta que nunca cierra. El arquitecto del error original. No destruye… corrompe. Su objetivo no es matar, es hacer que el alma misma dude de su existencia.

Un estremecimiento recorrió nuestras espinas dorsales.

Y entonces Marcus murmuró, apenas audible:

—No estamos luchando contra una infección. Ni contra un virus.

—No —dijo el cazador—. Estamos luchando contra una voluntad más antigua que la razón.

La llama de la hoguera se apagó de golpe.

A lo lejos en la bruma vislumbramos un ente humaniode que nos observaban....