El silencio del pueblo donde estaba Joseph comenzaba a volverse incómodo. Aunque habíamos visto que la vacuna producida en masa surtía efecto en algunos habitantes, otros simplemente… morían. Se desvanecian sin mutaciones. Solo se apagaban, como si sus almas eran liberadas del caos y del siclo en que se encontraban.
Joseph nos acompañó a una antigua estructura de piedra al borde del pueblo. Era una torre de vigilancia, construida según él por sus “antepasados del otro ciclo”. Desde allí, con el horizonte despejado, fue cuando lo vimos: en las montañas de la lucura como ellos las llamaban…eran decenas, quizás cientos, de criaturas aladas se deslizaban por las corrientes de aire lejanas, con movimientos antinaturales. No batían sus alas como aves. Parecían flotar. Como si algo más las moviera.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Ayaka con el rostro pálido.
—Ellos están aquí desde antes de que este ciclo comenzara —respondió Joseph mientras apoyaba su mano sobre una piedra con símbolos antiguos—. Este lugar como habran notado no es exactamente un “pueblo”. Es una fisura. Un nudo en la realidad. El planeta Kamish, como lo conocen los pocos que aún recuerdan, es una especie de plano intermedio, un fragmento de un mundo que alguna vez existió y fue destruido. Este pueblo fue reconstruido sobre sus ruinas.
—¿Estás diciendo que esto no es la Tierra? —dije sintiendo un escalofrío.
—Sí y no. Está en la Tierra… pero su raíz, su esencia, viene de otro lugar. Este pueblo es un rasguño en la realidad que alguien o algun ser dejo en alguna batalla, una herida que no ha sanado. La infección proviene de esa grieta… y de aquello que quedó dormido en el mar. de aquello que duerme bajo la cúpula del océano.
Todos guardamos silencio. Marcus sacó su tablet y mostró las imágenes del abismo que Estados Unidos había detectado. Aquel agujero profundo desde donde habían emergido criaturas. Imágenes satelitales mostraban fragmentos de una cúpula y formas que no respondían a ninguna clasificación biológica conocida.
—¿Y el abismo? ¿Qué hay allí? —preguntó Marcus, sabiendo de antemano que no quería oír la respuesta.
Joseph nos miró con pesar.
—Lo que duerme allí no es un dios. Ni una criatura. Es un concepto… un pensamiento con conciencia. El caos en su forma más pura. Los antiguos lo llamaban de muchas formas: El servidor del ciego e idiota, El dios de los mil rostros, La Lengua de los Abismos. Nyarlathotep. Dije yo un poco dudoso, quien? Dijo Joseph. Verá hace much9 tiempo existió un escritor de cuentos y relatos extraños. Allí se mencionaba a entes del caos entre ellos nyarlatotep un ente le caos en su forma más pura, este ser solo se alimenta del caos le gusta causar conflictos entre los humanos, y en los relatos es sirviente de un dios ciego e idiota, El primer motor del caos,
El aire se volvió espeso. Elena se apoyó contra la pared como si le faltara el aire. Ayaka anotaba con rapidez, pero sus manos temblaban. Marcus simplemente cerró los ojos.
—Entonces… la infección. ¿Viene de él?
—Viene de su sombra. Cada vez que uno de esos objetos triangulares —las llaves como las llamamos— se activa, un ciclo se reinicia. La “cura” funciona… pero solo si la infección es superficial. El cuerpo sana. El alma, no siempre. Por eso algunos mueren. No eran personas. Eran recipientes vacíos, restos de ciclos pasados que la reversión forzó a un estado incompatible con esta línea de realidad.
—¿Y Guatemala? —pregunté.
Joseph se giró lentamente.
—Ese país fue el primero en caer en este ciclo. Allí se activó una llave… pero no fue contenida. La neblina verde es su atmósfera ahora. Las criaturas que ahí habitan no son infectadas: son ya parte de él. No se puede revertir lo que ya pertenece.
—¿Y los indígenas? ¿El cazador? ¿El chamán?
Joseph bajó la voz.
—Como ellos mismos quiza te dijeron. No son humanos. Son los guardianes del ciclo. Almas que, por sacrificio o castigo, quedaron atrapadas aquí, en el umbral entre mundos. Ellos recuerdan todo. Son testigos eternos. Ayaka ahora puede verlos porque la marca del chamán la ligó a este plano. Ustedes también… por eso Antok te eligió, Jhon. Tú siempre pudiste ver las almas, aunque no lo sabías. Por eso sentías tanta atracción al Rosario… porque eras parte del ciclo desde el principio.
Nos quedamos callados. Joseph caminó hasta una ventana y señaló hacia las criaturas aladas.
—Los ciclos no se detendrán hasta que esa cosa despierte por completo. Cada fisura, cada pueblo, cada infectado… son parte de un solo cuerpo, una red, una voluntad. Si cae otro punto en el mapa, el despertar es cada vez mas inevitable.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Ayaka con voz rota.
Joseph sonrió con tristeza.
—La pregunta no es qué harán ustedes. La pregunta es… ¿hasta cuándo podrán seguir luchando en contra de algo que dobla e infecta la realidad como si solo jugara..
Y con esas palabras, entendimos que el ciclo no era un accidente. Era parte del diseño. La humanidad no estaba siendo invadida por seres de otros planetas ni algún patógeno antiguo si no por entes más allá de bien y del mal...