capitulo:46 profecías.

La noche fue larga, y el silencio de la cocina parecía tragarse cada segundo que pasaba. La oscuridad se colaba por las ventanas como un presagio de algo inevitable. Me senté en la mesa, solo, sin encender la luz, observando la última hora avanzar con pesadez. Las agujas del reloj marcaron las 4:00 a.m.

Me puse de pie, tomé el abrigo y me dirigí al aeropuerto.

A las 8:00 de la mañana ya estaba abordando el avión con destino a Inglaterra. El sol apenas se asomaba entre nubes grises, como si el cielo dudara de su propio amanecer. Me recosté en el asiento intentando dormir, aunque sabía que, de hacerlo, corría el riesgo de quedar atrapado en uno de esos sueños que ya no parecían ser míos.

Cerré los ojos.

Y ahí estaba otra vez.

Un sueño lúcido. Lo sabía por la forma en que el aire no se sentía en mis pulmones, por cómo el suelo no ofrecía resistencia bajo mis pasos. No caminaba… flotaba. Como si el mundo mismo no pudiera decidir si yo pertenecía allí.

El paisaje era una vasta nada, ondulante, como un mar de niebla sin fin. A lo lejos, vi estructuras, sombras que se materializaban conforme me acercaba. Era un pueblo. Otro de los tantos que había visitado en los últimos años, pero distinto. Este parecía no estar atado al tiempo.

Las casas estaban en ruinas, cubiertas por musgo verdoso y húmedo que trepaba por las paredes como un recuerdo que se niega a morir. La luz no existía; o más bien, el sol parecía haber sido olvidado por ese lugar. Una penumbra eterna cubría todo.

En el centro del pueblo había un cartel corroído por el tiempo, colgando de una estructura de piedra rota:

“Bienvenidos a Eternidad.”

Eternidad… El nombre me provocó escalofríos.

Seguí explorando, guiado por algo más fuerte que la curiosidad: una necesidad creciente de entender. Entré a una de las casas medio derruidas. En su interior, la humedad era tan espesa que se pegaba a la piel, y sin embargo, un mural en la pared se mantenía intacto, como si fuera inmune al deterioro.

Me acerqué con cuidado.

Las pinturas eran simbólicas, primitivas en estilo pero inquietantemente precisas. En el centro de cada mural aparecía una criatura… o parte de una. Solo se mostraban sus tentáculos, numerosos y viscosos, enroscándose sobre una pared extremadamente delgada, como si atravesara la tela misma de la realidad. Sobre ellos, un ojo gigantesco, sin pupila, sin expresión, observaba… como si me viera incluso ahora.

Cada mural variaba en su composición, excepto por la criatura.

Había cinco figuras humanas representadas:

– Un hombre con lentes, sosteniendo un libro abierto.

– Una mujer de bata blanca, claramente una doctora.

– Otra mujer rodeada de plantas y animales, con un aura casi espiritual.

– Un científico, ajustando su equipo.

– Y por último, alguien observando un reloj… como si esperara algo. Como si supiera.

Lo desconcertante era que, en cada mural, las figuras cambiaban de rol. A veces la mujer con plantas tenía el libro, a veces el hombre de lentes portaba bata de médico. Pero lo que nunca variaba… era la criatura. Siempre en el centro. Siempre observando. Siempre abriéndose paso entre dimensiones.

Un pensamiento me sacudió:

¿Y si estos murales eran representaciones de otras realidades? ¿Y si cada combinación era una versión distinta de nosotros, librando la misma guerra contra ese ente… una y otra vez?

La idea me heló el alma.

Mientras procesaba eso, sentí algo. Una presencia. El aire cambió.

Una sombra emergió desde el rincón más oscuro de la habitación. No caminaba, no volaba… simplemente estaba allí. Como si siempre hubiera estado. Se abalanzó hacia mí.

¡Entonces desperté!

—¿Sr. Jhon? —dijo una voz femenina a mi lado. Era la azafata—. ¿Se encuentra bien?

Me llevé la mano a la frente, empapada de sudor.

—Sí… disculpe. Solo fue una pesadilla.

Ella sonrió con amabilidad.

—Llegaremos a Inglaterra en una hora y veintisiete minutos. Si desea algo de comer o quiere seguir descansando, estamos a su disposición.

Asentí, aún perturbado. Volví la mirada a la ventanilla. El cielo seguía siendo el mismo, pero yo ya no.

“Bienvenidos a Eternidad”. El nombre aún resonaba en mi mente.

Pensé en los murales. El hombre con lentes… ¿acaso era yo? Siempre llevaba un libro conmigo, era mi constante en cada lugar. La mujer rodeada de naturaleza sin duda era Elena: experta en botánica y medicina alternativa. El científico… Marcus. La doctora de bata blanca, Ayaka. Y el último… ¿quién era?

Un pensamiento inquietante me invadió:

¿Y si cada dimensión tiene su propia batalla… y solo nosotros solo estamos siguiendo lo que ya sucedió en todas las dimensiones

¿Y si esa criatura que siempre aparece en el mural es la misma, repitiéndose en todos los planos, rompiendo el tejido de la realidad para filtrarse en cada versión de nuestro mundo?

Me estremecí. No era solo un sueño. Lo sabía. Era una advertencia.

Y esa criatura… ese ojo… no nos miraba con odio ni con interés. Nos observaba, simplemente, como un hombre observa un insecto atrapado en un frasco... examine el libro que siempre llevaba con migo, ritual de contención, criaturas exteriores AEK.. nombre de la criatura sangre de algún monstruo relacionado. Sacrificar sabiduría secretos de algún ser que participe en el ritual diez piedras de reversión puestas en lugares especiales 5 personas deben formar los picos de una estrella y una imagen de la apariencia del dios o monstruo exterior... en ese momento me pregunté donde consiguió aquel libro?...