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Un extraño bajo la lluvia

Celeste no lo conocía. Ella se dedicaba únicamente a estudiar y a trabajar en la cafetería del centro. Si salía, era para ir a alguna tardeada tranquila o a una fiesta pequeña con sus tres amigos más cercanos: su inseparable mejor amiga Aimee, y sus dos amigos, James y Leo.

Todo comenzó en lo que parecía un día cualquiera...

Desde temprano, Celeste había estado trabajando sin descanso. El reloj marcaba las cinco y media de la tarde cuando, exhausta, solo esperaba poder cerrar para marcharse a casa. Afuera, la ciudad algo oscura, envuelta en una fría llovizna que golpeaba el pavimento como un susurro constante.

—Por fin... —murmuró para sí, mientras se quitaba el delantal.

Viendo que los clientes ya se habían marchado, comenzó a recoger su área de trabajo. Pero justo cuando se inclinaba para limpiar una mesa, una sensación extraña se apoderó de ella. Era como si alguien la observara con intensidad.

Sintió una presión en la nuca. Tensa, alzó la vista hacia el fondo de la cafetería... y ahí lo vio.

Un hombre, solo, empapado, sentado en una de las mesas del rincón. Su rostro era tan hermoso que por un instante Celeste se quedó sin aire. Había algo en sus ojos oscuros, algo que no supo definir.

—¿Desde cuándo está ahí? —se preguntó en voz baja, casi sin darse cuenta.

El hombre no dijo nada. Se limitó a observarla con la misma intensidad hasta que, sin previo aviso, se levantó y salió del lugar, dejando un pequeño rastro de agua tras de sí.

Celeste se estremeció.

—Qué raro... —susurró, sintiendo una punzada en el pecho—. Qué miedo.

Aunque la escena le pareció escalofriante, decidió no darle más importancia. Terminó de limpiar, guardó sus cosas y cerró el local. Al salir, la lluvia seguía cayendo, y la ciudad se sentía aún más solitaria que de costumbre.

Caminaba rápido, con los brazos cruzados sobre el pecho, intentando protegerse del frío. Sin embargo, no podía sacudirse la sensación de que alguien la seguía. Cada sombra, cada rincón, parecía susurrarle al oído.

—No hay nadie —trató de convencerse—. Solo es mi imaginación...

Aceleró el paso. No quería encontrarse con ningún hombre extraño a esas horas, así que decidió tomar un atajo por un callejón oscuro. La decisión fue impulsiva, pero lo único que deseaba era llegar rápido a casa.

A mitad del callejón, un hombre con ropa sucia, desordenada y una sonrisa torcida emergió de entre las sombras.

—¿Y tú, adónde vas tan solita, preciosa? —le dijo, con un tono lascivo que le heló la sangre.

Celeste bajó la mirada y continuó caminando, con el corazón golpeándole el pecho.

—Déjame en paz —susurró apenas, sin detenerse.

El hombre no lo hizo.

—¿Por qué tan fría, muñeca? Vente conmigo, te voy a calentar...

Intentó tocarla, pero en ese instante, una figura apareció de la oscuridad y lo golpeó con una fuerza brutal.

El hombre cayó al suelo con un quejido, y Celeste dio un paso atrás, temblando.

El misterioso defensor no dijo una sola palabra. Solo la miró por un segundo... y fue entonces que ella lo reconoció.

—¿Es... él? —pensó, sin poder creerlo.

Sin esperar respuestas, Celeste echó a correr hasta llegar a su casa. Cerró la puerta con llave y se dejó caer en el suelo, temblando. No sabía si el hombre que la había salvado era el mismo de la cafetería... ni por qué lo había hecho.

Pasó gran parte de la noche dándole vueltas al asunto. Pero al final, el cansancio la venció y se quedó dormida, sin respuestas... solo con más preguntas.