Gargantilla olvidada: Choque de gigantes

La colisión resonó por toda la cueva, fragmentando el tiempo que parecía detenerse. El sable curvo bloqueó con facilidad, despejando la enorme pinza, que se hundió en la dura roca de la pared.

—Te estás volviendo lenta, no te preocupes, ya estoy aquí —dijo Adad, mientras Lince sostenía la antorcha para visualizar mejor a su contrincante.

Otro golpe se aproximaba. El garrote de madera se movió en un amplio arco horizontal, buscando alcanzar a ambos oponentes.

Adad lo vio venir, y con un leve respiro, relajó sus músculos. Un instante de calma antes de la tormenta. Con un movimiento fluido, lanzó un corte ascendente con su sable, extendiendo el brazo con precisión y fuerza, aprovechando la oportunidad para desviar el garrote y desarmar a su oponente.

El trozo de madera se partió limpiamente, cayendo pesadamente sobre la arena y las rocas, mientras que un pequeño resto de lo que fue el garrote era arrojado con molestia por el Cangrejogro.

—Estoy un poco oxidado. Vuelve a que te vea, Safir. Yo me encargaré de esto.

Su figura parecía desdibujarse mientras se posicionaba tras la bestia. Era fuerte, y rápida para su tamaño, pero no rival para Adad. El híbrido cortó todas sus antenas, desorientando al objetivo.

Un gruñido apagado salió del hocico de la criatura, que giró bruscamente en busca del responsable. Un corte diagonal descendente amenazó con desmembrar su pinza izquierda, aunque su caparazón mitigó gran parte del daño.

Podía ser más lento que Adad, pero su defensa era extrema. Según los registros, su caparazón estaba entre los más duros, y este espécimen no era débil.

Adad retrocedió, mientras la figura de Lince llegaba a la luz natural. Conocía las diferencias: en defensa, el Cangrejogro tenía la ventaja, pero en cuanto a fuerza, ambos estaban igualados. Sin embargo, su única ventaja era...

Su cuerpo se inclinó casi hasta el suelo, las piernas tensas, y en un parpadeo, desapareció. Golpeó la articulación izquierda de la bestia.

Una pequeña fisura, casi imperceptible, se formó. Era un comienzo. El Cangrejogro se sorprendió. Su habilidad para detectar se vio drásticamente mermada sin las antenas. Con un ojo menos, sus posibilidades de conectar un golpe se redujeron considerablemente.

Una lluvia de golpes agitó el aire entre ambos, cayendo en la arena mientras la bestia absorbía el impacto, lanzando rocas con cada contacto.

Otro golpe aterrizó en el punto vulnerable, haciendo más visible la grieta. Aún no era suficiente, pero el ritmo estaba a favor de Adad.

Los golpes de la bestia se volvían más lentos, imprecisos, al borde de ser inútiles. El tercer corte de Adad fue fulminante: la pinza quedó desconectada de la articulación, brotando líquidos verdosos, mientras restos de carne asomaban, uniendo la pinza al resto del cuerpo solo por un trozo de tejido.

La contienda parecía decidida. El Cangrejogro lucía casi derrotado, aunque no estaba todo dicho. En un acto que desafiaba toda lógica, la pinza funcional de la bestia se cerró sobre el hombro del brazo lesionado, atrapándolo, y la cortó bruscamente mientras el miembro caía al suelo.

El sangrado cesó de inmediato, como si hubiese sido cauterizado. Los fluidos corporales de su genética ogra comenzaron a regenerar lentamente el daño, cerrando el muñón.

En el mundo de las bestias, y sobre todo en el reino salvaje, la supervivencia lo era todo: cazar, reproducirse, controlar territorios, y con eso, obtener alimento y agua. Perder un miembro, sacrificar a uno de los suyos o abandonar a un camarada no significaba nada si la especie permanecía intacta. La naturaleza podía ser increíblemente cruel.

Lince absorbió la tenue luz filtrada por las densas nubes. En cuestión de segundos, su cuerpo se empapó. Habían pasado apenas unos minutos desde el inicio abrupto del combate, y parecía que la tormenta estaba por amainar.

La sangre escurría por su capa mientras su cuerpo estaba al borde del colapso. Theo, con esfuerzo, sostuvo su cuerpo lánguido, mientras Safir se precipitaba para descubrir la herida.

El hueso expuesto apareció de inmediato. La sangre fluía con dificultad, y la piel pálida de Lince, junto con el frío de su mano, indicaban que había que actuar rápido.

Safir susurraba palabras con velocidad vertiginosa. Las gotas de agua cercanas se detuvieron en el aire y comenzaron a danzar, reuniéndose alrededor del brazo afectado.

Un brillo verde marino emergió, envolviendo la horrible lesión en un cuerpo de agua. Poco a poco, la carne recobró su color mientras los vasos y nervios se reparaban a la perfección. El hueso fue reposicionado manualmente. Lince no mostró ni un atisbo de dolor.

El hueso se soldó de manera sorprendente, llenando grietas y reforzando su estructura. Safir, por su parte, mantenía una concentración extrema. Se podía ver cómo su energía se drenaba a un ritmo alarmante. La complejidad de la herida requería toda su pericia.

El Cangrejogro, a pesar de su dureza, había perdido su ventaja. Ahora, sin la distracción de su pinza rota, sus golpes retomaron el ritmo y la precisión, obligando a Adad a bloquear o esquivar con más esfuerzo.

Era una pelea por desgaste, y la vitalidad de la bestia parecía inagotable.

—Ya me divertí lo suficiente contigo, pero tengo antojo de cangrejo para la cena —dijo Adad, mientras el aire denso de la cueva se agitaba estrepitosamente.

Un vacío atraía las gotas de lluvia hacia la cueva, empujando el aire exterior hacia adentro con una fuerza invisible, un magnetismo extrañamente potente.

Dentro de la cueva, Adad sostenía su espada, y los vientos arremolinados envolvían el acero, mientras arena y rocas se unían al tornado contenido.

—Parece que se aburrió de jugar con su presa —comentó Safir, disfrutando de la sensación.

La corriente de aire aullaba por toda la cueva, y el Cangrejogro levantó su pinza, intentando cavar un escape desesperado.

Falló.

Adad se catapultó directamente hacia la bestia, blandió su espada en un corte transversal mientras el aire y los restos lo rodeaban.

El caparazón del Cangrejogro se quebró al paso de la hoja curvada, siendo absorbido por el torrente de energía visible.

El corte irregular partió por la mitad el torso de la criatura, exponiendo órganos y carne llena de fluidos verdes que se esparcieron a presión.

—Sí que es duro el bastardo —gruñó Adad mientras enfundaba su sable. El aire se detuvo al instante, tras el final de su ataque.

Fuera de la cueva, la lluvia cesó de inmediato, dejando pozas de agua y un aire renovado. El sol volvió a brillar, calentando los cuerpos de aquellos que anteriormente se habían empapado.

Lince reposaba. Su herida había cerrado, pero seguía sumido en la conmoción, analizando en su mente diversos escenarios para contrarrestar a este enemigo en el futuro.

Adad volvía desde el interior de la cueva, sus pasos pesados, su cuerpo ralentizado por el botín.

—Se dice que la carne de Cangrejogro es muy saciante, sabrosa, y otorga la fuerza de la bestia, según los rumores del mercado —dijo Adad, despojando el cuerpo gigante y llevándolo fuera de la cueva.

—Llévenlo al campamento, tendremos comida para todos —ordenó.