La marcha era pesada, no por el cansancio, sino por el botín. Las bestias, si bien no servirían para comerciar, serían un festín de proporciones, acorde al apetito demostrado por la tripulación.
Si hay abundancia, aunque la frescura dure poco, se aprovecha al máximo.
Los restos de exoesqueleto eran, en general, apreciados para la confección de armas y armaduras rudimentarias, aunque su uso principal era la alquimia.
De igual forma, la sangre, las alas de murciélago y las pieles, finas, suaves y elegantes, se usaban ampliamente en accesorios de alta calidad, siempre que fueran debidamente procesadas.
Tras un par de horas, luego de regresar confiados por el camino ya conocido, sin la precaución marcada como la de su descenso, llegaron finalmente a la luz natural del sol, que ya brillaba cercano al horizonte.
De vuelta en el campamento, el contraste se asentó con un suspiro al lograr terminar a salvo el crudo encuentro.
Las caras eran variadas, mientras se hacían cargo de los cuerpos, o lo que quedaba de ellos. Eran compañeros, amigos, padres, hermanos, abuelos e hijos.
Se cavaron diversas tumbas y se dio entierro a cada uno de ellos, con palabras y rezos de sus camaradas.
Sabían que hoy sobrevivieron, pero no podían garantizar que el futuro sería igual. Esto recién comenzaba.
Adad aclaró su garganta, luego de cubrir con arena la última de las tumbas. Su mirada estaba perdida en el suelo, en el montículo recién formado.
Su ojo miró al horizonte, mientras sus labios se separaban.
—Camaradas y hermanos míos— dijo, con voz grave
—Somos hijos del mar y la fortuna, del coraje y la valentía. Con ello hemos surcado mares, librado batallas e incluso la dicha de vivir una buena vida.
Es justo eso, la vida de un marinero es así.
El sacrificio de nuestros hermanos hoy nos permite estar de pie y disfrutar de las bondades, pero no olvidemos gracias a quién todo esto es posible. Hoy reflexionamos con pesar, pero al mañana lo encaramos, sea un furioso mar o un rugiente viento.”
Descansen, que la tempestad nos queda enfrentar nosotros.
Nos reuniremos en la travesía eterna, navegando el mar infinito.—
El último rayo de luz abandonó la isla, pero el brillo permaneció en los corazones de todos aquellos que vibraron con las palabras de Adad.
El espíritu estaba menguado, la esperanza, intacta. Cada uno sentía en su pecho la emoción renovada. El deseo de vivir solo era posible si había algo digno de ser recordado, y, sin duda, cada marinero tenía un motivo para ver el sol de mañana asomar por el horizonte.
Luego de minutos llenos de emotividad, abrazos, llantos disimulados y risas contenidas, los hombres se acercaron al campamento, a unos treinta metros.
Ordenaron las tiendas, encendieron el fuego y retomaron la rutina. Siempre es triste intentar volver a lo cotidiano con la ausencia de un compañero, marcada por la falta de un gesto, una acción o un objeto que evocara a esa persona.
Lince se mantenía distante, acostumbrada a este tipo de situaciones. Lo mismo sucedía con Adad y Safir.
Muy por el contrario, Theo vivía una nueva pérdida en poco tiempo. Si bien no había establecido un vínculo profundo con algún marinero en específico, el duelo de sus pares le recordaba inexorablemente su propio duelo.
La fragilidad de la vida era la tónica. Caminar sobre esa delgada línea entre la vida y la muerte era común. Ser testigo de alguna desgracia no lo hacía más fácil, al menos no de momento.
El muchacho abrió los ojos. Se veían normales, el café oscuro habitual, aunque un detalle le preocupaba:
No veía nada.
Solo oscuridad.
La hoguera estaba encendida, la carne de Cangrejogro se mezclaba con sus propios jugos, abriendo el apetito de los presentes. Algunos saboreaban sus bocas, batiendo sus lenguas mientras la saliva caía por sus barbas desprolijas.
Comenzaron a servirse los trozos de carne con su propio caldo y especias en cuencos. Casi al mismo tiempo, iban ingiriendo los trozos, recorriendo rápidamente las gargantas mientras se asentaba en sus estómagos sedientos de una segunda o tercera porción.
El ruido constante no permitía distinguir las conversaciones entre tragos abundantes, choques de cucharas en cuencos vacíos y gritos pidiendo más comida.
—Lince, necesito tu ayuda — La débil voz del muchacho fue escuchada claramente por la dama de negro, quien apareció a su lado en un instante.
—Dime, ¿qué sucede? — pensó en alguna consecuencia psicológica del joven tras presenciar la carnicería en el campo de batalla.
Theo titubeó un momento. No sabía exactamente el motivo, pero intuía que estaba relacionado con la decocción entregada por Leo.
—N...No logro ver. Después de luchar contra esa bestia, me quedé paralizado y, luego, solo veo todo oscuro.
Su confesión era más dura ahora que expresaba su realidad. No esperaba sentir alivio y preocupación al mismo tiempo.
—Es por tu habilidad — repuso Adad, mientras se acercaba junto a Safir.
—Por un instante, emitiste una luz amarilla tenue por tus ojos. Eso, mocoso, no es normal — dijo, sin esperar una respuesta, solo ansiosa por recriminar y elogiar a la vez.
Al escuchar esto de otra persona, cobraba sentido. Era una versión menor, pero una versión al fin y al cabo, de la mirada petrificante de la serpiente colosal.
—Tuve una visión, vía a la serpiente, Lince. Era esa serpiente, tú sabes. — El nerviosismo se filtraba en sus palabras, el fresco recuerdo de una memoria que preferiría no tener.
—Sí, lo supuse. Es una buena técnica, si logras dominarla — dijo, viendo el lado útil del asunto, como si la ceguera de Theo fuera solo un pequeño inconveniente.
—No, no es eso. Sentí que la serpiente me prestó su poder, una pizca, pero solo por hoy, solo esta vez.
Theo recordó la sensación, como si su mente se hubiera conectado con el reptil, dejando una notable huella en su alma.
Fue un regalo, una bendición, algo consumible que le permitió vivir hoy.
Las palabras de Adad cobraron mayor fuerza: ya fuera hombre o bestia, aliado o enemigo, el atributo de la mortalidad, tan preciado, era igual en el cielo como en la tierra conocida.
—Bueno, debe ser tu castigo por usar algo que te fue prestado. Esperemos que mañana puedas volver, poco a poco, a ver. Si no, mi hermana te puede ayudar con sus plegarias.
—¡JA! Está bien que haya hecho buen uso de su habilidad, pero eso no le hace merecedor de mis atenciones personales — cruzó los brazos sobre su pecho, haciendo una mueca en su rostro y volteando para evitar hacer "contacto visual" con el muchacho.
—Toma, alimentarse ayuda a la recuperación. Siempre es bueno descansar con el estómago lleno — Lince acercó un cuenco con fragante carne.
Las manos de Theo se extendieron en el encuentro, mientras los vapores danzaban en sus sensibles narinas. Un suave sonido de tripas lo delató.
Comenzó a comer, mientras Safir lo miraba con una molestia infundada.
—Siempre puedo probar mezclar sangre de murciélago y corteza de árbol para aliviar los males — La amenaza de probar algo nauseabundo apenas afectó al muchacho.
Desde pequeño, había comido toda clase de alimentos, algunos de dudosa procedencia y sanidad.
No le amedrentaba probar un remedio casero; su madre ya había experimentado con él lo suficiente.
Gracias, madre.
El caldo llenó su cuerpo, el recuerdo, su alma. Una sonrisa se dibujó en su rostro, molestando aún más a Safir quien se contenía de golpear al convaleciente Theo.
Adad miraba al muchacho con genuina admiración, mientras Lince, Lince miraba fija la cima de la montaña.
—¿Crees que el final esté en la cumbre de esta montaña?— Preguntó Lince, más para ella que para Adad.
— Solo lo sabremos al conquistarla, así lo dijo el viejo.