La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación de Ronan en un resplandor plateado. Habíamos estado hablando durante horas, nuestra conversación derivando de la música a los recuerdos y a los sueños. Algo en la noche hacía que las confesiones fueran más fáciles, los secretos deslizándose en la oscuridad entre nosotros.
—Quiero que conozcas a mi familia algún día —dijo Ronan en voz baja, sus dedos trazando patrones en mi palma—. Tienen una granja en la frontera oriental. Nada lujoso como la finca Warner, pero es hermosa en primavera.
Sonreí, imaginando una rústica casa de campo rodeada de flores silvestres.
—Me gustaría eso. ¿Cómo son? ¿Tu familia?
La expresión de Ronan se suavizó.
—Mi madre es la persona más fuerte que conozco. Dirige prácticamente toda la granja ella sola desde que la salud de mi padre comenzó a fallar. Mis hermanas son todas unas listillas—tres de ellas, todas mayores y constantemente dándome órdenes.