Soñé con Isabelle. Su sonrisa, su risa, la calidez de su mano en la mía. En mi sueño, todavía estábamos en la Noria, suspendidos en el punto más alto con el mundo extendido debajo de nosotros como una manta de luces parpadeantes. Ella se inclinó hacia mí, sus labios rozando los míos mientras susurraba:
—Siempre te amaré, Liam.
Un golpe fuerte me sacó del sueño. Parpadeé aturdido, desorientado por la repentina intrusión. La habitación estaba bañada en luz matutina, mucho más brillante de lo que debería ser para la hora temprana en que había planeado despertar. Mis ojos se abrieron al darme cuenta de que mi alarma no había sonado.
—Isabelle —murmuré, alcanzando mi teléfono. La pantalla mostraba tres llamadas perdidas, todas de la recepción del hotel. Era casi mediodía.
Otro golpe, más insistente esta vez. Tropecé hacia la puerta, mi corazón acelerándose con un temor inexplicable. No era Isabelle quien estaba allí, sino un miembro del personal del hotel.