Después de ese breve encuentro, Li Tian tomó una decisión.
Tenía que acercarse a Ling Tian. No como un enemigo, no como un extraño… sino como su primo. Como un amigo.
Sabía que algún día, ese niño frente a él se convertiría en el protagonista absoluto del mundo, un cultivador que aplastaría a los cielos mismos con su espada. Pero por ahora, solo era un niño... un niño que estaba solo.
Así que Li Tian dio el primer paso.
— ¿Quieres jugar conmigo, primo Ling? —preguntó con naturalidad, ocultando la intención detrás de su sonrisa.
Ling Tian lo observar con desconfianza al principio, como si no estuviera seguro de si se trataba de una burla. Luego, bajó la mirada por un instante, y finalmente ascendió.
—Sí. Me gustaría.
Ambos se dirigieron a una pequeña mesa de piedra bajo un árbol frondoso, no muy lejos del jardín de bambú. Allí, sobre la superficie musgosa, había un viejo tablero de Tangram, el clásico rompecabezas de siete piezas que se podía usar para formar todo tipo de figuras.
Li Tian levantó una ceja con curiosidad. En su vida anterior, había jugado al Tangram una o dos veces. No era difícil, y mucho menos ahora que tenía el conocimiento y la mente de un joven de diecinueve años atrapado en un cuerpo de cinco.
—¿Has jugado antes? —preguntó, acomodándose frente a Ling Tian.
—Una vez… pero nunca pude completar todas las figuras.
Li Tian sonrió.
—¿Y si probamos juntos?
Ling Tian se acercó y se sentó en el suelo, frente al tablero. Tomaron las piezas: dos triángulos grandes, un triángulo mediano, dos pequeños, un cuadrado y un paralelogramo. Li Tian las observó con calma. No necesitaba pensar mucho: recordaba perfectamente las soluciones.
En menos de cinco minutos, ya había formado la primera figura: un conejo. Luego un barco. Después de un gato. Siguió una casa, una espada y finalmente un dragón. Ling Tian lo miró con asombro creciente.
—Eres muy bueno —dijo, bajito, casi avergonzado.
—Gracias —respondió Li Tian—. Solo tuve suerte con las formas.
Mentía, claro. Pero no tenía intención de hacer sentir mal a Ling Tian. Quería ganarse su confianza, no demostrar superioridad.
El aire era fresco bajo el árbol. La luz anaranjada del atardecer comenzaba a teñir el cielo, y las hojas danzaban suavemente con la brisa. Por primera vez desde que había llegado a este mundo, Li Tian se sintió en paz. Había dejado de pensar en su fracaso con la espada, en la torpeza de su cuerpo infantil, en el sistema que lo había atado a un juego peligroso de muerte y renacimiento.
Solo estaba allí, compartiendo un momento tranquilo con el futuro protagonista de la historia que él conoció tan bien.
Pero también lo sabía: esta amistad era una estrategia.
Algún día, necesitaría que Ling Tian lo matara. No ahora, no pronto… pero llegaría ese momento. Y cuando llegara, Li Tian quería que él lo recordara como alguien cercano. Alguien en quien confiar.
Porque en este mundo, morir de forma correcta era una forma de ganar.
—Primo… —dijo Ling Tian, rompiendo el silencio—, ¿por qué hablas conmigo?
Li Tian lo miró.
—¿Cómo y por qué?
—Todos me evitan. Nadie quiere jugar conmigo. Dicen que no soy digno del apellido Li.
El tono era frío, pero sus ojos decían otra cosa: un niño herido. Uno que intentaba aparenter fortaleza donde solo había abandonado.
Li Tian se inclinó un poco hacia él.
—No me importa lo que digan los demás. Si tú eres Ling Tian, y yo soy Li Tian… entonces somos primos, ¿no?
Ling Tian lo miró por unos segundos. Luego ascendió lentamente. Era una respuesta silenciosa, pero significativa.
Poco después, el cielo comenzó a oscurecerse. Las últimas luces del sol desaparecían entre las montañas lejanas, y las farolas de piedra empezaban a encenderse con pequeñas llamas espirituales.
Li Tian se levantó, estirándose.
—Será mejor que vuelva con mi madre. Me regañará si llegaré muy tarde.
—¿Vendrás mañana? —preguntó Ling Tian con un hilo de esperanza.
Li Tian asintió sin dudarlo.
—Claro que sí.
Y con eso, se despidió y caminó de regreso por los senderos silenciosos de la residencia del clan. Cada paso le recordaba que el cuerpo aún le dolía por el golpe con la espada de madera. Pero en su interior, algo había cambiado.
Había hecho contacto. Había plantado una semilla.
Ahora, solo tenía que esperar que esa relación creciera… y que, cuando llegara el momento, le diera la oportunidad de obtener lo que ningún otro podría: una habilidad única, nacida de ser asesinada por el protagonista mismo.
Llegó a su habitación. Li Yue ya dormía en la habitación contigua. En la pequeña cama, las sábanas estaban aún tibias. Li Tian se recostó, cerró los ojos y dejó que el sueño lo envolviera.
Así terminó su primer día en este nuevo mundo.