Al día siguiente, Li Tian se despertó temprano.
Después de asearse y tomar el desayuno que Li Yue le había preparado con esmero, se despidió con una sonrisa y salió de la casa. El aire era fresco, y los rayos del sol bañaban los pasillos de piedra de la residencia del clan Li con una calidez suave. Era un nuevo día… y él ya tenía un nuevo objetivo.
Mientras caminaba por los jardines del clan, finciendo estar fascinado con los árboles, las estatuas y los discípulos entrenando, su mente trabajaba sin descanso.
"No puedo simplemente dejar que el tiempo pase sin aprovecharlo. Si quiero sobrevivir y hacerme fuerte, necesito avanzar con inteligencia".
El plan original había sido acercarse a Ling Tian, ganarse su confianza y luego encontrar una oportunidad para que él lo matara. Pero después del encuentro del día anterior, algo había quedado claro: Ling Tian era demasiado débil emocionalmente. Aún no tenía malicia, ni rabia, ni el poder que algún día despertaría.
"Si lo mato ahora... o si él me mata, no obtendré nada valioso. Pero si espero..."
Y entonces lo grabé.
Una parte clave de la novela que había leído antes de morir.
En la historia, el alma de un antiguo Santo Espiritual, conocido como el Santo Espiritual de la Reencarnación, había intentado poseer el cuerpo de Ling Tian. Pero fue rechazado por un tesoro que el joven poseía desde su nacimiento: la Espada del Cielo Roto.
Ese artefacto, misterioso y poderoso, había protegido su alma sin que Ling Tian ni siquiera lo supiera. Durante años, el alma del Santo permaneció oculta en su interior, regenerándose lentamente, como una bestia herida. Cuando Ling Tian cumplió quince años, el alma ya estaba lo bastante fuerte como para intentar tomar el control de su cuerpo.
Pero el resultado fue muy distinto al que cualquiera esperaba.
La espada, activada por puro instinto, absorbió por completo al Santo Espiritual y su vasto conocimiento, otorgándole a Ling Tian una comprensión profunda del alma, de técnicas espirituales, y de leyes que normalmente tomarían siglos aprender.
"Eso significa..." pensó Li Tian con los ojos entrecerrados, "que a los seis años, esa alma ya habrá entrado en su cuerpo. Y si él me mata justo después de eso... podría recibir una habilidad relacionada con el alma. Algo que ningún cultivador normal de este mundo podría tener al inicio".
Su plan cambió al instante.
Ya no debías buscar una muerte inmediata.
Debía esperar un año.
Solo un año. No era tanto. Especialmente si durante ese tiempo podía seguir ganándose la confianza de Ling Tian y asegurarse de estar cerca cuando llegara el momento.
Convencido de su decisión, continuó caminando hasta que volvió a encontrar al niño de túnica morada, sentado bajo el mismo árbol donde habían jugado Tangram el día anterior.
Ling Tian lo vio acercarse y esbozó una leve sonrisa.
—Volviste.
—Te lo prometí, ¿no? —respondió Li Tian.
—Pensé que cambiarías de idea.
Li Tian negó con la cabeza y se sentó junto a él.
—Si tú eres constante, yo también lo seré.
Ling Tian miró hacia un costado, algo incómodo pero evidentemente feliz. Esta vez, sin decir mucho, sacó un pequeño tablero de go , con las piedras negras y blancas aún sin usar. Era más complejo que el Tangram. Un juego de estrategia, de paciencia y lectura del oponente.
—¿Sabes jugar? —preguntó Ling Tian.
Li Tian sonrió.
—Un poco.
La verdad era que había aprendido lo básico por curiosidad en su vida anterior, pero bastaría para seguirle el ritmo. Tomó las piedras blancas, y Ling Tian jugó con las negras. Al principio, el juego era lento. Movimientos dispersos, algunos errores. Pero poco a poco, las jugadas de Li Tian comenzaron a revelarse más ordenadas, más tácticas.
Ling Tian frunció el ceño varias veces, sintiéndose superado, pero Li Tian intencionalmente cometió errores menores, dejando que algunas jugadas se le escaparan.
“No debo hacerlo sentirme inferior”.
Quería que Ling Tian se sintiera cómodo con él, no derrotado. El objetivo no era ganarle en el go, sino ganar su confianza.
Después de dos partidas, ambos se recostaron sobre la hierba, mirando el cielo abierto entre las ramas.
—¿Sabes? —dijo Ling Tian, mirando una nube con forma de pez—. A veces pienso que este lugar no es para mí.
Li Tian giró la cabeza hacia él.
—¿Por qué?
—No soy como los demás. Mi madre dice que tengo algo especial… pero los ancianos creen que solo soy una carga.
Li Tian no respondió de inmediato. Podía escuchar en esa voz la herida, la misma que en la novela se convertiría en rabia. En fuerza. En ambición imparable.
—Yo creo que eres diferente. Pero eso no es algo malo —dijo finalmente—. Es solo que aún no ha encontrado tu camino.
Ling Tian lo miró. Solo por un segundo. Pero en esos ojos azules ya se intuía algo que no estaba allí el día anterior: un pequeño fuego .
Ambos niños se quedaron en silencio, cada uno con pensamientos distintos. Uno soñando con un futuro de venganza y poder. El otro, planeando cuándo sería el momento perfecto para morir… y renacer más fuerte.
Cuando el sol comenzó a ocultarse de nuevo, Li Tian se despidió y regresó a casa. Li Yue lo recibió con cariño, como cada tarde, y él fingio ser solo un cansado niño que había pasado el día jugando.
Pero en su mente, el tablero del go seguía presente. No solo el del juego… sino el del mundo que tenía ante sí.
Las piezas ya estaban en movimiento. Y él había decidido esperar la jugada perfecta.