DESPRECIO

La partida de go entre Li Tian y Ling Tian avanzaba lentamente. Las piedras blancas y negras formaban un patrón caótico en el tablero, cada una colocada con cuidado y algo de picardía. La conversación entre ambos fluía ligera, e incluso Ling Tian empezaba a reír suavemente con los comentarios de su primo.

Pero esa calma fue interrumpida por pasos apresurados.

—¡Primo Tian! —llamó una voz familiar.

Li Tian levantó la vista y vio a Li Hong acercarse con energía. Su rostro traía una sonrisa cordial, pero al posar los ojos en Ling Tian, ​​esa expresión cambió al instante. Una mueca de desprecio le cruzó la cara, tan evidente que hasta el aire pareció volverse tenso.

Ling Tian bajó la mirada.

Li Hong se detuvo al lado de Li Tian, ​​finciendo ignorar por completo la presencia del otro niño.

—Primo Tian, ​​ven a entrenar conmigo con las espadas de madera. Deja eso… —hizo una pausa breve—… y deja a Ling Tian.

Li Tian arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—Primo Hong… ¿qué pasa? ¿Por qué miras a Ling Tian así?

Ling Tian alzó apenas la vista, incómodo. El tono de Li Tian lo sorprendió, pero también lo llenaba de temor. ¿Acaso su primo ahora se alejaría de él por culpa de Li Hong?

Li Hong se apresuró a responder, como si su postura fuera obvia.

— ¿No sabes? Su madre, la anciana Li Li, tuvo un hijo con un mortal. Ese es Ling Tian.

—Claro que lo sé —respondió Li Tian sin inmutarse—. ¿Y?

Li Hong parpadeó, confundido por la respuesta.

—Pues… que eso daña la reputación del clan —dijo como si fuera lo más lógico del mundo.

Li Tian se enojó con ironía. La idea de "reputación" le parecía absurda. En su vida pasada, cuando fue diagnosticado con cáncer, había visto cómo la gente lo miraba con lástima, como si ya estuviera muerto. Había vivido la indiferencia y el desprecio. Ahora, en este mundo, notaba algo parecido: los cultivadores miraban a los mortales como hormigas.

—¿Y eso en qué me afecta a mí? —dijo con tono burlón.

Li Hong frunció el ceño.

—Primo, los mortales nos ven como dioses. Si aceptamos a alguien como él, nos harán ver débiles… sucios.

Li Tian soltó una carcajada. No podía evitarlo. Le parecía tan ridículo que un niño de cinco años hablara como si cargara el honor de generaciones enteras.

—¿Y eso me debería importar? —preguntó, con una sonrisa ladeada.

—¡Obviamente! —dijo Li Hong, perdiendo un poco los estribos—. Nosotros somos superiores. ¡Eso mancha la sangre del clan!

Li Tian se acercó un poco más a él, sin borrar su sonrisa.

—Pues lo siento, primo. A mí eso no me interesa.

Li Hong apretó los puños, frustrado, pero no dijo nada más. Sus ojos fueron de Li Tian a Ling Tian, ​​como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

Li Tian giró hacia Ling Tian, ​​quien se había quedado en silencio, mirando el tablero con expresión apagada. Las palabras de Li Hong le habían dolido más de lo que quería mostrar.

Li Tian lo sabía.

Y no pensaba dejar que todo lo que había construido con Ling Tian se desmoronara por un momento de discriminación absurda.

—Ling Tian —dijo con tono firme pero amable—, ¿quieres venir a jugar a otro lado?

Ling Tian alzó la mirada. Dudó por un segundo, pero luego se acercó con una pequeña sonrisa que creció lentamente. Se puso de pie y caminó junto a Li Tian, ​​dejando atrás el tablero de go.

Li Hong los vigila alejarse, molesto, con los labios apretados. Su invitación había sido ignorada, su autoridad moral rechazada… y su opinión, descartada como si no valiera nada.

Y eso le dolía más que cualquier cosa.