La espada de Li Yue brilló con un resplandor antinatural. Estaba envuelta en una energía oscura que parecía emanar desde su alma. La presión que liberaba era densa, retorcida, como si mil voces susurraran al mismo tiempo desde su interior. Cuando blandió el arma, todo el aire alrededor tembló.
Li Tian no se movió. Sus ojos estaban fijos en su madre. No había miedo en su rostro, pero sí tensión. Lo había previsto, pero aún así, verla convertida en algo tan distinto a lo que alguna vez fue, le causaba una punzada que no sabía si era de tristeza o simplemente de memoria.
Li Yue lanzó el ataque con toda la fuerza de su ira acumulada. La energía demoníaca fluyó por la hoja como si estuviera viva. La trayectoria iba directamente hacia el cuerpo de Li Tian. Un golpe letal. Imparable.
Pero en ese momento, el aire detrás de él cambió.
—¡Li Tian!
La voz se rompió entre el rugido del qi.
Li Li apareció delante de él, como un muro humano. Su cuerpo, aún afectado por el Gu, se movió por voluntad pura. No sabía cómo, pero había logrado liberarse por un instante. Tal vez por su fuerza interior, tal vez por el odio que ahora sentía contra su hermana. Lo único cierto es que se interpuso… justo a tiempo.
La espada atravesó su abdomen. La energía demoníaca estalló en todas direcciones como relámpagos negros. Li Li escupió sangre, pero no cayó. Sujetó la hoja con ambas manos, conteniendo el impacto, sus piernas temblando, sus ojos aún encendidos de determinación.
Li Yue la miró horrorizada. Había lanzado el golpe hacia su hijo… pero había alcanzado a su hermana. Una parte de ella, muy oculta, se quebró en ese instante.
—¿Cómo… cómo pudiste liberarte del Gu? —preguntó con la voz temblorosa.
Li Li sonrió, una sonrisa cargada de dolor, pero también de orgullo. De su boca brotaba sangre, pero no dejó de hablar.
—Porque tú no sabes lo que es tener algo más fuerte que el odio… —susurró—. Porque yo tengo a alguien que proteger.
En ese instante, una serie de presencias poderosas descendieron sobre la residencia. Las sombras de los ancianos del clan Li comenzaron a tomar forma alrededor de la escena. Habían sentido la energía demoníaca desde la distancia y se habían apresurado hacia el foco.
Cuando llegaron, la imagen que encontraron los dejó atónitos: la casa de Li Li parcialmente destruida, el aire contaminado por la energía del dao demoníaco, y en medio de todo, Li Yue con su espada atravesando a su hermana menor.
Uno de los ancianos dio un paso al frente.
—¡Li Yue, detente!
Ella giró la cabeza, confundida, aturdida por la presencia de tantos expertos. Su energía demoníaca aún brillaba a su alrededor, y por primera vez, el miedo cruzó su rostro.
—¿Qué…? ¿Cuándo…?
Pero ya era tarde.
Los ancianos no esperaron explicaciones. Uno de ellos lanzó una formación de sellado, mientras otros dos ejecutaban técnicas ofensivas. Cadenas espirituales surgieron del suelo, envolviendo el cuerpo de Li Yue. Ráfagas de qi cortaron el aire y golpearon su cuerpo una tras otra.
Li Yue gritó, pero ya no había escapatoria. Sus defensas se habían debilitado tras su último ataque. Su conexión con la energía demoníaca, aunque poderosa, era inestable. Y ahora, rodeada por verdaderos cultivadores del clan, no pudo hacer nada más que ser aplastada por la fuerza combinada de los ancianos.
Con un último alarido, su cuerpo fue lanzado hacia atrás, estrellándose contra el suelo con violencia. La energía demoníaca se disipó en una nube negra que se evaporó lentamente. El cuerpo de Li Yue, inmóvil, quedó tendido entre los restos del patio.
Había muerto.
Li Tian observó sin decir nada. Su rostro no mostró alivio ni tristeza. Solo… comprensión. El ciclo que ella había comenzado, finalmente, había llegado a su fin.
Uno de los ancianos se acercó rápidamente a Li Li, que aún permanecía en pie, aunque tambaleándose.
—¡Rápido, necesita atención!
Li Li apenas pudo girar el rostro hacia su sobrino.
—Estás bien… eso es lo que importa.
Y luego, sus piernas cedieron. Cayó en brazos del anciano que la sostenía, inconsciente.
Los presentes reaccionaron de inmediato. Dos ancianos tomaron su cuerpo con cuidado y se la llevaron envuelta en una sábana de energía curativa, mientras otros sellaban el lugar y dispersaban cualquier rastro de energía demoníaca restante.
Li Tian no se movió. Todo había terminado. Pero su corazón latía con fuerza. Esa no era la última muerte que vería. Lo sabía.