La ciudad de la Luna Caída rebosaba vida como siempre. Los gritos de comerciantes resonaban entre los edificios bajos de piedra, los puestos improvisados llenaban cada rincón de las calles, y los colores vivos de las telas colgantes se agitaban con el viento templado de la tarde. Sin embargo, para Ling Tian, ese mundo vibrante se sentía lejano, borroso… como si estuviera sumido en agua turbia.
— ¿Dónde están…? —susurró, mirando de un lado a otro con el ceño fruncido.
Sus pequeños pies recorrían los adoquines mientras su mente trataba de recordar cada paso anterior. Habían estado comiendo fruta. Después, su madre y su primo se detuvieron frente a un callejón. ¿O fue en la plaza de las armas? ¿O más allá?
No lo sabía. Y ahora estaba completamente solo.
Apretó los puños. Su orgullo era más fuerte que su miedo, al menos por ahora.
—No… no voy a llorar —se dijo a sí mismo.
Avanzó entre la multitud que lo ignoraba como si fuera invisible. En un mundo donde la fuerza lo era todo, un niño de cinco años no era más que polvo bajo los pies de los cultivadores ocupados.
Fue entonces cuando giró una esquina y se topó con una escena que lo hizo detenerse en seco.
Una caravana de esclavos bloqueó parcialmente la plaza secundaria a la que había entrado. Las jaulas de hierro, los grilletes colgantes y los rostros abatidos de los prisioneros —hombres, mujeres e incluso un par niños de— hablaban por sí solos. El sonido metálico de las cadenas arrastradas se mezclaba con las órdenes de los guardias de armaduras negras, que mantenían a raya a los esclavos con látigos y bastones de hierro.
Frente a la caravana, un hombre gordo y de aspecto grasiento devoraba una pierna de ave con glotonería. Su túnica roja estaba manchada de sudor y grasa, y una sonrisa torva se dibujaba en su rostro mientras supervisaba la mercancía con la mirada de un carnicero. Su nombre era Chen Feng, un traficante de esclavos conocido en los círculos más oscuros de la ciudad.
Fue él quien vio primero a Ling Tian.
El contraste entre el niño y el entorno era evidente. Ropas blancas y limpias, rasgos finos, postura digna… y completamente solo.
Chen Feng entrecerró los ojos, dejando la pierna a medio comer.
—Hmm… ¿un niño así vestido, solo en esta zona? —murmuró—. Ningún padre en su sano juicio permitiría eso. ¿Será un ladrón vestido con lo que robó? ¿O un niño abandonado?
Sonrió con asco.
—No importa. Lo venderé de todas formas. Tiene buen rostro y parece sano. Será un producto excelente.
Levantó una mano grasienta y chasqueó los dedos.
—¡Traigan a ese niño!
Ling Tian escuchó la orden. Al ver que dos guardias se le acercaban corriendo, su reacción fue inmediata: dio media vuelta y corrió.
Sus pies golpeaban los adoquines con rapidez, esquivando a los transeúntes, pero los guardias eran adultos entrenados, con pasos firmes y cuerpos mucho más grandes. En menos de diez segundos, uno le cerró el paso y el otro lo tomó por los brazos, alzándolo del suelo como si fuera un gato callejero.
—¡Eh! ¡Suéltenme! —gritó, pataleando con fuerza—. ¡Mi madre viene por mí!
—Silencio —le escupió uno de los guardias.
Lo arrastraron hacia Chen Feng, quien se acercó lentamente mientras se limpiaba los labios con una servilleta empapada de grasa.
—Vaya, vaya… ¿y tú de dónde saliste, niño ladrón? —dijo con una sonrisa burlona—. Esas túnicas deben valer unas cuantas monedas. Y tú... bueno, tienes la cara de un noble.
Ling Tian lo miró con ojos llenos de odio, como si intentara quemarlo con la mirada.
—¡Mi madre es una cultivadora poderosa! ¡No saben con quién se están metiendo!
—Claro, claro —se burló Chen Feng—. Todos dicen eso. “Mi madre es una cultivadora”, “mi padre es un general”, “soy discípulo de una secta famosa”… —susspiró teatralmente—. Pero ¿sabes qué? Ninguno de esos padres llega a tiempo.
Se acercó un poco más y examinó al niño como si fuera ganado.
—Eres un buen producto. Tienes suerte. Los nobles paganos más por los bonitos.
Ling Tian se retorció de nuevo, intentando liberar sus brazos, pero los guardias lo sujetaban firmemente.
Chen Feng hizo una seña.
—Mételo en una jaula. Ya tengo compradores que buscan sirvientes jóvenes.
Los guardias comenzaron a arrastrarlo hacia una jaula vacía del extremo de la caravana. Uno de ellos ya buscaba la llave.
Fue en ese momento que una explosión de energía espiritual atravesó el aire como un trueno.
—¡¿QUÉ ESTÁN HACIENDO CON MI HIJO?! —gritó una voz cargada de furia pura.
El suelo tembló bajo los pies de todos.
Una figura se precipitó entre la multitud, y su presencia espiritual hizo que incluso los cultivadores más atrevidos se echaran atrás.
Li Li apareció envuelta en un aura de energía violenta. Sus ojos, normalmente suaves, ahora eran afilados como cuchillas. Su respiración era rápida, no por el cansancio, sino por la ira desbordada que emanaba de su alma.
Su mirada se clavó directamente en Chen Feng, y sin dar tiempo a explicaciones, alzó una mano y lanzó un ataque directo, una ráfaga de luz cortante que pasó junto a los guardias y detuvo la caravana entera con una explosión mágica.
Ling Tian cayó al suelo, liberado por el impacto, jadeando.
—¡M-Madre…! —murmuró, con el rostro bañado en sudor.
Li Li lo recogió en brazos, protegiéndolo con su cuerpo. Sus manos temblaban, pero no de miedo. Temblaban de rabia.
Chen Feng retrocedió dos pasos, con el rostro pálido.
—E-espera… esto es un malentendido… ¡no sabía que era tu hijo!
Li Li no respondió. Solo alzó la vista, con el aura chispeando a su alrededor como una tormenta contenida.
Y el silencio anterior fue reemplazado por el sonido metálico de su espada espiritual materializándose en el aire.