HASTA LA PROXIMA, YUAN´ER

La ciudad de la Luna Caída bullía con vida. Voces de mercaderes, pasos apurados de cultivadores, risas de niños y fragancias de especias llenaban las calles. Entre esa multitud, Li Li caminaba con calma, vigilando con ojos atentos a sus dos hijos : Li Tian y Ling Tian.

Pero tras detenerse un momento en un puesto de frutas, Li Li se giró y solo vio a Ling Tian observando un expositor de armas espirituales.

—¿Li Tian? —preguntó, buscando con la mirada.

Su corazón dio un vuelco. Su instinto maternal se activó de inmediato. Lo buscó entre la multitud, con rapidez pero sin entrar en pánico. Después de todo, sabía que Li Tian no era un niño común… pero seguía siendo solo un niño.

Al girar una esquina hacia un callejón más oscuro, lo vio.

Estaba inclinado, hablando con alguien. Cuando se acercó, reconoció la escena completa.

Li Tian estaba de cuclillas frente a una niña pequeña de aspecto descuidado, de ojos azul cielo y cabello largo lleno de hojas secas. Su ropa estaba rota, sucia y parecía haber sido recogida de un basurero. Y aun así, algo en su presencia era distinto. No era una niña común.

Li Li se acercó con rapidez, con el ceño fruncido.

—¡Li Tian! ¿Qué haces? No te separes así como así —le dijo, con tono serio.

Li Tian, tranquilo, giró hacia ella con una expresión inocente, aunque por dentro ya estaba pensando en cómo manejar la situación.

—Madre, mira —señaló a la niña—. La vi en este callejón y me dio curiosidad. ¿Podemos ayudarla?

Li Li la miró de arriba abajo. En su interior, algo se removió. No era rechazo, exactamente, sino precaución. Ella conocía la ciudad mejor que nadie. Sabía que detrás de rostros inocentes a veces se escondía el peligro, el engaño… o la desesperación que lleva a decisiones terribles.

—No confíes fácilmente en las personas de la ciudad —le dijo, seria pero no cruel.

Las palabras cayeron como un rayo en el corazón de Yuan’er.

Estaba acostumbrada a ser ignorada, rechazada, tratada como parte del paisaje sucio de la ciudad… pero por un momento, cuando Li Tian le habló con gentileza, había sentido algo diferente. Algo nuevo. Calidez.

Ahora, escuchando a Li Li, su rostro se ensombreció. Bajó la cabeza. Temía que él también cambiara de actitud.

Li Tian lo notó de inmediato. Y sin dudar, dio un paso adelante.

—Pero madre… —empezó a decir.

Li Li lo interrumpió, firme.

—Li Tian, lo hago por tu propio bien. No siempre sabrás quién tiene buenas intenciones.

Li Tian no insistió directamente. No quería discutir, pero tampoco dejar las cosas así. Su mente analítica, como siempre, buscó una solución intermedia.

Entonces, sonrió suavemente y preguntó:

—Madre, te haré caso. Pero… ¿puedo al menos despedirme de ella?

Li Li lo miró unos segundos. No era una petición rebelde. Solo un gesto amable. Finalmente, asintió.

—Solo un momento.

Li Tian se giró, se agachó nuevamente y miró a la niña a los ojos. Su sonrisa no era fingida esta vez. Había algo genuino en su mirada.

—Hasta la próxima, Yuan’er. Espero que la próxima vez que venga a la ciudad, te pueda ver otra vez.

Los ojos de Yuan’er se abrieron con sorpresa.No la estaba dejando. No con miedo ni desprecio.La estaba reconociendo.

Una sonrisa frágil apareció en su rostro sucio, y su voz salió suave, temblorosa:

—Adiós, hermano Tian…

Li Tian asintió. Luego, se levantó y caminó de vuelta con su madre, quien ya había empezado a girar hacia la calle principal.

Yuan’er los vio alejarse, con las manos apretadas sobre su pecho. No sabía quién era ese niño, ni de dónde venía… pero su presencia la había tocado más que cualquier otra persona en su corta vida.

De vuelta en la calle principal, el flujo de personas era más denso. Li Li avanzaba con paso firme, tomando a Li Tian de la mano ahora, para que no se volviera a alejar.

No se dio cuenta de algo.

Ling Tian no estaba con ellos.

Ling Tian, en ese momento, había terminado de ver las armas espirituales y se giró para buscar a su madre. Pero ya no estaba.

—¿Madre? ¿Primo Tian? —murmuró, frunciendo el ceño.

Caminó unos pasos hacia donde habían estado. Nada.

Avanzó hacia el callejón donde los vio por última vez… pero ya no estaban allí tampoco.La gente lo rodeaba como un río de desconocidos.

Y en su interior, el vacío comenzó a crecer.

—Otra vez… me dejaron atrás —susurró.

No gritó. No lloró. Solo apretó los puños, en silencio.