El bullicio de la ciudad de la Luna Caída no cesaba. Era un caos ordenado de voces, pasos, gritos de vendedores, sonidos metálicos de armas que colgaban de puestos y risas de niños que corrían entre los transeúntes. La ciudad tenía un aire vivo, una energía palpitante que contrastaba con la calma monástica del clan Li.
Li Li caminaba al frente, guiando a sus hijos a través del flujo constante de personas. Se detuvo frente a un vendedor ambulante de frutas, un anciano de rostro arrugado pero sonrisa amable que tenía montado un puesto con frutas frescas, alineadas sobre un mantel rojo gastado.
—Tres melocotones, por favor —dijo Li Li con voz suave.
El anciano asintió, le entregó tres de los frutos más maduros, y recibió unas pocas monedas de cobre a cambio.
Li Li le pasó uno a cada niño. Ling Tian lo tomó con una sonrisa genuina. Había algo en la ciudad que lo hacía olvidarse, al menos por ahora, de su creciente resentimiento. Su madre estaba a su lado, había comida, movimiento, y cosas nuevas por descubrir. Incluso Li Tian, caminando tranquilamente detrás de ellos, parecía relajado.
El melocotón tenía la piel tersa y un aroma dulce. Ling Tian lo mordió con fuerza, dejando escapar un pequeño sonido de placer al saborear la fruta jugosa. Li Li solo se rió ante su entusiasmo.
Li Tian, por su parte, comía lentamente, saboreando más el momento que la fruta. Observaba todo con atención. Los puestos, las calles, los rostros. No era solo curiosidad; era análisis. Reconocía que esta ciudad, aunque caótica, estaba llena de recursos.
Entonces algo llamó su atención.
Un callejón lateral, oscuro y estrecho, se abría entre dos edificios de piedra. No era especialmente llamativo, pero había algo allí que captó su mirada. Fue un par de ojos azules, intensos y serenos como el cielo despejado. Una niña pequeña lo observaba desde las sombras. Estaba acurrucada en un rincón, medio cubierta por una manta sucia, rodeada de desperdicios.
Tenía el cabello largo, enmarañado y lleno de hojas secas. Su rostro, pese a la suciedad, tenía una belleza innegable. Sus rasgos eran suaves, la piel blanca debajo de la mugre, los labios delgados, temblorosos. Su ropa estaba rota, remendada con telas de distintos colores que claramente había recogido de la basura. Parecía de apenas cuatro años.
Li Tian se detuvo. Algo le golpeó la memoria como un martillo.
—Espera… yo la he visto antes —murmuró para sí.
Buscó entre los recuerdos de su vida pasada. Fragmentos de capítulos, nombres, descripciones. Entonces lo recordó: unos capítulos extra escritos por el autor de "El Espadachín que Gobierna los Tres Mundos y Cinco Planos", donde se hablaba brevemente de una niña con un talento inmenso que moría como carne de cañón para proteger a una protagonista secundaria.
—Yuan’er… —pensó—. Así es. Ese era su nombre. Era una semilla poderosa descartada por la historia.Una oportunidad para mí.
Sin decir nada a Li Li ni a Ling Tian, se desvió del camino. Caminó hacia el callejón, sintiendo los adoquines rotos bajo sus sandalias. La niña lo vio acercarse y, de inmediato, su cuerpo reaccionó.
Empezó a temblar.
No era miedo específico hacia él, sino una respuesta automática, de alguien acostumbrado a que la presencia de otros significara golpes, gritos, o hambre.
Li Tian detuvo sus pasos y bajó la espada de madera que cargaba en su espalda. No quería intimidarla. Se agachó a su altura, manteniendo una distancia prudente, y habló con suavidad:
—Hola, niña. Me llamo Li Tian. ¿Cuál es tu nombre?
La pequeña no respondió de inmediato. Lo miró con desconfianza, con los ojos entrecerrados. Nadie… nadie en la ciudad jamás le había preguntado su nombre.Todos la veían como basura. Como una molestia más. Como alguien a ignorar.
Y sin embargo, este niño —apenas unos años mayor que ella— le hablaba con voz clara, sin burla ni lástima.
Finalmente, con voz baja y tímida, respondió:
—Yuan’er… me llamo Yuan’er.
Li Tian sonrió. No forzadamente. Fue una sonrisa natural, pero no por ternura.
Fue por confirmación.
—Bonito nombre —dijo simplemente.
En su mente, ya lo tenía claro.
—Su talento está intacto. Su alma no está contaminada. Su cuerpo, aunque malnutrido, puede recuperarse. Si la guío bien, puede ser… algo más. Mucho más.
Y, como todo lo que hacía, lo pensaba no desde el corazón… sino desde la estrategia.
Yuan’er podría ser útil.