Pasaron dos meses rápidamente.
Dos meses de entrenamiento constante, días enteros de práctica con espadas de madera, y noches dedicadas al cultivo. No hubo descanso, ni distracciones, solo rutina, sudor y concentración. Aunque para cualquiera eso podría haber sido agotador, para Li Tian fue un periodo de avance silencioso. Un periodo de crecimiento.
En ese tiempo, su cultivo ascendió hasta la cuarta etapa de Refinamiento Corporal, y al fin logró un manejo firme de la espada. Ya no la blandía como un palo pesado ni se desequilibraba con cada estocada. Sus movimientos fluían, sus pasos eran precisos, y su mirada no se desviaba ni un instante durante la práctica.
Aun así, incluso con su progreso constante, no pudo evitar sentirse ligeramente molesto cuando descubrió algo sobre Ling Tian.
Él había dominado por completo la técnica “Marea que Destruye Rocas” en una sola semana.
No fue Li Li quien se lo dijo. Fue una simple observación. Mientras Li Tian aún perfeccionaba transiciones y cortes, Ling Tian ejecutaba la secuencia completa con la soltura de alguien que había nacido para manejar la espada.
Li Tian no se molestó con Ling Tian directamente.Se molestó con la causa.
—La Espada del Cielo Roto… —murmuró una noche mientras meditaba—. Ya está empezando a afectarlo. Por eso mejora tan rápido. Por eso parece adaptarse a todo sin esfuerzo.
No lo envidiaba.Pero tomó nota.Y actualizó su plan.
Mientras tanto, Li Li, con la energía residual que conservaba del reino de Formación de Base, también avanzó. Con esfuerzo y recuperación lenta, logró llegar a la tercera etapa del Refinamiento Corporal. A pesar de haber perdido su cultivo por completo meses atrás, su tenacidad no se había extinguido. Más bien, se había renovado con más convicción.
Ese día era distinto.
Por primera vez desde que había llegado a este mundo, Li Tian saldría de la residencia del clan Li.
Caminaba al lado de Li Li, y del otro lado iba Ling Tian, que se mostraba especialmente animado. Ambos chicos llevaban túnicas sencillas pero limpias, y Li Li los observaba con la mirada serena de una madre que no bajaba la guardia.
Avanzaron por los patios exteriores, cruzaron varios pasillos largos, y tras un rato llegaron a una gran estructura de piedra flanqueada por altos pilares. Allí se encontraban los guardias del clan, quienes custodiaban la entrada y salida del territorio del clan Li.
Li Tian los observó con curiosidad.
Era la primera vez que los veía de cerca. Vestían armaduras de escamas metálicas, llevaban lanzas largas con bordes grabados, y parecían medir más con los ojos que con sus palabras.
—Señora Li Li —saludó uno de ellos, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Va a salir de la residencia?
—Sí —respondió ella con una sonrisa cordial—. Solo un pequeño paseo con los niños.
El guardia asintió, abriendo paso sin más preguntas.
Li Tian cruzó la gran puerta de piedra y, al hacerlo, sintió algo que no esperaba: amplitud.La residencia del clan Li era enorme, eso ya lo sabía. Pero ver el camino que se extendía más allá, rodeado de árboles, colinas y edificaciones a lo lejos, lo hizo darse cuenta de algo importante.
—Todo esto… es solo el principio —pensó.
Siguieron el camino de tierra durante unos diez minutos. A ambos lados, se veían campos de cultivo, pequeños puestos de descanso, casas de artesanos y zonas de entrenamiento secundario para miembros de menor rango del clan.
Y entonces, ante sus ojos, apareció la entrada de la ciudad de la Luna Caída.
Una gran muralla de piedra se alzaba frente a ellos. Alta, reforzada, con torres de vigilancia en las esquinas. La puerta principal era amplia y custodiada por soldados que vestían ropajes distintos a los del clan Li: eran soldados de la ciudad, bajo las órdenes de los oficiales del lugar.
En los costados del camino, caravanas entraban y salían.Algunas eran tiradas por caballos de gran tamaño, otras por bestias domesticadas.Había carros repletos de telas, sacos de grano, cajas de madera selladas con cera espiritual.Y comerciantes gritaban, organizando el paso de sus productos.
Li Tian lo observaba todo con atención, sin decir una palabra.Ling Tian, en cambio, no podía dejar de girar la cabeza a todos lados.
—¡Madre, mira eso! —señaló con emoción—. ¡Están vendiendo espadas! ¡Y allí hay píldoras de cultivo! ¡Y… ¿eso es una fruta que brilla?! ¡Quiero probarla!
Li Li se rió levemente, tomándolo de la muñeca.
—No corras, Tian. Esta ciudad puede ser animada, pero no deja de ser peligrosa si no sabes dónde pisar.
Li Tian, que los seguía de cerca, mantenía una expresión neutra. Pero por dentro, sentía cómo su mundo se expandía.
Los puestos ambulantes estaban por todas partes. Algunos vendían frutas raras, otros libros de técnicas, armas, talismanes o ingredientes para píldoras. Había callejones estrechos que llevaban a zonas de subastas, y avenidas principales donde la nobleza y cultivadores de otros clanes paseaban con orgullo.
Li Tian se detuvo un segundo para mirar hacia lo alto. Una banderola ondeaba con el símbolo de la ciudad: una luna en cuarto menguante cayendo sobre un lago.
—La ciudad de la Luna Caída… —susurró—. Así que este es el mundo real fuera del clan.
Y por primera vez, sonrió sin fingir.