TE QUEDARAS CON NOSOTROS

El camino de regreso fue silencioso.

Li Li caminaba con paso firme por los senderos del Clan Li. El sol ya estaba en lo alto, y los rayos dorados bañaban los jardines internos, proyectando sombras largas sobre las piedras del camino. El viento soplaba con suavidad, moviendo las hojas de los árboles que flanqueaban los edificios con su verdor contenido.

Pero en su interior, el silencio de sus pasos no era vacío. Su mente repasaba lo que acababa de hacer.

Había registrado a Yuan'er. Había tomado responsabilidad directa sobre ella. La había hecho su discípula. Y ahora... ahora tendría que enseñarle a sobrevivir dentro del clan. No solo frente a técnicas y cultivo, sino frente a los juicios, las jerarquías, las palabras envenenadas de los que siempre hablan desde arriba.

La niña no lo sabía aún, pero el verdadero desafío recién comenzaba.

Cuando llegó al patio de su casa, el sonido suave de una conversación se filtró por la ventana abierta. Era Li Tian hablando con voz baja, quizás contándole algo a Yuan'er. O tal vez simplemente ayudándola a entender dónde estaba.

Li Li subió los escalones de piedra y cruzó el umbral con su túnica aún agitada por el viento. Dejó la puerta entreabierta, y su voz cortó el aire como un orden tranquilo.

—Yuan'er —llamó.

Desde el rincón donde estaban sentados, Li Tian giró la cabeza. Yuan'er también. Su expresión pasó de la tranquilidad a la sorpresa inmediata, como si no esperara que la llamaran directamente. Se levantó con rapidez, un poco torpe pero alerta, y corrió hacia la voz con pasos cortos, los pies aún descalzos sobre el piso de madera.

Se detuvo frente a Li Li.

No dije nada

Solo esperó.

Li Li la miró por un segundo. Esa misma niña que, días atrás, era solo una sombra entre la basura de un callejón… ahora estaba allí, parada frente a ella, respirando el aire de su casa.

Sin cambiar su expresión, Li Li alzó el brazo y le extendió un bulto de tela cuidadosamente doblado.

Era el uniforme.

Blanco, con costuras limpias y el símbolo del Clan Li bordado en el pecho. Aún era un poco grande para ella, pero eso no importaba. No era una prenda cualquiera. Era una declaración.

—De ahora en adelante —dijo Li Li con voz clara— te quedarás con nosotros.

Yuan'er parpadeó.

Por un momento no lo entendí.

¿"Con nosotros"? ¿Ella?

Su mirada bajó lentamente hacia el uniforme que tenía entre las manos. Sus dedos lo rozaron como si fuera algo frágil. Como si pudiera romperse. Como si no creyera que era para ella. Sus labios se entreabrieron, pero no salió ninguna palabra.

Sólo se quedó allí.

Sosteniéndolo.

Sintiendo el peso del momento.

Li Tian, desde el fondo, sonriendo.

La escena era simple, pero poderosa. La niña que antes no tenía nombre, ni techo, ni lugar… ahora tenía algo más fuerte que todo eso: pertenencia.

Yuan'er levantó la cabeza.

—¿De… verdad?

Su voz era un susurro incrédulo. Casi infantil. Casi rota.

Li Li no respondió con palabras. Solo ascendiendo.

Y para Yuan'er, eso fue suficiente.

Apretó el uniforme contra su pecho, abrazándolo con fuerza. No como un regalo… sino como un escudo. Como algo que, al fin, la protegía del mundo.

—Gracias —susurró—. No voy a fallar.

Li Li no respondió, pero su expresión se suavizó apenas. No era el tipo de persona que necesitaba escuchar promesas. Lo que buscaba estaba en la mirada de la niña. Y allí, en esos ojos enormes y gastados por la calle, lo vio.

Determinación.

Y algo más: esperanza naciente.

Por primera vez, Yuan'er no necesitaba esconderse.

Mientras Yuan'er sostenía el uniforme del Clan Li contra su pecho, aún con los ojos abiertos de asombro y emoción, una figura observaba desde la sombra del pasillo lateral. No había hecho ruido, no se había anunciado. Solo estaba allí, quieto, con la espalda apoyada contra la pared y los brazos cruzados.

Era Ling Tian.

Había salido en silencio al oír la voz de Li Li cuando llamó a Yuan'er. Pero no para acercarse. No para unirse. Solo para ver.

Y lo que vi no le gustó.

Su mirada no era neutra. Estaba cargada de algo oscuro, contenido, amargo. Por dentro, algo se apretaba con fuerza. No por la niña. No por el uniforme. Sino por las palabras que acababa de escuchar.

“Te quedarás con nosotros”.

El corazón de Ling Tian latió más fuerte, pero no por emoción. Sino por rabia contenida.

En su mente, un pensamiento empezó a repetirse, como una grieta que crece lentamente en una estructura que creía firme:

"Primero Li Tian... y ahora esa tal Yuan'er. Me quiero robar a madre..."

No era la primera vez que lo sentí.

Desde que Li Tian había llegado al clan, una parte de él, la más callada, se había sentido desplazada. Había compartido el tiempo, las atenciones, el afecto de Li Li. Pero nunca lo dijo. Nunca se quejó. Había soportado en silencio.

Ahora, otra persona llegaba.

Y no solo una persona... una niña, sucia, de la calle. Sin nombre. Sin mérito. Y sin embargo, ella recibiría la bienvenida, la túnica, la promesa de quedarse.

Y él solo observaba cómo el centro de su pequeño mundo… parecía girar alrededor de otros.

Su mandíbula se tensó. Sus dedos se cerraron con fuerza en los pliegues de su túnica. Una punzada de celos, infantiles pero intensos, lo atravesó como una lanza silenciosa.

Pero antes de que pudiera decir o hacer nada, una voz lo interrumpió.

—¡Oh, hermano Ling! —dijo Li Tian con entusiasmo sincero, alzando la mano—. ¿Por qué no vienes a saludar y presentarte con Yuan'er?

Ling Tian parpadeó.

La voz de su hermano adoptivo sonaba amable. Cálida. Pero a sus oídos, retumbó como una burla. Como si fuera un anuncio, como si Li Tian estuviera colocándolo en el papel de segundo plano.

“Saluda tú también, hermanito.”

Las palabras hicieron que la rabia que llevaba contenida se agitara como un mar golpeado por tormentas.

Yuan'er, que aún abrazaba su uniforme, levantó la vista hacia la fuente del comentario.

Al ver a Ling Tian allí, observándola, y escuchando el tono despreocupado con el que Li Tian lo invitaba a acercarse, su expresión cambió. Ya no era una niña deslumbrada por su nuevo lugar. Algo se encendió en ella.

Furia.

Pequeña, sí. Pero viva.

Era una criatura acostumbrada a defender su rincón. A proteger lo poco que obtendría. Y en ese momento, sintió que aquel chico mayor, de mirada fría y postura distante, la estaba juzgando.

Y lo que más la enfureció... fue que él no le dijo nada.

No la saludó. No dio un paso. No se presentó.

Solo la miraba como si ella no perteneciera.

La sonrisa en su rostro desapareció por completo. Apoyó el uniforme contra su costado y frunció el ceño, sus ojos entrecerrándose apenas.

Pero entonces, otra voz se sumó a la escena.

Una que sí pesaba. Una que todos respetaban.

—Ling Tian —dijo Li Li con tono firme, pero no molesto—. Preséntate con Yuan'er.

No fue una sugerencia.

Fue una orden envuelta en cortesía.

Ling Tian giró la cabeza lentamente, como si no pudiera creer que su madre adoptiva acabaría de repetir lo mismo que Li Tian. Su mirada se cruzó con la de ella… y en ese instante entendió que no podía negarse.

No si quería conservar la imagen de hijo obediente.

No si quería evitar preguntas.

Apretó los labios, respiró hondo, y dio un paso al frente.

La tensión en su pecho no desapareció. Solo se ocultó detrás de una máscara de frialdad.

Yuan'er lo miró fijamente.

No dijo una palabra. Solo esperaba.

Ling Tian, con los labios apretados y la mirada baja, dio un paso hacia adelante.

Lo justo.

Se acercó a Yuan'er como quien cumple una orden sin querer hacerlo, con los músculos tensos y el orgullo herido. Su voz, cuando habló, fue breve, casi seca.

—Soy Ling Tian. Mucho gusto —dijo sin emoción, apenas mirándola a los ojos.

Yuan'er no respondió de inmediato.

Sólo lo observé.

La distancia entre ambos era pequeña, pero la brecha emocional era enorme. Ella no era tonta. Sabía cuando alguien la despreciaba. Había vivido toda su vida leyendo miradas, esquivando manos alzadas y aprendiendo cuándo debía llamar.

Y esa mirada… era la de alguien que no la quería allí.

Apretó los labios y bajó la cabeza con un gesto cortés, sin sonrisa.

—Mucho gusto —respondió, pero su tono estaba más helado que el de él.

Ling Tian giró de inmediato, sin decir nada más. Sus pasos resonaron con fuerza contenida sobre la madera del pasillo, hasta desaparecer tras la puerta de su habitación.

Li Tian observó la escena en silencio. Sabía que su hermano adoptivo tenía un temperamento difícil, pero algo en su forma de marcharse le dio una punzada de incomodidad.

Li Li, por su parte, solo suspir.

No lo detuvo. No dijo nada. Sabía que forzarlo solo lo haría cerrarse más. Por ahora, había cumplido con lo mínimo. Ya hablaría con él después.

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El tiempo pasó rápido.

Las horas fluyeron como agua en un canal silencioso. Yuan'er, que había pasado gran parte del día explorando con timidez los alrededores del jardín interno, apenas se había atrevido a alejarse del pequeño espacio que parecía suyo. Se sentaba en los escalones de piedra, observando a los pájaros, o miraba con fascinación a los discípulos lejanos que pasaban practicando posturas de cultivo.

Nunca había estado en un lugar tan tranquilo.

No tan limpio.

Ni tan lleno de cosas que no entendía.

Li Tian se quedó un rato con ella, contándole lo básico: cómo funcionaba el clan, por qué todos vestían túnicas blancas, qué significaban los símbolos en las puertas. Él hablaba con paciencia, con el tono sereno de alguien que sabía lo que era llegar desde abajo.

Yuan'er escuchaba en silencio, absorbiendo todo.

A veces asentía. A veces preguntaba cosas pequeñas, como “¿esa cuerda en el cinturón qué es?” o “¿esa flor se puede comer?” Y otras veces solo se quedó en silencio, mirando el cielo.

Cuando llegó la tarde, el sol comenzó a inclinarse detrás de los muros del Clan Li, proyectando sombras largas sobre el suelo. El aire cambió de temperatura, trayendo consigo ese aroma seco de piedra tibia y madera vieja.

En ese momento, Li Li apareció en la entrada del patio.

Su túnica seguía tan impecable como siempre. Su cabello recogido en lo alto. Su expresión, serena pero firme.

Miró a Yuan'er con la misma mirada que había usado al verla por primera vez… pero ahora con algo nuevo en ella: expectativa.

—Yuan'er —llamó.

La niña alzó la vista de inmediato, como si siempre hubiera estado esperando oír su nombre en esa voz.

—Ven —dijo Li Li, sin cambiar el tono—. Te voy a empezar a enseñar a cultivar.

Yuan'er se puso de pie con rapidez, sorprendida por la gravedad del momento.

Sus ojos se agrandaron.

La palabra cultivar no era nueva para ella. La había escuchado entre murmullos en el mercado, en las conversaciones de otros niños, en las leyendas que los ancianos callejeros contaban como cuentos imposibles. Cultivar significaba volverse fuerte. Significaba volverse a alguien. Significaba no volver a tener miedo.

Y ahora… esa puerta se abriría ante ella.

No como un rumor, sino como una realidad.

Dada por una mujer que la había visto… y no la había rechazado.

Yuan'er no dijo nada.

Sólo aprieto.

Y dio el primer paso.