ANTES DE LA PELEA

Acepto.La palabra flotó en el aire como una hoja de otoño: ligera, pero con el peso de una decisión irrevocable.

El murmullo entre los discípulos estalló en una ola de comentarios y exclamaciones contenidas. Algunos no podían creer que Li Tian hubiese aceptado, otros sabían que después de esa burla final, no tenía opción.

En medio de ese ambiente crispado, el anciano que había llegado momentos antes —Zhuo, uno de los encargados de disciplina interna del clan— alzó la voz con un tono neutral, carente de emociones, como si hablara de una tarea común.

—Tomen armas de madera y vayan al campo de entrenamiento del segundo pabellón —indicó con la serenidad de quien ha presenciado cien combates similares—. Yo los esperaré allí para supervisar.

Nadie se atrevió a discutir su orden. Cuando el anciano Zhuo hablaba, incluso los más osados cerraban la boca. No era especialmente poderoso, pero tenía un aire que solo los cultivadores veteranos adquirían: un aura de experiencia acumulada como capas de tierra sobre un terreno seco.

Sin perder tiempo, los jóvenes involucrados comenzaron a alejarse, acompañados de algunas risas nerviosas, miradas emocionadas o gestos de preocupación según el grupo. Unos discípulos decidieron seguirlos de lejos, ávidos de presenciar el evento, aunque no tuviera la formalidad de un duelo oficial.

Entre ellos, una figura pequeña de cabello oscuro caminaba con determinación junto a uno de los combatientes, sin separarse ni un paso.

El resto del grupo comenzó a dispersarse poco a poco, algunos quedándose atrás para comentar lo ocurrido con más libertad.

Uno de los jóvenes, un muchacho de cabello corto con el emblema del segundo pabellón bordado en la manga, se acercó al anciano Zhuo con una mezcla de respeto y curiosidad.

—Anciano Zhuo… —dijo con tono contenido—. ¿Por qué no los lleva a la Arena del Clan? Allí se realizan todos los duelos públicos. Es tradición.

El anciano giró lentamente la cabeza para mirar al muchacho. Sus ojos, pequeños y hundidos, parecían haber visto generaciones enteras de discípulos crecer, luchar, y en ocasiones… desaparecer.

Zhuo no respondió de inmediato.

Sus manos estaban cruzadas tras su espalda, y sus pasos lentos lo llevaron a la sombra de un árbol de jade rojo. Allí se detuvo, cerró los ojos por un breve instante, y finalmente habló.

—La Arena del Clan es para duelos verdaderos… pactados, observados por los Ancianos Superiores, y registrados en los rollos oficiales —dijo con voz grave, sin elevar el tono—. Allí se decide reputación, se marcan límites, y a veces… se rompe el destino de un cultivador.

El discípulo asintió lentamente. Esa explicación era parte del protocolo. La conocía, aunque nunca había oído a Zhuo decirla.

—Pero… —añadió el anciano, abriendo los ojos con lentitud— ellos son solo niños. Lo que llevan dentro no es odio ancestral, ni competencia por recursos celestiales… sino un impulso de juventud. Un fuego que si no se apaga pronto… puede consumirlos por dentro.

Su mirada se volvió al sendero por donde habían partido los dos jóvenes y sus seguidores.

—Esto no es un duelo… —dijo con firmeza—. Es solo una forma de desahogar la ira.

El discípulo quedó en silencio.

Y aunque no respondió, comprendió que esas palabras, tan sencillas como una piedra lanzada al agua, escondían una verdad profunda:No todo combate merece ser inmortalizado.Algunos… solo necesitan ser olvidados tras que la sangre, o el orgullo, se enfríen.

El sonido de pasos sobre piedra resonaba en el pasillo largo que conducía al segundo pabellón. No eran apresurados, pero tampoco lentos. Eran firmes.Seguros.Y cada uno cargaba el peso de una decisión.

Li Tian caminaba con la mirada baja, pero su mente no descansaba.

Pasó junto a uno de los estantes donde reposaban armas de madera, organizadas por tipo, tamaño y peso. Lanzas, bastones, dagas, guadañas... y, por supuesto, espadas.

Sin pensarlo demasiado, su mano se extendió hacia una en particular. El mango estaba ligeramente gastado, la hoja de madera pulida por el uso constante. Era la misma espada de práctica que había utilizado en sus primeras lecciones dentro del clan.

“Ya no soy un novato con la espada...”

Su mente volvió, casi sin querer, a aquella pelea con Li Hong, su primer combate real dentro del clan. En ese entonces, no entendía el equilibrio, ni el ritmo, ni siquiera cómo se debía empuñar con verdadera intención.

Sus movimientos habían sido torpes, su corazón nervioso.

Pero desde entonces, no solo había aprendido.Había cambiado.

“En ese tiempo temía caer... ahora solo temo no golpear con suficiente fuerza.”

Tomó la espada con una sola mano y la hizo girar con suavidad. La madera silbó en el aire con una ligera curva, y aunque no cortaba… se sentía viva.

Se volvió y comenzó su camino hacia el campo de entrenamiento del segundo pabellón, donde el anciano Zhuo los esperaba.

Mientras caminaba por los senderos abiertos del jardín, ya no había burlas ni risas. Solo miradas. Algunas de admiración, otras de duda. Algunos miembros del clan lo seguían en silencio, manteniendo una distancia prudente, como si caminaran detrás de alguien que estaba por cruzar un umbral invisible.

El campo era un espacio amplio, de tierra apisonada, rodeado por un cerco bajo de piedra espiritual. No era la Arena del Clan, pero servía bien para entrenamientos más duros y combates informales.

Allí ya se encontraba el anciano Zhuo, con sus manos cruzadas detrás de la espalda y su túnica oscilando con la brisa. A su lado, una pequeña cantidad de discípulos y miembros del clan se habían reunido, algunos de ellos en silencio, otros murmurando entre sí.

Y un poco más atrás, junto a uno de los pilares del pabellón menor, Yuan’er observaba todo en silencio.

Su respiración era regular. Su expresión, serena.

Pero por dentro…

“¿Debería pelear por el hermano Tian…?”

La duda se clavaba en su corazón como una espina.

No por miedo.Sino por promesa.

“Yo… le juré protegerlo. Fue un juramento silencioso, pero real. Cuando la tía Li murió, lo sentí con claridad: mi camino está a su lado.”

Cerró los puños con fuerza. Su corazón latía con intensidad, pero no por el temor del combate. Lo que más le dolía… era verlo avanzar solo.

Quería interponerse. Quería gritar. Quería ofrecerse en su lugar.

Pero una parte de ella sabía que había batallas que uno debía librar por sí mismo.

Y esta… era una de ellas.

Cruzó los brazos sobre el pecho, conteniendo su impulso.

“Hermano Tian… si caes, estaré allí para levantarte. Si dudas, estaré allí para recordarte quién eres. Pero esta pelea… esta pelea la tienes que ganar con tu propia voluntad.”

El anciano Zhuo, tras mirar a los presentes, dio un paso al frente. Sus ojos pasearon por el grupo, deteniéndose brevemente en cada rostro.

El viento levantó una leve nube de polvo que pasó entre los pies de los reunidos.

Entonces, habló.

—Escuchen bien —dijo con tono claro y firme—. Estas son las reglas de este combate:

El silencio se hizo total. Ni una hoja crujió, ni una voz se atrevió a interrumpir.

—Quien diga “me rindo”, pierde.—Quien se desmaye, será considerado derrotado.—Y en cuanto al método…

El anciano bajó la mirada un instante y luego alzó una ceja con neutralidad.

—En las batallas, todo es posible.Usen las técnicas que conozcan.El cuerpo, el arma, o la palabra.Pueden pelear de la manera que quieran.

Y así, las reglas quedaron marcadas en el aire, como inscripciones talladas en jade espiritual.

Ya no había vuelta atrás.

El campo de entrenamiento del segundo pabellón había caído en un silencio absoluto.

Ni siquiera los murmullos persistentes de los discípulos cercanos se atrevían a romper la atmósfera. El aire parecía más denso, cargado de expectación. Cada respiración sonaba más fuerte. Cada movimiento era observado con detenimiento.

Fue entonces cuando Li Kang, ya dentro del círculo marcado por piedras espirituales, dio un paso hacia el estante de armas.

Su mirada era cortante, como si buscara no una herramienta, sino un símbolo. Algo que hablara por él.Una prolongación de su voluntad.

Sus ojos se detuvieron sobre una lanza de madera de casi su misma altura. El asta era recta, bien equilibrada, con la punta pulida hasta ser redonda como una semilla de loto. La tomó con ambas manos, girándola con habilidad, haciendo silbar el aire por unos segundos.

No era la primera vez que empuñaba una lanza.

Y no iba a ser la última.

Sosteniéndola verticalmente junto a su cuerpo, caminó con firmeza hasta el centro del campo, y sin decir palabra alguna, adoptó su posición.

Del otro lado, ya lo esperaba Li Tian, espada de madera en mano, rostro relajado, pero con los ojos fijos como la superficie de un lago antes de una tormenta.

No se cruzaron palabras.No se lanzaron amenazas.Todo lo que tenían que decirse, ya lo habían dicho.

Unos pasos más allá, el anciano Zhuo observaba a ambos.

Por un instante, su mirada se detuvo en el suelo. Como si recordara los cientos —no, miles— de duelos que había presenciado en ese mismo lugar. Algunos habían terminado en risas. Otros en lágrimas. Y unos pocos... en tragedia.

Pero hoy, no era su tarea predecir. Solo supervisar.

Dio un paso adelante, levantando el brazo derecho.

—A la cuenta de tres —anunció con voz grave—, comenzará el combate.

El círculo de espectadores contuvo la respiración.

Li Tian aferró su espada.Li Kang ajustó el agarre de la lanza.

Y entonces, el brazo del anciano Zhuo se alzó por completo.El viento pareció detenerse.Los ojos de todos se fijaron en ese único gesto.

—¡Tres! —dijo.

Sus dedos tensos formaban una línea recta en el aire. Una bandada de aves espirituales, posadas sobre un tejado cercano, alzaron el vuelo de golpe como si también sintieran la presión del momento.

—¡Dos! —continuó, con voz más firme.

En los cuerpos de ambos jóvenes, el qi se agitaba. Era débil, aún sin formar base, pero suficiente para despertar el instinto de combate. El corazón de Yuan’er latía con fuerza al ver cómo los músculos de Li Tian se tensaban.

Y finalmente…

—¡Uno! —dijo el anciano, bajando el brazo con fuerza.

La mano descendió como una hoja cortante.

—¡Comiencen!