LA AUTORIDAD DE LI SHEN

El polvo aún flotaba en el aire del campo de entrenamiento, como un eco silencioso de la pelea que acababa de terminar. La lanza rota de Li Kang yacía en el suelo, sus astillas esparcidas como los restos de su arrogancia. Li Tian, con la espada de madera aún en la mano, respiraba con fuerza, pero su postura era firme, su mirada fija en el gran anciano que ahora dominaba la escena. La presencia del anciano era como una montaña invisible: su túnica gris ondeaba ligeramente, aunque no había viento, y sus ojos, profundos como un abismo, parecían capaces de desentrañar el alma de cualquiera que osara enfrentarlo.

Li Kang, todavía de rodillas, alzó la vista con una mezcla de alivio y desesperación. —¡Abuelo! —repitió, su voz quebrada, buscando refugio en la figura imponente que se acercaba. El gran anciano, cuyo nombre resonaba en el clan Li como una leyenda viva, inclinó la cabeza hacia su nieto con un gesto cálido, casi paterno. Sus arrugas se suavizaron por un instante, y una mano arrugada pero firme se posó en el hombro de Li Kang, como si quisiera protegerlo del peso de su derrota.

—Tranquilo, pequeño Kang —dijo el anciano con una voz grave pero suave, como el murmullo de un río antiguo—. Levántate. Un cultivador no se queda en el suelo.

Li Kang obedeció, tambaleándose mientras se ponía de pie, sus mejillas enrojecidas por la vergüenza y la furia contenida. Pero los ojos del gran anciano ya no estaban en él. Su mirada se había desplazado hacia Li Tian, y en ese instante, el aire pareció volverse más denso, como si el mundo entero contuviera el aliento. Los discípulos que observaban desde el borde del campo retrocedieron un paso, intimidados por la intensidad de esa mirada.

—Tú, Li Tian —dijo el gran anciano, su voz cortando el silencio como una espada afilada—. ¿Qué haces intimidando a personas de niveles menores?

Las palabras cayeron como un trueno. Los murmullos de los discípulos se apagaron, y hasta Yuan'er, que estaba a un lado con los brazos cruzados, frunció el ceño, sus dedos apretando instintivamente las empuñaduras de sus dagas. Li Tian sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no era miedo. Era algo más profundo: una mezcla de desafío y claridad. Sabía que estaba frente a una autoridad que podía aplastarlo con una palabra, pero también sabía que no podía retroceder. No ahora, no después de todo lo que había aprendido, no después de romper la lanza de Li Kang con su propia fuerza.

Sin apartar la mirada, Li Tian dio un paso adelante, su espada de madera aún en la mano, aunque la bajó ligeramente en señal de respeto. —Buena pregunta —respondió, su voz firme, sin un ápice de temor—. Pero, ¿intimidar? ¿Yo? Si yo intimido, entonces, ¿por qué Li Kang ganó hace dos meses en esa pelea?

El silencio que siguió fue tan pesado que parecía que el tiempo se había detenido. Los discípulos intercambiaron miradas, algunos con los ojos muy abiertos, otros manteniendo la respiración. Nadie hablaba así al gran anciano. Nadie, y mucho menos un niño de menos de ocho años. Yuan'er, a un lado, esbozó una sonrisa apenas perceptible, como si supiera que Li Tian estaba a punto de cambiar las reglas del juego.

El gran anciano frunció el ceño, sus cejas grises juntándose como nubes de tormenta. —¿Qué estás insinuando, pequeño? —preguntó, su tono más curioso que enojado, aunque la advertencia seguía allí, latente como una chispa a punto de encenderse.

Li Tian sonorizando, una curva confiada que contrastaba con la tensión del momento. —Por suerte, obviamente —dijo, dejando que cada palabra resonara con claridad—. Li Kang ganó aquella vez porque nosotros talismanes que no eran suyos. Hoy, sin trucos, ¿quién está en el suelo?

El orgullo de Li Kang, que ya colgaba de un hilo, se desvaneció como cenizas al viento. Su rostro palideció, y sus puños temblaron a los costados. Quería gritar, defenderse, pero la mirada de su abuelo lo mantuvo en silencio. Los discípulos murmuraron, algunos riendo por lo bajo, otros mirando a Li Tian con una mezcla de asombro y temor. Había desafiado no solo a Li Kang, sino también la autoridad del gran anciano, y lo había hecho con una calma que no correspondía a su edad.

El gran anciano no respondió de inmediato. Sus ojos, profundos y antiguos, estudiaron a Li Tian como si intentaran descifrar un rompecabezas. Luego, lentamente, su ceño se relajó, y una chispa de algo que podría ser respeto brillante en su mirada. Pero no dijo nada más. En cambio, se volvió hacia Li Kang, quien aún luchaba por recuperar la compostura.

—Pequeño Kang, el camino del cultivo no es solo fuerza —dijo el anciano, su voz ahora más suave, pero cargada de una lección implícita—. Es humildad. Es aprender de las derrotas. Levántate y regresa a entrenar. No con talismanes, sino con tu corazón.

Li Kang bajó la cabeza, sus labios apretados en una línea fina. No respondió, pero asintió con un movimiento rígido antes de recoger los restos de su lanza y alejarse del campo, ignorando las miradas de los demás. Li Tian lo observó desde, sintiendo una mezcla de satisfacción y cautela. Había ganado, sí, pero también sabía que esto no terminaba aquí. No con Li Kang. No con el gran anciano.

Yuan'er se acercó a él, su sonrisa ahora abierta y llena de orgullo. —Eso fue valiente, hermano Tian —susurró, dándole un codazo suave—. Pero creo que acabas de ponerte un blanco más grande en la espalda.

Li Tian soltó una risa baja, rascándose la nuca. —Talvez. Pero si voy a ser un blanco, que al menos sea uno que nadie pueda derribar.

El gran anciano giró la cabeza una vez más hacia Li Tian, como si hubiera escuchado sus palabras. No dijo nada, pero su mirada parecía decirlo todo: "Te estoy observando, pequeño. No me decepciones" .

El campo de entrenamiento estaba envuelto en una tensión tan densa que parecía que el aire mismo vibraba. Los discípulos, que momentos antes murmuraban y observaban con curiosidad, ahora estaban paralizados, sus ojos saltando entre Li Tian, Yuan'er y el gran anciano. La figura imponente del anciano dominaba el espacio, su túnica gris ondeando como si estuviera viva, y sus ojos, ahora entrecerrados, destilaban una autoridad que hacía que incluso el sol pareciera palidecer. Li Tian, aún con la espada de madera en la mano, mantenía su postura firme, pero su corazón latía con fuerza, no por miedo, sino por la certeza de que este momento era un punto de inflexión.

El gran anciano alzó una mano, señalando a Yuan'er con un dedo que parecía más pesado que una montaña. Su voz, grave y cortante, rompió el silencio. —Y tú, niña Yuan'er, ¿qué tienes que decir? —Sus ojos se clavaron en ella, y su tono se endureció—. Eres una ladrona. Robaste los talismanes de Li Kang, ¿no es así? ¿Qué clase de descargar te permite estar aquí, entre los discípulos del clan Li?

Yuan'er, que hasta ese momento había permanecido en silencio, con los brazos cruzados y una chispa de desafío en los ojos, dio un paso adelante. Sus dagas de madera brillaban bajo el sol, y aunque era pequeña, su presencia no era menos imponente que la de Li Tian. Antes de que pudiera responder, Li Tian se adelantó, su voz resonando con una confianza que sorprendió incluso a los discípulos más cercanos.

—Esos? —dijo, con una gran sonrisa que parecía desafiar al mundo entero—. Ya los rompimos. ¿Por qué querríamos esa basura?

Las palabras de Li Tian cayeron como una piedra en un estanque, enviando ondas de conmoción a través del campo. Los discípulos jadearon, algunos cubriendo la boca para contener risas nerviosas, otros mirando al gran anciano con temor, esperando su reacción. Yuan'er, a su lado, no pudo evitar soltar una risita, aunque rápidamente la disimuló con una tos. Pero sus ojos brillaban con orgullo, como si las palabras de Li Tian fueran un escudo que la protegía.

El rostro del gran anciano se oscureció, sus cejas grises frunciéndose hasta formar una tormenta. La temperatura del campo parecía descender, y un aura opresiva comenzó a emanar de él, haciendo que los discípulos más débiles retrocedieran instintivamente. Li Kang, que aún estaba cerca, con los restos de su lanza en las manos, alzó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y malicia. Había sido humillado, pero ahora veía una oportunidad para que el gran anciano pusiera a Li Tian y Yuan'er en su lugar.

—Basura? —repitió el gran anciano, su voz baja pero cargada de furia contenida—. ¿Osas menospreciar los recursos del clan? Tú, niña, no eres ni siquiera miembro del clan Li. —Su mirada se endureció al posarse en Yuan'er, y levantó una mano, los dedos brillando con un leve resplandor de qi que hizo que el aire crepitara—. Por tu insolencia y tu robo, debería destruir tus meridianos ahora mismo. Una forastera no tiene lugar aquí.

El corazón de Li Tian dio un vuelo. Sabía que el gran anciano era capaz de cumplir su amenaza. Destruir los meridianos de un cultivador era como arrancarle el alma: significaba el fin de su camino en el cultivo, una condena peor que la muerte para alguien como Yuan'er, que vivía para pelear y crecer junto a él. Pero lo que el gran anciano no sabía, lo que nadie en el campo sabía, era que Yuan'er y Li Tian estaban bajo la protección de Li Shen, el líder del clan. Ese secreto era su escudo, pero también una espada de doble filo: revelarlo podría salvarlos, pero también atraería más atención, más enemigos.

Yuan'er, sin embargo, no mostró miedo. Sus ojos se encontraron con los del gran anciano, y aunque su cuerpo estaba tenso, su voz salió clara y firme. —Si quiere destruir mis meridianos, hágalo —dijo, levantando la barbilla—. Pero no soy una ladrona. Esos talismanes los tomaron Li Kang de la reserva del clan sin permiso. Yo solo los recuperé. Y si Li Tian dice que son basura, entonces lo son. Porque él los destruyó con su propia fuerza.

El gran anciano parpadeó, sorprendido por la audacia de la niña. Por un instante, su aura vaciló, como si las palabras de Yuan'er hubieran tocado un nervio. Li Tian sintió una oleada de orgullo, pero también de urgencia. No podía dejar que Yuan'er cargara con el peso de esta confrontación sola. Dio un paso adelante, colocándose entre ella y el anciano, su espada de madera aún en la mano, aunque sabía que era inútil contra alguien de su nivel.

—Gran anciano —dijo Li Tian, su voz calmada pero llena de una determinación que parecía más grande que él mismo—. Si va a castigar a alguien, que sea a mí. Yuan'er solo me siguió. Pero antes de que haga nada, pregúntele a Li Shen. Él sabe quiénes somos. Él sabe por qué estamos aquí.

El nombre de Li Shen cayó como un relámpago. Los discípulos contuvieron el aliento, y hasta Li Kang, que había estado observando con una sonrisa maliciosa, palideció. El gran anciano entrecerró los ojos, su mano aún levantada, pero el resplandor de qi se desvaneció ligeramente. —Li Shen? —repitió, su tono cargado de una mezcla de curiosidad y cautela—. ¿Qué tiene que ver el líder del clan con dos niños insolentes como ustedes?

Li Tian no respondió de inmediato. Sabía que mencionar a Li Shen era un riesgo, pero también su única carta. Yuan'er, a su lado, lo miró con una mezcla de preocupación y confianza, como si supiera que, pase lo que pase, lo enfrentarían juntos. El campo permaneció en un silencio sepulcral, todos esperando la reacción del gran anciano.

—Interesante —dijo finalmente el anciano, bajando la mano. Su mirada recorrió a Li Tian y Yuan'er, como si los estuviera evaluando de nuevo—. Muy bien. Hablaré con Li Shen. Pero no crean que esto termina aquí. —Se volvió hacia Li Kang, que parecía encogerse bajo su mirada—. Y tú, pequeño Kang, aprende a pelear con tu propia fuerza, no con la de otros.

Li Kang bajó la cabeza, sus puños temblando de frustración. El gran anciano dio media vuelta, su túnica ondeando como una bandera, y se alejó del campo, dejando tras de sí un silencio que parecía resonar con promesas y amenazas.

Justo cuando el eco de los pasos del gran anciano comenzaba a desvanecerse, una nueva presencia llenó el campo de entrenamiento, tan arrepentida y abrumadora que los discípulos giraron la cabeza al unísono, como atraídos por un imán invisible. Li Shen, el líder del clan Li, apareció al borde del círculo, su figura alta y serena envuelta en una túnica negra que parecía absorber la luz del sol. Sus pasos eran silenciosos, pero cada uno resonaba con una autoridad que hacía que incluso el viento pareciera detenerse. Sus ojos, fríos y penetrantes, recorrieron la escena: los restos de la lanza de Li Kang, los discípulos paralizados, Li Tian y Yuan'er en el centro, y el gran anciano, que se había detenido en seco, sorprendido por la llegada del líder.

La aparición de Li Shen sorprendió a todos. Los discípulos contuvieron el aliento, y hasta Li Kang, que aún merodeaba cerca, con los hombros hundidos, alzó la vista con una mezcla de temor y asombro. Nadie esperaba que el líder del clan, una figura casi mítica que rara vez se mostraba en los entrenamientos diarios, interviniera en un conflicto entre niños. Pero allí estaba, su presencia como una tormenta contenida, sus manos cruzadas detrás de la espalda, su rostro imperturbable.

El gran anciano giró lentamente, sus cejas grises alzándose en una mezcla de sorpresa y cautela. — ¿Qué haces aquí, líder del clan? —preguntó, su voz aún cargada de autoridad, pero con un matiz de respeto que no había mostrado antes.

Li Shen lo miró fijamente, sus ojos como dos lagos helados, sin un ápice de emoción. —Protegiendo a mis dos discípulos —respondió fríamente, su voz cortando el aire como una espada de hielo—. ¿Tienes algún problema con eso?

Las palabras fueron un golpe directo. Los discípulos jadearon, y hasta Li Tian y Yuan'er intercambiaron una mirada de sorpresa, aunque rápidamente disimulada. Nadie sabía que Li Shen los había tomado como discípulos personales, un honor que ni siquiera los genios del clan podían soñar. Li Kang palideció, sus manos temblando mientras apretaba los restos de su lanza, como si el mundo que conocía se desmoronara bajo sus pies.

El gran anciano, por un momento, parecía desconcertado. Sus ojos se entrecerraron, evaluando a Li Shen, luego a Li Tian y Yuan'er, como si intentara conectar las piezas de un rompecabezas que no había visto venir. Pero entonces, una sonrisa cordial se dibujó en su rostro, suavizando las arrugas de su piel como si el conflicto entero fuera una simple anécdota. —Para nada, líder del clan —dijo, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de deferencia—. Solo estaba… asegurándome de que la disciplina se mantuviera en el campo.

Li Shen no respondió de inmediato. Su mirada permaneció fija en el gran anciano, como si pudiera ver a través de su fachada de cortesía. Luego, con un movimiento casi imperceptible, giró la cabeza hacia Li Tian y Yuan'er. —Vengan conmigo —dijo, su voz calma pero inapelable—. Tenemos entrenamiento que terminar.

Li Tian y Yuan'er asintieron al unísono, sus corazones latiendo con una mezcla de alivio y emoción. Mientras seguían a Li Shen fuera del campo, los discípulos los observaban en silencio, sus murmullos comenzando a surgir como un río que rompe una presa. Li Kang, aún de pie, apretó los dientes, sus ojos brillando con una furia que prometía venganza. El gran anciano, por su parte, permaneció inmóvil, su sonrisa desvaneciéndose lentamente mientras veía al líder del clan alejarse.

Cuando Li Shen, Li Tian y Yuan'er desaparecieron por el sendero hacia la residencia del líder, el campo de entrenamiento pareció exhalar por fin. Pero todos sabían que este día, esta confrontación, había cambiado algo en el clan Li. Li Tian y Yuan'er ya no eran solo dos niños con talento; eran los discípulos del líder, y eso los convertía en algo mucho más grande: un símbolo, una amenaza, una promesa.