FISICO DORADO

El sol de la mañana resplandecía sobre la residencia del clan Li, sus rayos dorados acariciando los tejados de jade y proyectando sombras danzantes en los senderos empedrados. El campo de entrenamiento, aún impregnado del polvo levantado por el reciente enfrentamiento con Li Kang y el gran anciano, parecía contener el aliento. Los discípulos, que momentos antes habían observado con asombro la intervención de Li Shen, se dispersaban lentamente, sus murmullos apagados por la presencia imponente del líder del clan. Li Shen, envuelto en una túnica negra que parecía absorber la luz del sol, avanzaba por el sendero hacia su residencia, seguido de cerca por Li Tian y Yuan’er. Sus pasos eran firmes, pero el aire a su alrededor vibraba con una tensión silenciosa, como el instante antes de que un relámpago rasgue el cielo.

Li Tian caminaba con la espada real envainada en su espalda, su peso un recordatorio constante de la confianza que Li Shen había depositado en él. Había dominado la técnica de la Marea que Destruye Rocas, había alcanzado la quinta etapa del Refinamiento Corporal, y había roto la lanza de Li Kang con un solo movimiento. Pero la victoria en el campo de entrenamiento no había sido completa; las palabras del gran anciano aún resonaban en su mente, y la mirada fría de Li Shen sugería que el precio de su desafío estaba por cobrarse.

Yuan’er, a su lado, ajustaba las dagas de madera en su cinturón, su rostro sereno pero con un brillo de preocupación en los ojos. Sabía que su acto de robar los talismanes de Li Kang había sido impulsivo, pero lo había hecho por Li Tian, para protegerlo de un oponente que jugaba con ventaja. La intervención de Li Shen los había salvado de la furia del gran anciano, pero la calma del líder era más inquietante que cualquier grito.

Cuando llegaron a la residencia de Li Shen, un edificio austero de piedra gris con columnas talladas con dragones enroscados, el líder se detuvo frente al patio interior. El espacio estaba silencioso, rodeado de sauces llorones y un estanque de aguas cristalinas que reflejaban el cielo. Li Shen se volvió lentamente, sus ojos como lagos helados posándose primero en Yuan’er, luego en Li Tian. La intensidad de su mirada hizo que ambos niños se enderezaran instintivamente, sus corazones latiendo con una mezcla de respeto y cautela.

—Yuan’er —dijo Li Shen, su voz baja pero cortante como el filo de una espada—. Tu valentía fue notable, pero también imprudente. Robar talismanes, desafiar al gran anciano… ¿crees que tus dagas de madera pueden protegerte de las consecuencias?

Yuan’er bajó la mirada, sus mejillas enrojeciendo ligeramente. No era miedo lo que sentía, sino una punzada de culpa. —Tío Shen —respondió con voz firme, aunque suave—, no me arrepiento de proteger a mi hermano Tian. Pero aceptaré cualquier castigo que me des.

Li Shen alzó una ceja, su expresión imperturbable. —El castigo no siempre es la respuesta —dijo, su tono suavizándose apenas—. Pero la disciplina sí. Reflexiona sobre tus acciones, Yuan’er. La fuerza no se mide solo en el filo de tus dagas, sino en la claridad de tu juicio.

Yuan’er asintió, sus manos apretando las empuñaduras de sus dagas como si buscaran consuelo en su familiaridad. Li Shen desvió su mirada hacia Li Tian, y el aire pareció volverse más denso. Los ojos del líder, fríos y penetrantes, parecían capaces de desentrañar los secretos más profundos del alma de un niño. Li Tian sintió un escalofrío, pero no apartó la mirada. Había aprendido en estos dos meses de encierro que el miedo era un lujo que un cultivador no podía permitirse.

—Li Tian —dijo Li Shen, su voz resonando como un eco en las profundidades de una caverna—. No has reflexionado estos dos meses. ¿Quieres estar castigado otros dos meses, además de que pusiste en peligro a Yuan’er?

Las palabras cayeron como un martillo, y Li Tian sintió una punzada en el pecho. La acusación de haber puesto en peligro a Yuan’er le dolió más que cualquier golpe en el campo de entrenamiento. Recordó cómo ella había dado un paso al frente para defenderlo, cómo su voz había desafiado al gran anciano sin vacilar. Había sido su escudo, pero también su responsabilidad. Y ahora, Li Shen lo enfrentaba con una verdad que no podía ignorar.

Li Tian respiró hondo, su mente trabajando a toda velocidad. Los últimos dos meses de encierro habían sido agotadores, pero también transformadores. La técnica de la Marea que Destruye Rocas había fluido por sus músculos, su qi se había estabilizado, y su cuerpo se había vuelto más resistente. El castigo no había sido una carga; había sido una forja que lo había moldeado en algo más fuerte, más preciso, más él mismo. Si otro castigo significaba más tiempo para pulir su camino, para volverse alguien capaz de proteger a Yuan’er y de enfrentarse al destino que lo aguardaba, entonces lo aceptaría sin dudar.

—Tío Shen —dijo Li Tian, su voz clara y decidida, aunque con un toque de humildad—, mientras me enseñes una técnica, no me importará seguir castigado.

El silencio que siguió fue tan profundo que incluso el canto de los pájaros en los sauces pareció desvanecerse. Yuan’er giró la cabeza hacia Li Tian, sus ojos muy abiertos, una mezcla de sorpresa y admiración brillando en ellos. Li Shen, por su parte, no mostró ninguna reacción inmediata. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si estuviera evaluando no solo las palabras de Li Tian, sino también la determinación detrás de ellas. Por un momento, el líder del clan parecía una estatua, inmóvil, intocable, su túnica negra ondeando suavemente con la brisa.

Li Tian sintió el peso de esa mirada, pero no flaqueó. Sabía que su respuesta era audaz, casi desafiante, pero también era sincera. Los dos meses de encierro no habían sido un castigo en el sentido tradicional; habían sido una oportunidad para crecer, para acercarse al cultivador que quería ser. Y si Li Shen estaba dispuesto a enseñarle una nueva técnica, entonces cualquier sacrificio valdría la pena.

Yuan’er, a su lado, apretó los labios, sus dedos rozando las empuñaduras de sus dagas. Quería decir algo, pero la presencia de Li Shen la mantuvo en silencio. En su interior, sin embargo, sentía una mezcla de orgullo y preocupación. Li Tian estaba dispuesto a sacrificarse por su camino, pero ella también quería estar a su altura, protegerlo no solo con sus dagas, sino con su propio crecimiento.

El patio permaneció en silencio, el sol ascendiendo lentamente en el cielo, proyectando sombras que parecían alargarse como los pensamientos de los tres presentes. Li Tian mantuvo su postura, su espada real un ancla en su espalda, su qi fluyendo suavemente en su dantian. Estaba listo para lo que viniera, para el castigo, para la técnica, para el camino que aún no podía ver, pero que sentía en cada latido de su corazón.

Li Shen miró a Li Tian con una mirada profunda, sus ojos como pozos sin fondo que parecían capaces de ver más allá de la carne y el hueso, hasta el núcleo mismo de su alma. El silencio en el patio interior de la residencia era casi tangible, roto solo por el suave murmullo del estanque y el susurro de las hojas de los sauces. Luego, con una voz que resonó con una mezcla de autoridad y promesa, dijo: —Si es lo que quieres, te daré una técnica.

Li Tian sintió una oleada de alivio, pero también de anticipación. La idea de aprender algo nuevo, algo que lo llevara más allá de la Marea que Destruye Rocas, hacía que su corazón latiera con fuerza. Pero antes de que pudiera responder, Li Shen giró ligeramente la cabeza, su mirada posándose en Yuan’er, que estaba a un lado, con las manos aún rozando las empuñaduras de sus dagas.

—Y tú —dijo Li Shen, su tono ahora más severo, aunque no exento de una extraña calidez—, debiste haber detenido a Li Tian.

Las palabras cayeron sobre Yuan’er como una piedra en un estanque tranquilo, enviando ondas de confusión y duda a través de su mente. Sus ojos se abrieron ligeramente, y por un instante, su postura confiada vaciló. ¿Detener a Li Tian? La idea era tan extraña, tan contraria a todo lo que había hecho hasta ahora, que le costó procesarla. Había peleado a su lado, había robado talismanes para él, había desafiado al gran anciano por él. ¿Cómo podía Li Shen sugerir que su papel era detenerlo?

Li Shen no esperó una respuesta. Con un movimiento fluido, dio media vuelta y señaló la entrada de la residencia. —Vengan —ordenó, su voz inapelable—. Descansen y prepárense. Mañana comenzará un nuevo entrenamiento.

Li Tian y Yuan’er intercambiaron una mirada rápida, sus pensamientos un torbellino de emociones. Li Tian asintió ligeramente, una chispa de determinación en sus ojos, mientras Yuan’er apretaba los labios, su mente aún atrapada en las palabras de Li Shen. Sin decir más, los tres entraron en la residencia, el eco de sus pasos resonando en los pasillos de piedra.

La casa de Li Shen era austera, pero imponente. Los muebles de madera oscura estaban tallados con motivos de dragones y nubes, y las paredes estaban adornadas con pergaminos que contenían caligrafías de antiguas enseñanzas del cultivo. El aire olía a incienso de sándalo, y la luz del sol se filtraba a través de las ventanas de papel de arroz, proyectando un brillo suave en el suelo pulido. Li Tian y Yuan’er se acomodaron en una sala pequeña, sentándose en cojines de seda junto a una mesa baja. Un sirviente les trajo té de hierbas, cuyo aroma cálido llenó la habitación, pero ninguno de los dos habló. La tensión de la mañana aún pesaba sobre ellos.

Li Shen, sin decir palabra, salió de la residencia, su túnica negra ondeando tras él como una sombra. —Regresaré pronto —fue todo lo que dijo antes de desaparecer por el sendero hacia el corazón del clan. Li Tian y Yuan’er se quedaron solos, el silencio entre ellos cargado de pensamientos no expresados.

Yuan’er tomó su taza de té, pero no bebió. Sus dedos tamborileaban suavemente contra la cerámica, y sus ojos estaban fijos en un punto lejano, como si estuviera luchando con un enigma invisible. Las palabras de Li Shen resonaban en su mente: “Debiste haber detenido a Li Tian”. Cada repetición de esa frase abría una nueva grieta en su corazón, un dilema que no había considerado hasta ahora.

“Detener al hermano Tian de pelear también es una forma de ayudarlo… ¿o no?” pensó, su ceño frunciéndose. Desde que había llegado a la residencia de Li Shen, su propósito había sido claro: proteger a Li Tian, estar a su lado, ser su escudo cuando él fuera la espada. Pero, ¿y si protegerlo significaba frenarlo? ¿Y si sus peleas, sus desafíos, sus riesgos, eran un peligro no solo para él, sino para ambos? La idea de privar a Li Tian de sus deseos, de su pasión por pelear, por crecer, por enfrentar al mundo, le parecía una traición. Pero la mirada severa de Li Shen sugería que había una verdad en sus palabras, una lección que ella aún no comprendía.

—Hermano Tian —dijo finalmente, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi vacilante, algo raro en ella—. ¿Crees que… a veces deberíamos evitar pelear?

Li Tian, que había estado mirando su propia taza de té, alzó la vista, sorprendido por la pregunta. —Yuan’er, ¿qué dices? —respondió, una sonrisa ladeada formándose en su rostro—. Pelear es como respirar para un cultivador. Es la forma en que crecemos, en que probamos nuestro camino.

Yuan’er frunció los labios, sus dedos deteniéndose en la taza. —Lo sé, pero… ¿y si pelear te pone en peligro? ¿Y si… alguien quiere detenerte porque le importas?

Li Tian parpadeó, la sonrisa desvaneciéndose lentamente. Las palabras de Yuan’er tocaron algo en él, un eco de la acusación de Li Shen de que había puesto en peligro a su compañera. Por un momento, recordó el campo de entrenamiento, la lanza de Li Kang, los talismanes brillando en el aire, y cómo Yuan’er había dado un paso al frente para defenderlo. ¿Había sido él quien la había puesto en riesgo? La idea lo hizo apretar los puños, el calor del qi en su dantian agitándose como una marea inquieta.

—No quiero que nadie se lastime por mí —dijo finalmente, su voz más baja de lo habitual—. Pero no puedo dejar de pelear, Yuan’er. No puedo dejar de buscar mi camino. Si lo hago… entonces, ¿quién soy?

Yuan’er lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de comprensión y conflicto. Quería responder, pero las palabras se le atascaron en la garganta. En su interior, el dilema seguía creciendo: proteger a Li Tian significaba estar a su lado, pero también podía significar frenarlo, guiarlo, incluso si eso iba contra sus deseos. Era una contradicción que no sabía cómo resolver, pero que sabía que debía enfrentar.

Antes de que pudieran continuar, el sonido de pasos firmes resonó en el pasillo. Li Shen regresó, su presencia llenando la sala como una corriente de aire frío. En su mano derecha sostenía un objeto envuelto en un paño de seda azul, su forma rectangular sugería un libro o un manual. Sus ojos se posaron en Li Tian, ignorando por el momento a Yuan’er, quien bajó la mirada, aún atrapada en sus pensamientos.

—Li Tian —dijo Li Shen, su voz firme pero con un toque de solemnidad—. Te traje este manual. Ten.

Desató el paño con un movimiento preciso, revelando un libro antiguo de tapas doradas, cuya superficie estaba grabada con caracteres que parecían brillar tenuemente con un resplandor espiritual. Las palabras “Físico Dorado” estaban talladas en la portada, cada trazo cargado de una energía que hacía que el aire a su alrededor vibrara ligeramente. Li Tian sintió un escalofrío recorrerle la espalda, no de miedo, sino de anticipación. Este no era un manual ordinario; era algo poderoso, algo que podía cambiar su camino para siempre.

Li Tian se levantó, sus manos extendiéndose con reverencia para tomar el manual. Era más pesado de lo que esperaba, como si contuviera no solo palabras, sino el peso de siglos de conocimiento. —Gracias, tío Shen —dijo, inclinando la cabeza profundamente.

Li Shen asintió, su expresión aún fría, pero con una chispa de expectativa en sus ojos. —El Físico Dorado no es solo una técnica —advirtió—. Es una transformación. Requiere disciplina, sacrificio y una voluntad inquebrantable. Si no estás listo, te consumirá. Pero si lo dominas… te hará más fuerte de lo que imaginas.

Yuan’er alzó la vista, sus ojos posándose en el manual con una mezcla de curiosidad y cautela. El dilema en su corazón seguía presente, pero la visión del manual, la promesa de un nuevo poder para Li Tian, le dio una extraña sensación de esperanza. Tal vez, si él se volvía más fuerte, ella no tendría que elegir entre protegerlo y dejarlo pelear. Tal vez, juntos, podrían enfrentar cualquier desafío.

Li Shen dio un paso atrás, su túnica ondeando suavemente. —Descansen esta noche —ordenó—. Mañana, al amanecer, comenzaremos. Y Yuan’er… reflexiona sobre lo que significa proteger a alguien. No siempre es seguirlo ciegamente.

Con esas palabras, Li Shen salió de la sala, dejando a los dos niños solos con el manual y sus pensamientos. Li Tian abrió el libro con cuidado, sus ojos recorriendo las primeras líneas, que hablaban de un cuerpo forjado en oro, inmune al dolor, capaz de soportar el peso del cielo mismo. Yuan’er, a su lado, lo observaba en silencio, su corazón dividido entre la lealtad y la duda.

La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas de papel de arroz, proyectando un resplandor plateado en la sala de la residencia de Li Shen. Li Tian y Yuan’er seguían sentados en los cojines de seda, el manual del Físico Dorado descansando sobre la mesa baja como un artefacto sagrado. El aire estaba cargado de una energía sutil, como si el libro mismo emanara una presencia que hacía que los corazones de ambos niños latieran más rápido. Li Tian había leído las primeras páginas, sus ojos brillando con una mezcla de asombro y determinación, mientras Yuan’er permanecía en silencio, sus pensamientos aún atrapados en el dilema que Li Shen había sembrado en su mente.

El manual hablaba de una técnica legendaria, una que transformaba el cuerpo mortal en algo cercano a lo divino. Según las primeras líneas, el Físico Dorado requería no solo un control preciso del qi, sino también una resistencia física y mental que pocos cultivadores podían alcanzar. Cada etapa de la técnica fortalecía los músculos, los huesos y los meridianos, haciéndolos tan duros como el metal y tan flexibles como el bambú. Pero el costo era alto: el entrenamiento era agotador, doloroso, y requería una entrega total. Li Tian, sin embargo, no sentía miedo; solo una chispa de emoción que crecía con cada palabra que leía.

Yuan’er, por su parte, no podía apartar la mirada del manual. Las palabras de Li Shen seguían resonando en su cabeza: “Debiste haber detenido a Li Tian”. La idea de frenarlo, de protegerlo privándolo de sus peleas, le parecía una contradicción imposible. Pero la visión del manual, la promesa de un poder que podía hacer a Li Tian casi invencible, le dio una nueva perspectiva. Si él dominaba el Físico Dorado, tal vez no necesitaría que ella lo protegiera tanto. Tal vez, su papel no era detenerlo, sino ayudarlo a alcanzar su máximo potencial.

—Hermano Tian —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Ese manual… parece peligroso. ¿Estás seguro de que quieres intentarlo?

Li Tian cerró el libro con cuidado, sus dedos rozando las tapas doradas como si fueran un tesoro. —No es solo que quiera, Yuan’er —respondió, su voz firme pero con un toque de emoción—. Lo necesito. Si quiero protegerte, si quiero enfrentar a los que están por encima de nosotros, como el gran anciano o incluso… —hizo una pausa, su mente recordando la figura de Ling Tian, el futuro protagonista—, entonces debo ser más fuerte. El Físico Dorado es mi siguiente paso.

Yuan’er asintió lentamente, sus dedos tamborileando contra la empuñadura de una de sus dagas. —Entonces… te apoyaré —dijo, su voz más decidida ahora—. Pero prométeme que no te dejarás consumir por esto. Prométeme que seguirás siendo el hermano Tian que conozco.

Li Tian sonrió, una curva confiada que iluminó su rostro. —Lo prometo, Yuan’er. Y tú prométeme que seguirás siendo la hermana Yuan’er que me da codazos cuando me paso de listo.

Ambos se rieron, el sonido llenando la sala y disipando por un momento la tensión que los había acompañado desde el campo de entrenamiento. Pero la risa se desvaneció cuando el sonido de pasos firmes resonó en el pasillo. Li Shen regresó, su figura imponente llenando la entrada de la sala. En su mano derecha ya no llevaba el manual; en su lugar, sostenía una pequeña caja de madera lacada, grabada con runas que brillaban tenuemente en la penumbra.

—Li Tian, Yuan’er —dijo Li Shen, su voz cortante pero con un toque de solemnidad—. El Físico Dorado no es una técnica que se aprenda solo con palabras. Requiere acción, sacrificio y, sobre todo, voluntad. Esta caja contiene algo que necesitarás para el entrenamiento. Pero antes de abrirla, quiero que ambos entiendan algo.

Hizo una pausa, sus ojos recorriendo a los dos niños como si estuviera midiendo su resolución. —El camino del cultivo no es solo fuerza. Es equilibrio. Li Tian, tu deseo de pelear, de crecer, es tu motor, pero sin control, te llevará a la destrucción. Yuan’er, tu deseo de proteger es tu fuerza, pero sin juicio, te hará daño a ti y a aquellos que amas. El Físico Dorado será una prueba para ambos, no solo para Li Tian.

Li Tian y Yuan’er asintieron, sus corazones latiendo al unísono. Li Shen colocó la caja sobre la mesa, su mano rozando la superficie lacada como si estuviera activando algo en su interior. Con un clic suave, la caja se abrió, revelando un pequeño frasco de jade que contenía un líquido dorado que parecía brillar con luz propia. Junto al frasco había una aguja de metal negro, tan fina que parecía capaz de atravesar el alma misma.

—Este es el Elixir del Sol Naciente —explicó Li Shen, señalando el frasco—. Fortalecerá tu cuerpo para soportar el entrenamiento del Físico Dorado. Pero cada gota que tomes será como fuego en tus venas. Y esta aguja —añadió, levantándola con cuidado— se usará para abrir tus meridianos, permitiendo que el qi fluya sin restricciones. El proceso será doloroso, Li Tian. Más doloroso de lo que has experimentado hasta ahora.

Li Tian tragó saliva, pero su mirada no vaciló. —Estoy listo, tío Shen —dijo, su voz firme.

Yuan’er, a su lado, sintió un nudo en el estómago. La idea de Li Tian soportando un dolor tan intenso le hizo apretar los puños, pero no dijo nada. Sabía que este era su camino, y que su papel no era detenerlo, sino estar allí, apoyándolo, incluso cuando el miedo la invadiera.

Li Shen asintió, su expresión suavizándose apenas. —Mañana comenzaremos el entrenamiento —dijo—. Pero esta noche, preparen sus corazones. El Físico Dorado no es solo una técnica; es una promesa. Una promesa de que no se rendirán, pase lo que pase.

Con esas palabras, Li Shen cerró la caja y salió de la sala, dejando a Li Tian y Yuan’er solos con el frasco, la aguja y el manual. El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez era diferente. Era un silencio lleno de propósito, de resolución, de la certeza de que el camino que habían elegido era duro, pero necesario.

Li Tian tomó el manual de nuevo, sus dedos rozando las palabras “Físico Dorado” como si pudieran transmitirle su poder. Yuan’er lo observó, su dilema aún presente, pero ahora acompañado de una nueva determinación. No detendría a Li Tian, pero tampoco lo dejaría solo. Juntos, enfrentarían el dolor, el sacrificio y el destino que los aguardaba.

El cielo afuera se teñía de negro, las estrellas comenzando a brillar como faros en la oscuridad. Li Tian y Yuan’er se levantaron, sus pasos resonando en la sala mientras se dirigían a sus habitaciones. Mañana, al amanecer, comenzaría una nueva etapa. Y aunque el camino era incierto, sabían que lo recorrerían juntos.