LAGO DEL DURAZNO DIVINO

La noche envolvía la Ciudad de la Luna Caída en un manto de oscuridad, roto solo por el resplandor plateado de las linternas espirituales que flotaban sobre los tejados de jade del clan Li. Pero más allá de la residencia, en un rincón olvidado del valle, el Lago del Durazno Divino brillaba como un espejo celestial, sus aguas destellando con un aura dorada que prometía milagros. Se decía que aquellos que absorbieran su esencia podían despertar talentos dormidos, transformando a un cultivador mediocre en un genio capaz de desafiar los cielos. Sin embargo, el lago estaba protegido por formaciones antiguas, y solo los más audaces o desesperados se atrevían a acercarse.

En el centro de este lago sagrado, una figura solitaria se alzaba, envuelta en un torbellino de energía demoníaca que oscurecía el aire a su alrededor. El hombre, de cabello gris como cenizas apagadas y una barba corta del mismo tono, tenía un rostro pálido que parecía tallado en mármol frío. Sus ojos, carentes de pupilas, brillaban con un blanco espectral, y su ceño fruncido reflejaba una mezcla de desdén y determinación. Vestía una túnica negra con bordados morados que ondeaban como sombras vivas, y su presencia era tan opresiva que incluso los peces espirituales del lago se hundían en las profundidades, temblando ante su aura.

Este era Mu Yuan, conocido en los círculos oscuros como el Emisario de la Sombra Nocturna, un cultivador cuya leyenda estaba manchada por su pacto con las energías demoníacas. Hace décadas, había cruzado el destino de Li Yue, la madre de Li Tian, otorgándole un gu latente, un parásito espiritual que prometía poder a cambio de un sacrificio. Ese gu había florecido en el cuerpo de Li Yue, pero, como todo lo que Mu Yuan tocaba, trajo tragedia. Ahora, bajo la luz de la luna, Mu Yuan contemplaba el lago con una sonrisa torcida, sus labios revelando dientes afilados que destellaban como dagas.

“¿Entonces la pequeña Yue murió? Qué lástima,” dijo, su voz resonando como un eco en una caverna profunda. La risa que siguió fue fría, desprovista de humanidad, como si se burlara no solo de Li Yue, sino de los cielos mismos. “Pobre niña, tan llena de esperanza. Pero el gu latente siempre cobra su precio. Eso yo lo pongo, como siempre lo he hecho.”

Mu Yuan extendió los brazos, dejando que la energía demoníaca se arremolinara a su alrededor, formando un vórtice que agitaba las aguas del lago. Las ondas doradas se alzaban como olas furiosas, pero no podían tocarlo, como si temieran su poder. Su mirada se alzó hacia el cielo, donde las nubes comenzaban a girar, teñidas de un rojo ominoso que anunciaba una tribulación celestial. “Ya estoy preparado para alcanzar el Núcleo Dorado,” proclamó, su voz cargada de arrogancia. “Los cielos no podrán detenerme, y este lago será mi escalera hacia la inmortalidad.”

Con un movimiento fluido, Mu Yuan se levantó del centro del lago, sus pies apenas rozando la superficie. El aire crujió a su alrededor, y un destello de energía demoníaca iluminó su figura, haciendo que las sombras de los árboles cercanos parecieran retorcerse de miedo. Entonces, con un salto elegante, se posó sobre las aguas del Lago del Durazno Divino, como si caminara sobre un espejo roto. Las aguas doradas se calmaron bajo sus pies, sometidas por su voluntad, y un aura oscura comenzó a fusionarse con el qi espiritual del lago, creando un espectáculo que desafiaba las leyes del mundo.

El cielo respondió con furia. Las nubes se desgarraron, y un trueno retumbó como el rugido de un dragón ancestral. El primer rayo de la tribulación, grueso como el tronco de un árbol milenario, descendió con un destello cegador, apuntando directamente a Mu Yuan. La energía del rayo era pura, cargada con la voluntad de los cielos para purgar a aquellos que desafiaban su orden. El impacto hizo temblar el valle, y las aguas del lago se alzaron en una explosión dorada, iluminando la noche como un segundo sol.

En la residencia del clan Li, a kilómetros de distancia, los cultivadores despertaron sobresaltados. Las linternas espirituales titilaron, y los ancianos, sentados en meditación, abrieron los ojos con alarma. “¿Una tribulación celestial?” murmuró uno, mientras otro, con el rostro pálido, susurró, “El Lago del Durazno Divino… alguien está desafiando los cielos.” La conmoción se extendió como un incendio, y los guardias del clan corrieron hacia los patios, sus espadas desenvainadas, temiendo un ataque.

Mu Yuan, en el centro del lago, alzó una mano, y la energía demoníaca formó un escudo negro que absorbió el rayo con un rugido ensordecedor. Su túnica ondeó violentamente, pero su expresión permaneció impasible, como si el poder de los cielos fuera un mero inconveniente. “¿Esto es todo lo que tienes?” gruñó, su voz desafiante resonando sobre el estruendo. La risa volvió a escapar de sus labios, más oscura esta vez, como si disfrutara del dolor que infligía al orden celestial.

El clan Li, ahora en alerta máxima, comenzó a movilizarse. Los ancianos, liderados por el Gran Anciano Li Kun, se reunieron en el Gran Patio de las Mil Espadas, sus auras combinadas creando una presión que hacía crujir las piedras del suelo. “Debemos ir al lago,” ordenó Li Kun, su voz temblando de furia y miedo. “Nadie puede profanar el Lago del Durazno Divino y vivir para contarlo.”

Mientras tanto, Mu Yuan permanecía inmóvil sobre las aguas, su energía demoníaca creciendo con cada segundo. El lago, que una vez había sido un símbolo de pureza, ahora parecía corrompido por su presencia, con vetas negras serpenteando por su superficie dorada. La tribulación aún no había terminado, y el cielo se preparaba para desatar su siguiente castigo. Pero Mu Yuan, con su ceño fruncido y sus ojos sin pupila, parecía más un dios que un mortal, listo para enfrentarse a los cielos y salir victorioso.

El Lago del Durazno Divino temblaba bajo la furia de la tribulación celestial, sus aguas doradas agitadas por el eco del primer rayo. El cielo, ahora un torbellino de nubes rojas y negras, rugía como una bestia herida, mientras relámpagos danzaban en el horizonte, anunciando la llegada de un segundo castigo. En el centro del lago, Mu Yuan permanecía erguido, su figura envuelta en un manto de energía demoníaca que desafiaba la luz pura del lago. Su cabello gris ondeaba como una bandera rota, y su barba corta brillaba con un resplandor antinatural bajo los destellos de la tormenta.

El primer rayo, que habría reducido a cenizas a un cultivador común, había sido resistido con una facilidad escalofriante. Mu Yuan bajó la mano que había usado para formar el escudo demoníaco, y una sonrisa torcida se dibujó en su rostro pálido. “Los cielos son débiles,” murmuró, su voz cargada de desprecio. “El Núcleo Dorado será mío, y con él, aplastaré a cualquiera que se interponga en mi camino.” Sus ojos sin pupila se alzaron hacia el cielo, como si retara a los dioses a enviar algo más poderoso. Eso yo lo pongo, pensó, recordando cómo había manipulado el destino de Li Yue con el gu latente, un plan que ahora lo acercaba a su meta final.

El lago, a pesar de su santidad, parecía doblegarse ante su presencia. Las aguas doradas, que una vez habían sido un faro de esperanza para los cultivadores del clan Li, ahora reflejaban el aura oscura de Mu Yuan, con sombras negras que se retorcían como serpientes bajo la superficie. El aire estaba cargado de un olor metálico, mezcla de ozono y energía demoníaca, y los árboles que rodeaban el lago crujían, sus hojas cayendo como si temieran la profanación de aquel lugar sagrado.

En la distancia, el clan Li estaba en caos. Los discípulos corrían por los patios, sus rostros pálidos ante la magnitud del disturbio. Las linternas espirituales, que normalmente flotaban con gracia, ahora parpadeaban como si estuvieran a punto de apagarse. Los ancianos, liderados por Li Kun, se preparaban para partir hacia el lago, sus túnicas ondeando con auras que hacían temblar el suelo. Pero entre ellos, uno destacaba por su calma y autoridad: Li Shen, el mentor de Li Tian, cuya presencia era como una montaña inamovible.

Li Shen, con su cabello plateado y su túnica azul oscuro, lideró el grupo hacia el Lago del Durazno Divino, su espada espiritual desenvainada y brillando con un aura plateada. Los ancianos lo seguían, sus rostros marcados por la preocupación. “El lago es un tesoro del clan,” dijo uno, con voz temblorosa. “Si alguien lo corrompe, el equilibrio de la Ciudad de la Luna Caída se romperá.” Otro añadió, “¿Y si es un ataque de la Secta del Loto Negro? Han codiciado el lago durante siglos.”

Li Shen no respondió, pero sus ojos estaban fijos en el horizonte, donde el cielo rojo anunciaba la tribulación. Esto no es una secta común, pensó. Solo un cultivador al borde del Núcleo Dorado podría provocar tal caos. Su mente, aguda como una espada, analizaba cada posibilidad, pero una cosa era segura: el intruso debía ser detenido.

El grupo llegó al borde del lago justo cuando el segundo rayo se preparaba para descender. El cielo se desgarró con un rugido, y un relámpago aún más grueso que el primero iluminó el valle, bañando a Mu Yuan en una luz cegadora. El cultivador demoníaco alzó ambas manos, y un escudo negro más denso se formó a su alrededor, absorbiendo el impacto con un estruendo que hizo temblar las montañas cercanas. Las aguas del lago se alzaron en una ola dorada, estrellándose contra las orillas y empapando a los ancianos.

Mu Yuan no se inmutó. Su risa resonó de nuevo, más fuerte esta vez, como si se burlara de la impotencia de los cielos. “¡Vamos, muéstrame tu verdadero poder!” gritó, su voz amplificada por el qi demoníaco. Su túnica negra con bordados morados ondeaba como una bandera de desafío, y su piel pálida parecía brillar con un resplandor enfermizo bajo los relámpagos.

Li Shen dio un paso adelante, su aura plateada cortando la energía demoníaca como una espada. Los ancianos detrás de él se tensaron, sus manos listas para invocar técnicas de combate. Li Kun, con el rostro contorsionado por la furia, murmuró, “Este intruso debe morir. Nadie profana nuestro lago y vive.” Pero Li Shen alzó una mano, silenciándolo.

El maestro del clan Li canalizó qi en su garganta, haciendo que su voz resonara como un trueno propio, capaz de atravesar el caos de la tribulación. “¿Quién eres?” preguntó, sus palabras cargadas de autoridad y desafío. Sus ojos se clavaron en Mu Yuan, quien, desde el centro del lago, giró lentamente la cabeza para mirarlo.

La sonrisa de Mu Yuan se ensanchó, y sus ojos sin pupila brillaron con un destello maligno. Pero no respondió. En cambio, alzó una mano hacia el cielo, como si invitara al siguiente rayo a descender. El aire se volvió más pesado, y el clan Li supo que estaban frente a un enemigo cuya ambición podía destruirlos a todos.