5: BUL-UI GUNJU

Baekjoseon, Año del Tigre, Decimonoveno invierno

 

«Si el infierno existe, entonces vivo en uno que está lleno de escarcha y sombras.»

—Pensamientos del príncipe heredero Yi Hwan

 

La cueva respiraba niebla. Cada grieta en la roca exhalaba un frío desgarrador, como si el invierno hubiese nacido allí, mucho antes de los hombres.

Gris del Norte avanzaba en silencio, deslizándose entre las sombras como un cazador sin presa. Su rostro, cubierto por una máscara manchada de escarcha, no mostraba emoción. Solo sus ojos —fríos, precisos, inhumanos— brillaban con el fulgor de la luna menguante.

Al fondo de la cueva, una figura aguardaba. Alta. Inmóvil. Envuelta en una túnica tan negra que la oscuridad parecía tejerla. No se volvió cuando el asesino llegó. Solo el murmullo del viento entre las piedras y el goteo lejano del hielo marcaban el tiempo.

—El rey ha muerto —dijo Gris del Norte con voz seca, apenas un susurro contra las paredes húmedas—. Tal como lo ordenaste, he clavado la espada de jade en su corazón.

La figura no respondió al instante. Solo alzó levemente la cabeza, como si oliera algo en el aire.

—¿Y el heredero? —preguntó entonces, con una voz profunda, serena, pero con filo. Como una cuchilla envuelta en seda y pétalos.

—He despejado el camino de regreso a la Corte de Hielo de asesinos y de los guhwon. Yi Hwan, el portador del Ojo Blanco, tomará el trono tal y como se ha dispuesto desde su nacimiento.

Un leve sonido surgió del pecho de la figura: una risa breve, contenida, más como una exhalación satisfecha que como una muestra de alegría.

—Todo va como debe ser —dijo finalmente—. La nieve se ha asentado en los huesos de la gente del sur. Y ahora solo queda esperar a que el Vacío se abra al mundo.

Gris del Norte ladeó la cabeza. No había temor en él, pero sí cautela. Aquel al que servía no era un hombre común. Nunca lo había sido.

—El pueblo aún cree en la profecía de la salvación. Que un nuevo rey traerá la primavera y la unificación de las tres cortes —murmuró.

—¿Y no es así? —replicó la figura, girando apenas la cabeza, lo suficiente para que un destello de luz revelara la curva de una cicatriz que bajaba por su mejilla izquierda.

—¿Tú también crees en la salvación? —preguntó Gris del Norte, casi con burla.

La figura rio por lo bajo.

—Yo creo en el equilibrio. Y para que la primavera florezca, primero debe haber deshielo. Y para que haya deshielo… el hielo debe gobernar hasta que la luna se parta en dos.

Un nuevo silencio cayó entre ellos. La cueva parecía oírlos, latir con sus palabras.

—¿Y qué hay de los otros? —inquirió el asesino—. ¿Saben lo que se avecina?

—Nadie sabe. Nadie debe saber. Ni los príncipes, ni la reina, ni el Consejero. Todos están donde deben estar. Cada pieza, bien colocada.

Gris del Norte dio un paso atrás, como un siervo que ha cumplido su parte.

—¿Y si el nuevo rey no cumple lo que esperas?

—Lo hará. Porque no tiene otra salida. Porque lo guiaremos para que siga el camino que Destino ha trazado para él. Para nosotros.

Un escalofrío recorrió la espalda del asesino, aunque no lo mostró. Sabía que, pese a su letalidad, él solo era un dedo ejecutor. La mente verdadera estaba en esa cueva. Y su plan… aún no había terminado.

—Muy pronto, todo estará en su lugar —repitió la figura, dándose finalmente la vuelta. Pero la neblina lo cubrió antes de que su rostro fuera revelado del todo—. Sin embargo, debemos ser cautelosos. No te dejes capturar; los Grandes Espíritus nos observan y el Emperador tiene ojos en todas partes. Sus exorcistas podrían ser una molestia si rastrean tu hwaejeong.

—Tendré cuidado, Bul-ui Gunju. He modificado las pulsaciones de mi hwaejeong a un nivel imperceptible.

Gris del Norte asintió una última vez. Luego, sin nada más que decir, se desvaneció en la noche como una sombra que regresa a las profundidades.

Y en la inquietante inmensidad de la cueva, la figura de Bul-ui Gunju se acercó a una estatua tallada en piedra: esta estaba también carcomida por el hielo y las energías vengativas selladas en el lugar. A los pies del monumento, una pequeña flor de fuego —congelada— palpitaba bajo una capa de escarcha inmortal.

Una mano huesuda y surcada por cicatrices se extendió hacia la flor. El extraño vaciló un momento antes de tocar el capullo de hielo, Pero al hacerlo, sus dedos se quemaron, dejando al descubierto carne y hueso.

El fuego del sol imperial… las llamas del cielo que Destino vio en su sueño se extinguirán y Baekjoseon se alzará contra el Emperador y su legión de exorcistas.

  1. Traducción: "Señor del Fuego".