Capítulo 2:La infancia y la estrella

Adrian, con el cuidado de Evangelina y Carlos, creció siendo un niño totalmente normal.

Le gustaba dibujar estrellas y verlas por las noches, tanto era su gusto, que lo único que dibujaba eran esas mismas estrellas.

Siempre su madre y padre, le dijeron que esas estrellas brillaban para iluminarle el camino.

En su cumpleaños número 6, donde empezó la primaria lo paso muy bien.

—Hijo, tu eres lo mejor que nos pudo haber pasado, feliz cumpleaños— declaro Evangelina, en tanto le daba un fuerte abrazo lleno de amor.

Adrian solo podía dejarse abrazar, también la amaba mucho a su madre, con todo su corazón.

Carlos solo veía, con mucha ternura lo que pasaba, en el cumpleaños no había nadie porque en su barrio no tenían amigos.

Pero lo importante es que estaban ellos como una verdadera familia.

—Mañana es tu primer día de clases Adrian—le dijo Evangelina, mirándolo con emoción, como si ella fuera la que empezaba el colegio no el.

—Si mamá, quiero hacer muchos amigos, y conocer a gente nueva—decia inocentemente Adrian, esperando ansiosamente el día de mañana.

Evangelina y Carlos, lo veían con una sonrisa, sin saber que enviarlo a ese colegio sería el peor error que podría cometer.

Se pasó abriendo las regalos, su padre le regalo un conjunto estrellado, parecido al que le regaló cuando era bebé, y su madre un cuaderno para dibujar y escribir lo que quisiera.

También su mochila para empezar a estudiar ya estaba totalmente preparada, con sus útiles escolares y todo lo necesario.

El cumpleaños fue un evento feliz, nada importante sucedió, se fueron cada uno a dormir a sus cuartos, para mañana estar con toda la energía que pudieran.

A la mañana siguiente, Adrián se levantó de su cama, para ir directo al baño a lavarse los dientes.

Según lo que le habían dicho sus padres, el entraba a clases a las 1 de la tarde.

Y según el reloj de su habitación eran apenas las 8 de la mañana.

Al terminar de hacer lo que tenía que hacer en el baño, se fue a la cocina, y se puso feliz al ver que ya habían preparado el desayuno.

—Buenos días mamá—dijo Adrian mirando alegre a su mamá, quien le devolvía con más intensidad la mirada.

—Buenos días Adrian, espero hayas dormido bien hijo—aclaro Evangelina, mirándolo alegremente.

El desayuno era uno americano, tocino huevo y jugo de naranja.

Era muy disfrutable, y se notaba el amor con el que Evangelina había hecho la comida, con pasión, y tanto cariño para su marido y amado hijo.

Ya después de comer, se quedó un buen rato en casa jugando con los juguetes, hasta que 1 hora y media antes de tener que ir al colegio se baño y se puso el uniforme escolar necesario para ir.

—¡Mama ya hay que irnos!—llamo a su madre Adrián, estando esperando afuera de la casa.

Evangelina, rápidamente llegaría para ir a llevar a su hijo a su primer día de clases.

—¿Estas emocionado verdad hijo?—le pregunto Evangelina a su hijo que se le notaba por la cara la emoción.

—Siiii mamá, quiero hacer muchos amigos, y estudiar, conocer a mi profesora y hacer muchas más cosas—declaro Adrian, que está emocionadisimo por al fin entrar.

De tanta charla ya estaban frente a la escuela.

—Hijo nos vemos, pásatela bien y haz muchos amigos—pidio la mamá, con una voz llena de pasividad y alegría.

—Nos vemos mamá, más tarde estaré aquí esperando a que vengas—exclamo Adrian sintiendo que iba a extrañarla profundamente.

—Nos vemos—se despidió la madre, sintiéndose algo triste, iba a tener que estar mucho tiempo lejos de su hijito.

—Que rápido crecen, ya me siento vieja—proclamo Evangelina con una sonrisa muy grande en la cara mezclada con algo de tristeza.

Adentro de la escuela, Adrian estaría buscando su salón, para ir a estudiar.

Se encontraría con una mujer, estaba limpiando con un trapeador de piso.

—Hola, una pregunta, ¿me podría decir dónde queda el salón de 1-B?—le pregunto bastante perdido Adrián, a la mujer que estaba limpiando.

—Esta al fondo del pasillo a la derecha, se ve que eres nuevo aqui, espero te vaya bien—aclaro la mujer, enviándolo hacia allá.

Adrian fue sin rechistar ni hacer más preguntas, llegó y tocó la puerta.

—¿Quien es?—pregunto una voz desde adentro, sin aún abrir la puerta.

—Soy uno de los chicos nuevos—aclaro Adrian, con una voz algo emocionada, pensando que esa seguro era su profesora.

—Pasa, ya la clase acaba de comenzar—le aclaro la profesora a Adrián, quien paso rápidamente para presentarse.

—Bueno, me presento soy Adrian, me gustan las estrellas, hacer amigos y espero llevarme bien con todos—se presento Adrián, ante todos los que iban a ser sus compañeros hasta fin de la primaria o tal vez hasta secundaria incluso.

Los demás le dieron la bienvenida, no tan calida como esperaba pero al menos lo hicieron.

Aunque algunos chicos lo miraron con mala cara, como si fuera un bicho raro, aunque no haya hecho nada.

Adrian simplemente lo ignoro, o no se dió cuenta porque no dijo absolutamente nada.

La clase fue bastante entretenida, les enseñaron una parte del abecedario y a sumar, números de un solo dígito.

El edificio de la escuela era bastante espacioso y tenía un patio bastante grande, desde las ventanas de los salones de podía ver cómo era afuera.

Al salir al patio, Adrian se dió cuenta de que se había olvidado de algo en el salón, su cuaderno, para sentarse a dibujar un rato.

Fue agarro su cuaderno junto con un lápiz, y se fue de vuelta a afuera a dibujar algunas cosas que quería dibujar desde hace un buen tiempo.

Cuando termino el recreo volvió, pero con la sorpresa de que estaban hablando algo ahí dentro, ya que habían llegado la mayoría.

—¡Me falta mi cuaderno en la mochila!—anuncio con voz fuerte uno de los chicos que antes miraba mal a Adrián.

—El único que vino aquí a buscar algo fue el—fue señalado Adrian por todos los demás.

Lo miraban mal como si fuera un criminal.

—Revisenle la mochila—ordeno uno de la s más altos y aparentemente el más alto del grupo.

—Si quieren háganlo, pero no encontrarán nada—declaro Adrian, con una cara muy fría empezando a vaciar su mochila, palideciendo con lo que vió dentro.

Estaba el cuaderno, junto con sus demás cosas.

Empezó a escuchar susurros a su alrededor.

—Es un ladrón—decía uno con un tono de voz poco amigable.

—Es un sin vergüenza, incluso teniéndolo en la mochila no quiso admitirlo—declaro otro mirando con desprecio.

Todos empezaron a hablar mal de el, a decirle cosas feas.

—Esperen lo juro, eso no lo meti ahí, por favor creanme—pidio Adrian, casi llorando, pero nadie lo quería ver, en cambio lo miraron con aún más desprecio y asco, como si estar cerca de el fuera el mayor crimen que pudieran cometer, se alejaron.

Incluso el que estaba sentado al lado de Adrián y se habían llevado bien lo vio con la misma mirada que los demás y se alejo, sin querer verlo más.

Adrian estaba muy triste, estaba siendo inculpado por algo que ni cometió.

—Basta, cállense todos que vamos a empezar las actividades—ordeno la profesora, que era una de las que lo estaba mirando con mala cara.

Adrian se sintió solo, desolado, y solitario, lo habían excluido e inculpado, el solo quería hacer amigos, porque había sucedido todo esto.

Apenas termino la clase, Adrian quería ir y contárselo a su madre o a su padre que le estaban esperando en casa.

Así por lo menos lo animaban un poco, pero apenas llegó a la salida los chicos que lo miraban mal antes estaban ahí.

—Maldita escoria, te atreves a robar mis cosas, ahora pagaras—lo miro fulminante, el chico al que supuestamente había "robado".

—Te juro que yo no hice nada, no te lo robe solo apareció en mi mochila, yo había ido a buscar mi cuaderno y lápiz para nada más por favor dejame en paz—suplico Adrian, muy triste y con miedo de que le golpearan y le terminarán dando una paliza.

Los demás no le prestaron atención a lo que decia y se lanzaron directamente a atacarlo.

Adrian simplemente esquivaba como podía, varios ataques le dieron y le causaron varios moretones en el cuerpo pero por ahora estaba bien.

Hasta que el más grande entre los que le golpeaba le asestó un fuerte golpe en la cara tirandolo al piso.

Pero no se dieron cuenta y había una piedra, encima de ella cayó Adrian, dándole exactamente la punta de la roca en la cabeza.

Empezó a fluir la sangre por todo el piso, manchando todo la tierra de un rojo carmesí, que para los que lo vieran verían ese color como algo hermoso pero en esta situación no lo es n de ninguna manera en específico.

—Mierda, creo que lo matamos—dijo uno de los chicos en tanto se largaba a correr con los otros.