Capítulo 20: Los Ecos del Abismo y la Cena con el Demonio

Los días en el Palacio Real se fundían en una rutina extraña para Kaelen. La opulencia, antes un contraste chocante, ahora se sentía como una prisión dorada. Las misiones que Valerius les asignaba eran sutiles, quirúrgicas: eliminar informantes sin dejar rastro, manipular evidencia, sembrar discordia entre facciones rivales con un toque invisible. Kaelen era el Fantasma de los Callejones en un escenario diferente, su brutalidad refinada en una herramienta de intriga.

Su Toque de Putrefacción y su Flujo Sanguíneo Maligno eran invaluables para Valerius, permitiéndole enviar mensajes sin la torpeza de la violencia abierta. Pero era el Eco del Tormento lo que Valerius observaba con mayor interés, la capacidad de Kaelen de quebrar mentes sin derramar una gota de sangre. El Consejero Real nunca lo pedía directamente, pero sus miradas, sus palabras veladas, siempre guiaban a Kaelen hacia el tormento mental.

Él busca tu oscuridad. Él se alimenta de ella. susurraban las voces en la mente de Kaelen, una verdad que ya no lo asustaba, sino que lo intrigaba.

Seraphina florecía en este ambiente. Sus ojos azul gélido brillaban con una alegría demente en cada intriga. Actuaba como el contrapunto perfecto de Kaelen, su sonrisa sádica y sus comentarios mordaces eran el reflejo perfecto de la depravación de la corte. Zoltan tejía redes de información por todo el palacio, sus ojos ónice más astutos que nunca. Darian, sin embargo, se consumía. El brillo en sus ojos azul cielo se apagaba con cada día que pasaba lejos del martillo y la batalla directa. El Nido se pudría, y él, también.

Una noche, una invitación personal llegó para Kaelen. No de la corte, sino del propio Lord Valerius. Una cena privada en sus aposentos personales. Un honor, si la palabra "honor" aún tuviera algún significado en el nuevo mundo de Kaelen.

Peligro. Prueba. No comas de su mesa. Es una trampa para tu alma. el coro de las sombras advirtió, su tono era más urgente de lo habitual.

Kaelen no dudó. Vestido con ropas sencillas pero limpias que el palacio le había provisto, se dirigió a los aposentos de Valerius. El pasillo estaba silencioso, desprovisto de guardias. Una puerta tallada en ébano se abrió a su paso.

El estudio de Lord Valerius era un santuario de sombras y conocimiento. Estanterías repletas de tomos antiguos se alzaban hasta el techo, pergaminos arcanos cubrían una mesa central, y el aire olía a incienso y a algo antiguo, casi a piedra milenaria. No había lujo ostentoso, sino una sensación de poder ancestral.

Valerius estaba de pie junto a una ventana arqueada, observando la ciudad bajo la luna. No vestía las sedas de la corte, sino una túnica de lino sencilla y oscura. Al girarse, sus ojos púrpura profundo se clavaron en Kaelen, con una intensidad que casi lo desarmó.

—Fantasma. Bienvenido —la voz de Valerius era un arrullo suave, carente de cualquier artificio—. Por favor, toma asiento. Sé que los banquetes de la corte son ruidosos. Preferí un ambiente más... íntimo.

Sobre una pequeña mesa de madera oscura, había un cuenco de sopa humeante, pan fresco y un vaso de vino. Era una comida simple, monacal, que contrastaba con la complejidad de su anfitrión.

Kaelen se sentó, su mano instintivamente cerca del hacha que llevaba oculta bajo su túnica. Valerius sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, y se sentó frente a él.

—No te preocupes —dijo Valerius, su voz suave—. El alimento es puro. No es veneno. Al menos, no en el sentido convencional.

—Quería hablar contigo. No como el Rey, o el Consejero. Sino como... un colega.

Kaelen lo miró sin emoción.

Colega. Mentira. Él busca los hilos de tu alma. las voces clamaron.

—He observado tus habilidades, Fantasma —continuó Valerius, su voz llenando el silencio del estudio—. Son raras. Únicas. Y muy antiguas. Tu capacidad para romper mentes, para tocar la esencia de la desesperación... eso no se aprende en los bajos fondos. Eso nace de un abismo. ¿Me equivoco?

Kaelen no respondió, pero una punzada de reconocimiento lo atravesó. Valerius lo entendía de una manera que nadie más lo había hecho, ni siquiera Seraphina.

—Tu verdadero poder no es el hacha, Fantasma —dijo Valerius, inclinándose ligeramente—. Es la demencia. Un catalizador para la realidad. La capacidad de ver los hilos que otros ignoran, de manipularlos, de corromperlos. Es un don. Un regalo de las Sombras mismas.

La mención de las "Sombras" resonó con el coro de voces en la cabeza de Kaelen.

—No eres el primero —Valerius continuó, su voz bajó a un susurro casi inaudible—. Ha habido otros. Portadores de la locura. Algunos se rompieron, otros se convirtieron en monstruos sin sentido. Pero unos pocos... unos pocos aprendieron a canalizarla. A usarla. Como yo.

Kaelen sintió que su corazón se saltaba un latido. ¿Valerius? ¿Él también?

El titiritero, ¿también era una marioneta, o un maestro de la locura como él?

Valerius sonrió, una sonrisa que era casi compasiva, pero con un trasfondo de crueldad.

—Tus orígenes. El Valle del Sereno. Una bendición convertida en maldición. La sangre derramada fue el precio de tu despertar.

—Pero el verdadero poder no reside en lo que perdiste, sino en lo que ganaste. Una visión. Una conexión con el Abismo que te permite ver la verdad de este mundo. Un mundo que no está tan vivo como parece.

Kaelen bebió un sorbo de sopa, sus ojos amatistas fijos en Valerius. El sabor era salado, neutro. Las palabras del Consejero, sin embargo, eran un torbellino en su mente.

—Lo que te propongo, Fantasma —Valerius prosiguió, su voz se hizo más grave, más resonante, como si las palabras mismas estuvieran tejiendo un hechizo—. Es una verdadera sociedad. El Rey Theron es un títere. Grisel, una ciudad moribunda. Las facciones luchan por migajas de poder. Pero yo veo más allá.

Valerius se puso de pie, su figura proyectando una sombra imponente sobre Kaelen.

—Este mundo está agonizando, Fantasma. Infectado por la debilidad. Por la ignorancia. Por la fe ciega en dioses que no existen o que ya han abandonado esta realidad. Pero hay una cura.

—Un nuevo orden. Forjado en la verdad del vacío, en la crueldad necesaria.

Kaelen sintió una resonancia profunda.

El vacío. El nuevo orden.

Esas eran las palabras que las voces le habían susurrado desde la caída del Valle del Sereno.

—Y tú, Fantasma —Valerius continuó, su voz sedosa y su mirada púrpura penetrando en el alma de Kaelen—. Puedes ser una pieza clave en este amanecer.

—Un arquitecto del dolor, un artista del miedo.

—Te ofrezco no solo protección o riqueza, sino la oportunidad de dar rienda suelta a tu verdadero potencial.

—De moldear la realidad con tu propia oscuridad.

Valerius extendió una mano, sus dedos pálidos y largos, no ofreciendo un apretón, sino una invitación a un abismo compartido.

—Únete a mí, Fantasma. No como un peón, sino como un heredero del Vacío. Juntos, podemos purificar Grisel. Y quizá... mucho más allá.

Kaelen se levantó lentamente. Sus ojos amatistas se encontraron con los púrpura de Valerius. La oferta era tan vasta, tan seductora, que el canto de las sombras en su mente se convirtió en un rugido triunfal.

Sí. Esto es el poder. Esto es la verdad. Acepta.

La figura de Lígia parpadeó en su mente, un recuerdo doloroso, pero distante. El Maestro Elías, su sabiduría ahora una debilidad. Eran ecos de un pasado que ya no le pertenecía.

—Acepto —la voz de Kaelen era apenas un susurro, pero firme, cargada de una oscura resolución.

No había amor, ni confianza, solo la fría lógica del poder y la promesa de un propósito que resonaba con la demencia que lo consumía.

Una sonrisa, que Kaelen nunca antes había visto en él, se dibujó en los labios de Lord Valerius. No era amable, sino de pura y antigua satisfacción.

—Excelente —susurró Valerius—. La danza comienza, Fantasma. Y tú... tú serás mi mejor bailarín.

La noche en Grisel parecía más oscura, más viva. El corazón de la ciudad latía con un ritmo siniestro, y en sus salones de mármol, un nuevo pacto se había forjado, un pacto que prometía arrastrar a Grisel, y a Kaelen, a un abismo de poder y depravación inimaginable.

El silencio de la fe se desvanecía.

El Vacío del Poder esperaba.

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