La oferta de Lord Valerius, dulce como un veneno y a la vez tan tentadora, flotaba en el aire del Gran Salón como una promesa de poder. Kaelen no respondió de inmediato. Sus ojos amatistas, opacos y profundos, se clavaron en los de Valerius, intentando penetrar el enigma de su mirada púrpura. Podía sentir los hilos invisibles que el Consejero tejía, no solo en la corte, sino en la misma ciudad. Era una red de ambición y secretos, una sinfonía de susurros y traiciones.
Unirse. O ser aplastado. La telaraña es vasta.
Fue Seraphina quien rompió el silencio. Su sonrisa demente, que pocas veces llegaba a sus ojos azul gélido, se ensanchó.
—La "pacificación" suena... fascinante, mi Lord —su voz era un arrullo seductor que resonó extrañamente en el opulento salón—. Kaelen y yo siempre hemos apreciado el "orden". A nuestra manera, claro.
Valerius asintió lentamente, sus ojos púrpura brillando con una diversión sutil.
—Lo imagino. El orden, en su esencia, es la imposición de una voluntad. Y la suya, Fantasma, es... singular.
No exijo lealtad ciega. Exijo... eficiencia. Y discreción. Hay ciertos problemas en Grisel que no pueden resolverse con la espada de la Guardia, ni con el martillo del Yunque Dorado. Problemas que requieren... un toque más... preciso.
Kaelen sintió el peso de sus palabras. Valerius hablaba de la brutalidad que él encarnaba, pero bajo la fina capa de la diplomacia palaciega.
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Los días siguientes, Kaelen y sus "asociados" —Seraphina, Darian y Zoltan— fueron instalados en una discreta ala del palacio. No como prisioneros, sino como huéspedes de alto riesgo. La opulencia del Palacio Real era un contraste chocante con la mugre del Nido. Sedas, alfombras persas, comida exquisita que Kaelen apenas probaba, sus sentidos aún adaptados a la escasez.
Zoltan, sin embargo, florecía. Se movía con la facilidad de una serpiente entre los nobles menores y los sirvientes, sus ojos ónice absorbiendo cada pieza de información, cada susurro. Descubrió que Valerius era mucho más que un consejero; controlaba la mayor parte del comercio de espías de Grisel, manipulaba rutas marítimas y terrestres, y sus agentes estaban infiltrados en cada gremio, cada facción. Incluso en la Gran Iglesia de Solarian, se rumoreaba que tenía informantes.
Darian, por su parte, se sentía como un animal enjaulado. El brillo en sus ojos azul cielo era más apagado en los salones de mármol. Anhelaba la forja, el sonido del martillo contra el metal, la furia de la batalla directa. Se sentía inútil en este juego de palabras y sombras.
Seraphina, en cambio, estaba en su elemento. Observaba las intrigas de la corte con el deleite de un niño en una juguetería macabra. Sus risas melodiosas resonaban en los pasillos, a menudo en los momentos más inoportunos, mientras comentaba en voz baja a Kaelen sobre la "podredumbre" y la "hipocresía" de la nobleza.
—Tan deliciosamente quebrados, ¿no crees, Kaelen? —susurraba—. Creen que su oro los protege, pero sus almas son tan frágiles como cualquier mendigo.
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El Rey Theron II, ajeno a las telarañas que se tejían a su alrededor, los recibió en audiencias esporádicas. Siempre con Valerius a su lado. El Rey hablaba de paz, de orden. Valerius hablaba de la necesidad de "eliminar las amenazas internas" para garantizar la "estabilidad del reino". Y esas amenazas, Kaelen pronto descubrió, no eran solo los remanentes del Nido, sino cualquiera que Valerius considerara un obstáculo para su control absoluto.
La primera "misión" que Valerius les confió no fue un asesinato. Fue una demostración de poder.
Un noble menor, Lord Cedric, había estado reuniendo apoyo en la corte para oponerse a una de las nuevas políticas de Valerius. No era un hombre de fuerza, sino de influencia, con una oratoria persuasiva que amenazaba con desestabilizar los planes del Consejero.
Valerius no quería sangre en la corte. Quería terror. Una lección inolvidable.
—Lord Cedric es... un obstáculo ruidoso —Valerius les explicó una tarde, su voz suave, sus ojos púrpura fijos en Kaelen—. Necesitamos que entienda la... seriedad de la situación. Sin violencia visible. Sin un solo corte.
Kaelen asintió. Comprendía el mensaje.
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La noche de la "visita" a Lord Cedric fue una danza de sombras.
Lyra se había unido a ellos en secreto, sus ojos ámbar dorado brillando en la oscuridad, guiándolos por pasajes ocultos del palacio. Su habilidad para el sigilo era insuperable.
Seraphina abrió la cerradura de la habitación de Lord Cedric con una horquilla y una sonrisa. La sala de estar del noble era un santuario de lujo. Sedas, esculturas, un vino fino en una jarra de cristal.
Lord Cedric dormía pacíficamente en su cama, ajeno a su destino.
Que sienta el miedo. Que lo respire. Sin un toque.
Kaelen se acercó a la cama. No tocó al noble. En su lugar, extendió una mano hacia una pequeña estatua de marfil sobre la mesilla de noche, un amuleto personal de Lord Cedric. Con un toque lento y deliberado de su Toque de Putrefacción, la estatua comenzó a oscurecerse, a pudrirse, sus finos detalles se deshicieron en una sustancia viscosa y maloliente. El hedor a descomposición llenó rápidamente la habitación.
El noble se revolvió en su sueño, gimiendo. Kaelen extendió su mano hacia el vino en la jarra, la bebida exquisita se transformó en un líquido negro y burbujeante, su esencia una putrefacción líquida. El aire se volvió casi irrespirable.
Pero no fue solo el olor. Kaelen activó su Eco del Tormento.
Las imágenes de los horrores del Valle del Sereno, de la locura que había cultivado, del dolor que había infligido, comenzaron a filtrarse en la mente del noble dormido. No eran solo visiones, sino sensaciones de miedo puro y desesperación aplastante, la mente de Lord Cedric siendo inundada por el abismo de Kaelen.
El noble se despertó con un grito ahogado. Sus ojos se abrieron de terror, no por lo que veía (la habitación aún estaba oscura), sino por lo que sentía y respiraba. Se levantó de golpe, tropezando con el hedor y el horror que le invadían la mente. Se llevó las manos a la cabeza, intentando desesperadamente expulsar las imágenes.
Se arrodilló, vomitando en el suelo, su cuerpo temblaba incontrolablemente, su mente ya hecha jirones por el ataque. No había sufrido un solo corte. Pero estaba más que quebrado.
El mensaje está enviado. La mente es el arma más cruel.
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Al día siguiente, Lord Cedric, demacrado y con los ojos vacíos, anunció su apoyo incondicional a las políticas de Lord Valerius. Su oratoria, antes persuasiva, ahora era un murmullo incoherente de justificaciones y terror. La corte lo observó con una mezcla de lástima y miedo. La sombra de Valerius se extendía, y con ella, la reputación silenciosa del "Fantasma de los Callejones".
Valerius, en la privacidad de sus aposentos, recibió a Kaelen. Su sonrisa fue pequeña y fría.
—Excelente trabajo, Fantasma. Un toque... de artista. Lord Cedric no volverá a ser un "obstáculo ruidoso."
—Me pregunto qué más podrás crear con tu... talento.
Sus ojos púrpura se encontraron con los de Kaelen.
Kaelen sintió que Valerius estaba viendo no solo sus habilidades, sino la esencia misma de su locura, la capacidad de transformar la realidad en horror. La jaula de oro se cerraba, pero dentro de ella, los hilos del poder se volvían más claros.
La danza del titiritero había comenzado, y Kaelen, el Fantasma de los Callejones, ahora era una pieza en el tablero de ajedrez de Lord Valerius, su brutalidad y su demencia puestas al servicio de una ambición que aún no podía comprender del todo. El verdadero vacío del poder, Kaelen empezaba a sentir, no estaba en su pérdida, sino en la omnipotencia fría de su nuevo maestro.
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