Capítulo 18: La Danza del Titiritero y el Vacío del Poder

La "victoria" en la batalla del Nido se sintió más como un suspiro final que como un triunfo. El Yunque Dorado se había retirado, sí, pero no sin dejar una estela de muerte y destrucción. El Nido del Tejedor estaba quebrado, sus defensas improvisadas apenas sostenían los muros, y el hedor a sangre y desesperación se había incrustado en cada piedra. La purga de Vane había cobrado su precio.

Kaelen se movía entre los heridos, sus ojos amatistas vacíos de emoción, pero su Visión de Eco Sombrío le mostraba el miedo persistente en los ojos de los mercenarios, el eco de sus camaradas caídos. Las voces en su mente no cantaban victoria, sino la ineludible verdad de la aniquilación.

Débiles. Perecerán. El control es una ilusión.

Gorok, demacrado y con un brazo en cabestrillo, observaba el salón principal del Nido. Las mesas estaban rotas, las brasas de la chimenea casi extintas, y el silencio era el grito más fuerte.

—Hemos perdido —gruñó, su voz un eco de la derrota—. Vane nos ha quebrado. No queda nada.

Zoltan, la elegancia de su vestimenta ahora salpicada de sangre y hollín, se acercó a Gorok. Sus ojos ónice estaban más vacíos que nunca.

—No es el fin, Gorok —su voz era un susurro frío—. Es el comienzo de algo nuevo. Los hilos se han roto. Ahora podemos tejer los nuestros.

Seraphina, impasible ante la miseria circundante, observaba a Kaelen con una fascinación inquebrantable.

—El lienzo está limpio, mi amor —susurró, sus ojos azul gélido brillando—. El viejo Nido arde. Ahora podemos construir algo hermoso desde las cenizas. Algo que realmente te pertenezca.

La idea resonó con Kaelen. No lealtad al gremio, sino control. Una nueva estructura que no fuera una herramienta de Vane, sino un conducto para su propia brutalidad.

Mientras el Nido del Tejedor agonizaba, la información sobre Lord Silas Vane comenzó a filtrarse. Kaelen, utilizando su Visión de Eco Sombrío, podía sentir los hilos de terror que Vane había sembrado en la ciudad. No era solo la manipulación de la economía, sino la subversión silenciosa de la lealtad y la fe.

El Eco del Tormento le reveló la verdadera naturaleza de la influencia de Vane: susurros insidiosos que se filtraban en las mentes de los magistrados, de los comerciantes influyentes, incluso de algunos clérigos menores de la Gran Iglesia. No era magia en el sentido tradicional, sino una manipulación psíquica sutil, que retorcía la percepción y la voluntad. Vane no ordenaba; insinuaba y envenenaba.

Kaelen comprendió entonces que la guerra con Vane no se ganaría con hachas. Se ganaría en el terreno de la mente.

Él no es un monstruo. Él es una enfermedad. Encuentra la fuente.

Días después de la batalla, mientras los restos del Nido se lamían sus heridas, una invitación llegó, no de Vane, sino del Palacio Real. Un mensaje formal, sellado con el emblema de la Corona: el Rey Theron II, bajo el consejo de Lord Valerius, solicitaba la presencia del "Fantasma de los Callejones" y sus "asociados" en el palacio. Para discutir la "pacificación" de Grisel.

Gorok gruñó.

—Una trampa. Quieren deshacerse de nosotros en terreno neutral.

Zoltan, sin embargo, vio una oportunidad.

—Neutralidad es una palabra para los ingenuos, Gorok. Es una invitación a la mesa. Y donde hay una mesa, hay una partida.

Seraphina sonrió, su expresión demente se intensificó.

—El gran juego, Kaelen. Valerius nos ha invitado a bailar. Y él no juega solo con marionetas; juega con almas —sus dedos pálidos rozaron el brazo de Kaelen—. Él quiere verte. Él quiere entenderte.

Kaelen sintió una mezcla de expectación y frialdad. Valerius. El titiritero detrás de Vane. La verdadera araña. Esta era su oportunidad para ir directamente a la fuente, para ver los hilos invisibles de cerca.

Peligro. Poder. La debilidad en la cúspide.

La ascensión al Palacio Real fue un viaje de contrastes. De los hediondos y sombríos callejones del Nido, Kaelen y sus compañeros emergieron a las amplias y limpias avenidas del distrito noble. El aire olía a perfumes caros y a la frialdad del mármol. Guardias impecablemente vestidos con armaduras doradas flanqueaban los caminos, sus miradas juzgando al grupo mugriento de mercenarios.

Kaelen, con su cabello blanco plateado y sus ojos amatistas oscuros, era un contraste brutal con la opulencia. A su lado, Seraphina flotaba con una gracia perturbadora, sus ojos azul gélido absorbiendo cada detalle con una curiosidad insana. Darian, su martillo de guerra envuelto en tela, parecía una montaña de furia contenida. Zoltan, impecable a pesar de todo, mantuvo una expresión ilegible.

Al entrar en el Gran Salón del Palacio, Kaelen sintió una oleada abrumadora de la Visión de Eco Sombrío. Las paredes, el techo, el mismo aire vibraban con ecos de ambición, mentiras, miedo y traición. Era un torbellino de veneno psíquico que superaba incluso la brutalidad de los bajos fondos.

Allí, en el centro del salón, rodeado de nobles de seda y guardias imponentes, estaba el Rey Theron II, un hombre frágil en su gran trono. A su derecha, una figura imponente y serena: Lord Valerius.

Valerius no era ostentoso. Vestía sedas oscuras que absorbían la luz. Su rostro era noble y enigmático, una sonrisa suave en sus labios. Pero sus ojos, de un púrpura tan profundo que parecían abismos de la noche, irradiaban una inteligencia antigua y un poder silencioso que hizo que las voces en la mente de Kaelen se aquietaran a un murmullo reverente.

Maestro. Peligro. Un poder inimaginable. Observa.

Valerius dio un paso adelante, su voz era un arrullo suave que, sin embargo, llenó el vasto salón.

—Bienvenidos, campeones de la pacificación —dijo, sus ojos púrpura se posaron en Kaelen—. Me han hablado mucho de ustedes. Especialmente de ti, Fantasma de los Callejones. Tu... estilo, es inusual.

No había burla en su voz, solo una fría apreciación. Como un estudioso observando un espécimen raro.

Kaelen no respondió, su rostro vacío de emoción. Solo observaba a Valerius, su mente intentando descifrar los hilos invisibles que emanaban de él. Vane era un peón. Valerius era el jugador.

Seraphina, sin embargo, se adelantó un paso, su sonrisa demente.

—Su Majestad, Lord Valerius —su voz era melódica—. Grisel es un lienzo que sangra. Y Kaelen... él tiene el pincel más hermoso de todos.

Valerius desvió su mirada a Seraphina, y por un instante, un destello de algo que Kaelen no pudo identificar —quizás una vieja familiaridad, quizás un reconocimiento de su propia naturaleza— cruzó sus ojos púrpura.

—Interesante —Valerius susurró de nuevo, una sonrisa apenas perceptible—. Una musa para el caos. Los invito a quedarse, a unirse a la Corte en la tarea de 'restaurar el orden' en Grisel. Hay muchos 'problemas' que resolver. Y un talento como el suyo... sería bien recompensado.

Kaelen sintió el peso de la oferta. No era solo trabajo. Era un intento de control. De usar su brutalidad para sus propios fines. El canto de las sombras en su mente se intensificó, no con ira, sino con una complejidad inaudita.

Peligro. Una jaula de oro. Pero dentro... la verdad. El poder.

Lord Valerius, el Consejero Real, era el telón de ceniza sobre Grisel. Él no solo movía los hilos; los creaba. Y Kaelen, el Fantasma de los Callejones, había caminado directo hacia el corazón de su telaraña.

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