Capítulo 17: El Telón de Ceniza y el Eco Silencioso de la Muerte

La luna, un ojo pálido y distante, observaba la ciudad de Grisel. Desde las almenas del Nido del Tejedor, el aire de la noche olía a pólvora, a metal recién afilado y a la ansiedad de hombres que esperaban la muerte. El ultimátum del Yunque Dorado había expirado. La purga iba a comenzar.

Kaelen se movía entre los mercenarios, una sombra entre sombras, su silueta alta y delgada. Ya no vestía las ropas sencillas de un aldeano; su indumentaria era ahora de cuero oscuro, funcional, casi una segunda piel. Su cabello blanco plateado era un faro iridiscente, pero sus ojos amatistas, ahora más oscuros, parecían absorber la poca luz, fijos en la brecha que el Yunque Dorado abriría.

Gorok, con el rostro más ceniciento que nunca, repasaba las defensas improvisadas, sus órdenes roncas y cargadas de resignación. Zoltan se mantenía al margen, su figura elegante una contradicción en el ambiente de desesperación, sus ojos ónice observando a Kaelen con una mezcla de curiosidad y cautela. Darian, sus manos aún vendadas, empuñaba un martillo de guerra con un brazo, el otro descansando en un cabestrillo, pero la furia silenciosa en su mirada prometía un infierno.

Seraphina, a su lado, era un espectro de éxtasis, sus ojos azul gélido brillaban con la luz de la luna, una sonrisa demente adornando sus labios.

—Una sinfonía de gritos, Kaelen —susurró, su voz melódica contra el silencio tenso—. Y nosotros somos los directores.

La sangre correrá. La purificación es solo una masacre con una justificación bonita. vibraron las voces en la mente de Kaelen, una verdad fría y desapasionada.

El primer golpe fue un ariete. No contra el portón principal, sino contra el flanco más débil del Nido, donde un callejón estrecho se abría a un almacén menos defendido. El rugido del impacto fue seguido por el crujido de la madera y los gritos de los defensores. El Yunque Dorado había llegado.

Kaelen no esperó órdenes. Saltó a la acción, su hacha de mano un destello asesino. Se lanzó hacia la brecha, Seraphina como su sombra danzante, Darian un tren de furia detrás de ellos.

La lucha fue un caos brutal. Los guerreros del Yunque Dorado, disciplinados y bien armados, arremetían con la fuerza de una marea. Pero los mercenarios del Nido, aunque superados en número y equipamiento, luchaban con la desesperación de los que no tienen nada que perder.

Kaelen era una manifestación de pesadilla. Su Visión de Eco Sombrío le permitía ver los miedos de sus oponentes, las vacilaciones invisibles, los ecos de sus debilidades. Un guerrero del Yunque, con el rostro cubierto por un yelmo cerrado, se lanzó sobre él. Kaelen vio el terror del hombre bajo el acero, un miedo latente a la oscuridad.

Abre su mente. Que vea el vacío. susurraron las voces.

Kaelen, en lugar de blandir su hacha, extendió una mano. Sus dedos pálidos rozaron el yelmo del guerrero, y su Eco del Tormento se desató. El hombre se tambaleó, sus gritos resonaron dentro de su casco mientras imágenes de sus peores pesadillas inundaban su mente. Se desplomó, convulsionando, sus propios compañeros retrocediendo con horror.

Seraphina rió, una nota aguda en la cacofonía de la batalla. Sus dagas bailaban, no matando siempre, sino cortando tendones, apuñalando ojos, deshabilitando con una crueldad que era puro arte.

Darian, desatado, era una fuerza de la naturaleza. Su martillo de guerra pulverizaba escudos y armaduras, cada golpe un lamento sordo por su familia perdida. Su ira era una furia ciega, pero brutalmente efectiva.

Thorn. Su líder. Su orgullo. Rómpelo. las voces le gritaron a Kaelen.

Entonces lo vio. Theron, el Inflexible, el líder del Yunque Dorado. Era un gigante de hombre, su armadura plateada relucía bajo la luz de las antorchas. Empuñaba un martillo de guerra tan grande como Darian. No estaba en la vanguardia, sino en la retaguardia, dirigiendo a sus hombres con la frialdad de un estratega. Sus ojos, de un azul acerado, irradiaban una convicción inquebrantable, una fe en su misión.

Kaelen no dudó. Ignoró a los mercenarios que lo rodeaban, a los muertos que caían a sus pies. Su mente, una herramienta afilada por la locura, se fijó en Theron. Esta no era solo una batalla, era un mensaje para Vane, para Grisel, para el mundo.

El corazón de la fe. Rótelo.

Se abrió paso entre el caos, usando su Piel de Sombra para desviar los golpes, su hacha y sus nuevas habilidades para crear un camino de cuerpos rotos. No era rápido, pero era implacable, una fuerza imparable.

Llegó a Theron. El líder del Yunque Dorado, al verlo, no mostró miedo, solo una fría determinación.

—Fantasma —gruñó Theron, su voz era como el acero que golpea el yunque—. Esto termina aquí. Tu maldad no envenenará más a Grisel.

—Grisel ya está podrida —respondió Kaelen, su voz monótona, sin emoción—. Yo solo soy un síntoma.

Theron levantó su martillo, una masa de acero que se movía con una precisión devastadora. Kaelen esquivó el primer golpe, el aire silbó a su lado. El segundo golpe, Kaelen lo recibió con un brazo cubierto por su Piel de Sombra. El impacto fue brutal, un crujido sordo, pero el hueso no cedió.

Kaelen no contraatacó con el hacha. Extendió su mano libre hacia el rostro de Theron, sus dedos pálidos buscando los ojos azules acerados. La furia en la mirada de Theron, su absoluta convicción, era un manjar para las voces.

Aliméntate de su fe. Quiebra su propósito.

Activó su Eco del Tormento con una ferocidad inaudita. Las imágenes de la masacre del Valle del Sereno, del Maestro Elías cayendo, de Lígia siendo pulverizada, de los horrores que Kaelen había infligido y sufrido, se desataron sobre la mente de Theron. La convicción de Theron, su "justicia" y su "honor", fueron asaltadas por una ola de depravación y sufrimiento puro.

Theron soltó un grito que no fue de dolor físico, sino de una agonía existencial. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, la fe en ellos vacilando, su rostro contraído en una mueca de incredulidad y náusea ante la visión del abismo que Kaelen le mostraba. Se llevó las manos a la cabeza, tambaleándose, su martillo cayendo con un estruendo.

La convulsión de Theron fue breve, pero suficiente. El Fantasma no mata a los líderes. Los quiebra.

Kaelen dio un paso atrás, su Toque de Putrefacción activado. Rozó el martillo de Theron. El metal, antes brillante y fuerte, comenzó a oxidarse, a desintegrarse, un hedor a corrosión llenó el aire. El arma sagrada del Yunque Dorado se estaba convirtiendo en polvo ante los ojos de su líder.

Theron cayó de rodillas, su rostro ceniciento, sus ojos de un azul antes inquebrantable ahora vacíos, llenos de un horror silencioso. No había fe, solo la imagen de la oscuridad.

La caída de Theron fue un golpe devastador para el Yunque Dorado. Sus fuerzas, al ver a su líder quebrado y su arma sagrada corrompida, vacilaron. La desesperación del Nido se transformó en una furia renovada. La batalla continuó, pero la iniciativa había cambiado.

Seraphina se acercó a Kaelen, su sonrisa ahora una expresión de puro deleite.

—Lo ves, mi amor —susurró, rozando la mejilla de Kaelen con un dedo frío—. La fe es frágil. Y tú... tú eres el aniquilador de dioses.

El Nido no ganó la guerra. El Yunque Dorado se retiró, sí, pero no fue una victoria. Fue una pausa. Demasiados muertos, demasiadas bajas en ambos bandos. Pero el mensaje había sido enviado.

En los salones del Palacio Real, la noticia de lo ocurrido llegó a Lord Valerius. Un sirviente tembloroso le relató los eventos, el martillo corrompido, la locura de Theron, el rastro de putrefacción.

Lord Valerius, sentado en su trono improvisado de sombras, no mostró sorpresa. Sus ojos púrpura profundo brillaron con una luz inescrutable.

—Interesante —susurró, la voz etérea—. El gusano blanco no solo se retuerce... sino que muerde. Y con un veneno inesperado.

Se levantó, su figura envuelta en las sedas oscuras.

—El juego se ha vuelto... más complejo. Y más divertido.

Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios. El Fantasma de los Callejones había demostrado ser más que un simple peón. Era una fuerza caótica. Y Lord Valerius, el titiritero definitivo, comenzaba a sentir una curiosidad genuina por su nueva "pieza".

La verdadera batalla por el alma de Grisel, y quizás por algo mucho más grande, apenas había comenzado. Y Kaelen, el Fantasma, el portador de la demencia y la podredumbre, estaba en el centro de todo. Su descenso continuaba, arrastrando al mundo con él.

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