La sangre aún se aferraba a sus manos.
Zayn cerró los dedos en puños mientras caminaba por el pasillo, lento y deliberado, sus botas haciendo eco en las paredes de piedra. El olor a sangre, un olor fuerte que era espeso, metálico, penetrante, persistía en su nariz, un recordatorio de lo que había hecho. De lo que no había terminado.
Había quebrado al último heredero de Garra de Trueno. Lo había reducido a un despojo sollozante y suplicante. El bastardo había rogado por la muerte, lo había maldecido, le había ofrecido secretos y nombres, promesas de rendición.
Pero Zayn no le había dado la muerte. Aún no. Necesitaba que sufriera. Que sintiera cada segundo de pérdida y degradación que su propio pueblo había soportado.
Y sin embargo... Zayn no sentía nada.
Ni triunfo. Ni paz. Solo el mismo dolor sordo en su pecho que nunca parecía desvanecerse. No importaba cuánta sangre derramara, no importaba cuántos gritos arrancara de sus gargantas—no era suficiente.