Las cuerdas se clavaban en las muñecas de Victoria mientras Zayn las apretaba más, atando sus brazos por encima de su cabeza y sujetándolos al poste tallado de su cama.
Ella sonrió ante la restricción, su cuerpo arqueado en invitación, la bata de seda roja acumulada en sus rodillas y las apartó de una patada.
—Siempre te ha gustado el control —ronroneó, su voz espesa de anticipación. Lo deseaba intensamente.
Pero Zayn no respondió. No necesitaba hacerlo.
Se colocó detrás de ella, sin camisa, su amplio pecho subiendo y bajando con respiraciones lentas y medidas. Sus ojos, normalmente indescifrables, estaban afilados esta noche, oscuros con algo mucho más peligroso que la lujuria. Su cinturón ya estaba en su mano, enrollado como una serpiente, listo para golpear, listo para morder.
Sin previo aviso, entró en ella.