Lily estaba sentada sola en un rincón de los aposentos de los sirvientes, con la espalda apoyada contra la fría pared de piedra. Los demás se apiñaban junto al fuego, riendo, pasándose pan y carne seca. Su estómago gruñía, con los ojos fijos en el suelo.
Pensaban que era orgullosa. Arrogante. Desdeñosa. Todavía no se habían dado cuenta de que era muda.
Nadie preguntaba al respecto tampoco, simplemente asumían que se creía mejor que ellos. Una niña mimada de Brightpaw, demasiado buena para responder cuando le hablaban. Así que la hacían pagar por ello.
—Siempre actúa como si no pudiera oírnos —dijo uno de ellos, lo suficientemente alto para que ella escuchara—. ¿Demasiado buena para compartir la misma comida?
—Puede comer lo que sobre, si es que queda algo —respondió otro con una sonrisa burlona.
Se rieron. Luego alguien pateó el pequeño cuenco que habían apartado para ella. Las migas de pan se esparcieron por el suelo.