Lyle no dijo una palabra al principio. Su mirada permaneció fija en la de ella, su cuerpo inmóvil e indescifrable a pesar de la cercanía entre ellos. El calor de su presencia envió un escalofrío por la columna de Eira.
Los ojos de Eira se movieron inquietos, finalmente posándose en el pecho de él, dándose cuenta de lo cerca que estaban. Su mente volvió a enfocarse mientras lo empujaba apresuradamente, dando un paso atrás para crear un espacio muy necesario.
—Lo siento —dijo rápidamente, cruzando los brazos sobre su pecho en un intento de parecer compuesta.
—Está bien —respondió Lyle con suavidad, metiendo las manos en sus bolsillos—. Pero, ¿qué hacías aquí? ¿Querías verme?
Eira dudó, tratando de sonar casual.
—Solo quería comprobar si habías vuelto a la normalidad, y... bueno, parece que sí.
Lyle la estudió por un momento, sus penetrantes ojos violetas sin vacilar.