Lyle estaba a unos metros de distancia, con los brazos cruzados mientras observaba el procedimiento con una intensidad que hacía que los asistentes en la sala se movieran incómodos.
Cuando Liam insertó la aguja en su vena, Eira hizo una mueca pero no se estremeció. El tubo transparente conectado a la jeringa se llenó lentamente con su sangre, el líquido carmesí contrastando fuertemente con el blanco inmaculado del laboratorio.
—Sus signos vitales están estables —señaló uno de los asistentes, monitoreando una pantalla cercana.
—Bien —dijo Liam, retirando la aguja después de unos momentos y aplicando un pequeño vendaje en el brazo de Eira—. Eso es todo. Comenzaré el análisis inmediatamente.
Eira flexionó los dedos, aliviada de que el proceso hubiera terminado. Se puso de pie, pero antes de que pudiera alejarse, Liam la detuvo.