Una fuerte explosión de risas y vítores de apreciación surgió de la multitud.
Kieran apretó la mandíbula. El eco de sus aplausos no era más que ruido.
Caminó hacia el gran salón como una sombra cortando la luz. Demasiado rápido.
La alfombra roja yacía bajo sus botas como una sugerencia que nunca pidió... y como de costumbre, la ignoró.
No tomó la mano de Lyla. No esperó a que ella lo alcanzara. Ni se molestó en ofrecerle su brazo.
Si acaso, sus delicados pasos detrás de él le crispaban los nervios.
Cada segundo que tenía que pasar en ese coche junto a ella, era como torturar su alma.
Su silencio tampoco ayudaba.
Odiaba esto.
Incluso la máscara que llevaba no podía ocultar la tensión en sus ojos. Su mirada escaneó el lugar... no en busca de peligro, sino de distracción. Cualquier cosa para sacarlo de su propia cabeza.
Fue entonces cuando lo sintió.
No un tirón.
No una sacudida.
Algo... distinto... nada que pudiera explicar con palabras.
Su cuerpo se quedó inmóvil.