—Meredith.
La voz se deslizó en mi mente otra vez. «Hazlo. Voltea la mesa. Hazles saber que no pueden humillarte sin consecuencias».
Mis dedos se tensaron alrededor del borde de la mesa, mi respiración superficial. Podía sentir ese extraño impulso dentro de mí, urgiéndome a actuar. No era solo rabia—al menos, no solo rabia. Era algo más. Algo más profundo. Algo poderoso.
Las risas en la habitación continuaban. Los insultos susurrados llegaban a mis oídos. La humillación se enroscaba como una enredadera alrededor de mi corazón.
«Se lo merecen —insistió la voz—. Muéstrales quién eres».
Pero antes de que pudiera actuar, una mano firme cubrió la mía, deteniéndome.
El calor pulsó a través de mi piel ante el repentino contacto. Mi respiración se entrecortó mientras giraba ligeramente la cabeza.
Draven.
Su agarre era inflexible, sus dedos presionando lo justo para hacer claro su mensaje. Sus ojos dorados se clavaron en los míos, agudos y penetrantes.