Meredith.
—¿No quieres responder la pregunta? —preguntó Draven, ensartando casualmente un gran trozo de pollo a la parrilla—. ¿Toqué un punto sensible?
Se metió la carne en la boca y comenzó a masticar lentamente —metódicamente— como si tuviera toda la noche para sentarse aquí y abrirme en canal.
Lo miré fijamente, sin decir nada. Mis labios apretados en una línea dura. Mi silencio era mi última línea de defensa, y no estaba lista para dejarla caer.
Pero él no retrocedió.
—Estoy adivinando —continuó Draven, con voz tranquila, casi curiosa—. Dada la profundidad, forma y dirección, diría que fue una garra. No una hoja. Y por la forma en que se curva en el borde, no fue un zarpazo completo. Una garra. Probablemente el dedo índice de un hombre lobo.
Parpadeé. Mi pecho se tensó.
Sus suposiciones eran demasiado cercanas. Demasiado exactas.