Una Llegada Desquiciada

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Miré fijamente mi teléfono, calculando los números nuevamente en mi cabeza. Ocho millones por mi parte de la villa era menos de lo que merecía, pero prefería asumir una pérdida antes que deberle algo más a Alistair.

—¿Estás segura? —preguntó Alistair por tercera vez—. Estoy perfectamente dispuesto a darte quince millones. El valor de la propiedad ha aumentado sustancialmente.

—Ocho millones es justo por mi inversión —mi voz se mantuvo fría—. Solo quiero lo que invertí, nada más.

—Esto no se trata de justicia, Hazel. Tú mereces...

—Dije ocho millones —lo interrumpí bruscamente—. Transfiere los fondos hoy, y te veré mañana en el centro gubernamental para firmar la escritura.

El silencio se extendió a través de la línea antes de que Alistair suspirara.

—Bien. Como quieras.