Un trato desesperado y fútil

Me quedé junto a la ventana de mi oficina, observando las luces de la ciudad parpadear en la distancia. La puerta se abrió detrás de mí, y no necesité darme la vuelta para saber quién era. Como una sombra persistente, Alistair había regresado.

—Creí haber sido clara ayer —dije, manteniéndome de espaldas a él.

—Lo fuiste —la voz de Alistair era más suave hoy, menos exigente—. Pero he venido con una mejor oferta.

Me giré lentamente, estudiando su rostro. Círculos oscuros se habían formado bajo sus ojos. Su apariencia habitualmente impecable parecía tensa, su traje de diseñador ligeramente arrugado.

—Déjame adivinar —dije—. ¿Has aumentado el precio de etiqueta del brazalete de mi madre?

Asintió con entusiasmo.

—Cincuenta millones no fue suficiente. Ahora ofrezco setenta y cinco millones.

Una risa amarga escapó de mis labios.

—Todavía no lo entiendes, ¿verdad?

—Estoy tratando de ayudarte, Hazel. Tu familia necesita este dinero.