—Me quedaré un poco más —murmuré mientras Cora me dirigía una mirada preocupada—. Solo necesito descansar los ojos.
Cora dudó.
—Puedo esperar contigo hasta que llegue quien te lleve.
—¡No! —la despedí con un gesto dramático—. La Reina te ordena que vayas a casa. Llamaré a... alguien.
Después de varios minutos más de protesta, Cora finalmente se fue con Vera, quien apenas estaba más estable que yo. La puerta se cerró con un suave clic, y de repente me encontré sola en la sala privada, desparramada en el sofá de terciopelo, con la tiara torcida en mi cabeza.
El silencio se sentía extraño después de horas de música y risas. Busqué torpemente mi teléfono, dejándolo caer dos veces antes de lograr desbloquearlo. La pantalla se veía borrosa ante mis ojos.
—¿A quién le importa si llego a casa? —murmuré a la habitación vacía.
O lo que creía que era una habitación vacía.
—Oye, eres Hazel Shaw, ¿verdad?