—Yo no lo llamaría vigilar —dijo Sebastián, con sus ojos fijos en los míos—. Más bien estar consciente de tu existencia.
Levanté una ceja.
—Esa es una línea muy delgada.
—Es justo —sonrió ligeramente—. Pero para responder a tu pregunta: no, no te he estado acosando durante veinte años.
—¿Entonces cómo terminamos en los mismos eventos? ¿Los mismos círculos? —insistí, necesitando entender esta conexión que abarcaba décadas.
Sebastián se apoyó en la barandilla del balcón.
—Somos exalumnos de la misma universidad.
La revelación me golpeó como una fuerza física.
—¿Qué? Habría recordado verte allí.
—Yo te vi —dijo en voz baja—. Tu primer día de universidad. Estabas parada en el patio principal durante la orientación, luciendo aterrorizada y determinada a la vez.
Intenté imaginarlo allí, más joven pero igual de imponente.
—No recuerdo haberte visto.