Un movimiento prohibido

La respiración de Leo se entrecortaba, la sangre se acumulaba espesa detrás de sus dientes, mientras el mundo parecía difuminarse en los bordes —inclinándose dentro y fuera de foco como una cámara luchando por mantenerse estable.

Sus rodillas se hundían en la tierra. Su cuerpo temblaba bajo su propio peso. Sus dedos agarraban el borde de las túnicas de su enemigo —no como un guerrero preparándose para su próximo ataque, sino como una cosa golpeada y arruinada apenas aferrándose a la consciencia.

O al menos, así es como parecía.

Y eso, pensó Leo, era precisamente el punto.

Porque aunque su cuerpo estaba efectivamente roto, y sus pulmones gritaban por aire con cada respiración, su mente —su arma más peligrosa— nunca había estado más aguda.

[Indiferencia del Monarca] amortiguaba el dolor y ralentizaba su pánico, permitiéndole pensar con la misma calma y malicia calculada que acababa de usar para ganar el Circuito.