Leo podía ver la frustración creciendo en los ojos del Director Alric y Ladina Horizon, pero no le importaba.
A diferencia de lo que pensaban de él, no era un tonto.
Entendía perfectamente los riesgos que estaba tomando al abandonar Rodova, las oportunidades de las que se alejaba, y el futuro cómodo que deliberadamente elegía abandonar—, pero nada de eso era suficiente para hacerlo vacilar.
En realidad, no tenía intención de enfrentarse a Alric y Ladina en sus términos.
Sabía muy bien que si les daba explicaciones lógicas, solo lo contrarrestarían con una lógica más aguda e intentarían atraparlo en argumentos interminables, donde tratarían de pintarle visiones de éxito y fama demasiado vívidas para ignorarlas.
Pero al enmarcar su decisión en algo tan intangible y obstinado como el honor, no les dejaba terreno donde apoyarse.
El honor no era una transacción. No era un movimiento profesional. Era un voto privado—, uno que ninguna cantidad de persuasión podía tocar.