Capítulo 1 "La grieta en lo perfecto"

+El zumbido en mi cabeza era insoportable.

 Otra vez ese maldito sueño.

Me incorporé de golpe, con el pecho agitado y la mandíbula tensa. La luz que se filtraba por las cortinas me obligó a entrecerrar los ojos, mientras intentaba distinguir si estaba despierto o aún atrapado en esa imagen absurda de sombras que se retorcían como si tuvieran vida propia.—Ares, el desayuno ya está listo —gritaron desde abajo. La voz de la señora Delacroix. Siempre con esa perfección de cirujano al hablar, como si incluso sus frases fueran parte de una estrategia empresarial.Me pasé una mano por la cara. Estaba en la habitación de huéspedes de la mansión Delacroix. Otra vez. Desde que Liam y yo éramos chicos, sus padres me trataban como a otro hijo, aunque eso no evitaba que su hija menor me mirara como si quisiera clavarme un cuchillo en la garganta cada vez que nos cruzábamos en el pasillo.Emma.La adorable hermanita menor que no era ni tan adorable, ni tan pequeña. Apenas cuatro años de diferencia, pero si la escuchas hablar, pareciera que me lleva diez en odio contenido. No sé exactamente cuándo empezó esa guerra silenciosa entre nosotros. Tal vez fue cuando le escondí el cuaderno en el que escribía cosas extrañas de niña, o quizás cuando la hice llorar frente a todos en una fiesta. Nunca fui bueno con los límites, y ella no es precisamente el tipo de persona que los deja pasar.Los Delacroix y los Obsidar. Dos apellidos que mueven millones. Entre corporaciones, hoteles, y una red de empresas que tocan más sectores de los que me interesan contar. Nuestros padres son el tipo de gente que se ríe en reuniones privadas mientras firman acuerdos que pueden hundir países enteros. Los llamas y están en un avión, en una junta, en una isla comprada hace tres años como regalo de aniversario.Y nosotros... bueno, nosotros cargamos con el apellido. Hacemos como que no pesa. Liam lo lleva con elegancia. Es el hijo perfecto, amable, astuto, simpático. Y yo... soja Ares. El mejor amigo de su hijo, el que le sonríe a las cámaras y a las chicas por igual, el que no se ata a nada ni a nadie. No es que no pueda. Es que no quiero.Bajé las escaleras con el ceño fruncido. El sueño seguía latiendo en mi cabeza como un eco. No lo recordaba por completo, pero había gritos, algo oscuro, y una sensación asfixiante. Como si algo estuviera por desatarse.—Dormiste poco —dijo Liam mientras cortaba una tostada con esa precisión molesta que tiene.—¿Y tú? ¿Dormiste encima de la plancha o eres así de prolijo desde que naciste? —bufé, sentándome frente a él.La señora Delacroix dejó una taza de café a mi lado, con esa sonrisa elegante que parece incrustada con bisturí.—Me alegra que estés con nosotros esta semana, Ares. Ya sabes que esta casa es tuya.—Lo sé, gracias —dije, aun con algo de sueño sobre mis hombros.—¿Y Emma? —pregunté por inercia, más que por interés real.—No bajó todavía —respondió Liam, como si eso fuera algo nuevo. Siempre baja tarde, siempre aparece como una tormenta inesperada.Y como si me leyera el pensamiento, la vi cruzar la puerta del comedor. Lenta, impecable, con su cabello negro atado de forma descuidada pero perfecta. Llevaba una camiseta negra que claramente no era suya, o no parecía, porque le quedaba enorme y pantalones de tela liviana, como si recién saliera de una sesión de fotos donde el caos se vende caro.—Qué milagro verte vestida como persona normal —solté, sin filtro.Ella ni siquiera me miró. Agarró una manzana, le dio un mordisco y murmuró:—Qué milagro verte todavía en esta casa. Supuse que te habrías ido corriendo después de soñar con tus traumas otra vez.Mi mandíbula se tensó. Esa mocosa sabía exactamente cómo joder.—¿Me estás espiando ahora? ¿Instalaste cámaras en mi cuarto? Eso ya es preocupante, muñeca.—Tranquilo. Hasta tus pesadillas gritan más que tú.Silencio. Solo se escuchaba el ruido de la tostadora. Liam resopló y se sirvió jugo como si no estuviera harto de que nos lancemos cuchillos cada vez que compartimos espacio.Ella se fue tan rápido como llegó.—¿Te das cuenta que no puede ni verte sin atacarte? —dijo Liam, divertido.—Me ve y no puede evitarlo. Supongo que es adicción reprimida.—O odio puro.—A veces es lo mismo.Se hizo un pequeño silencio antes de que Mireya, la señora Delacroix, hablara.—¿No es emocionante? —intervino la señora Delacroix con una sonrisa amplia, mientras se sentaba frente a nosotros—. Estamos afinando los últimos detalles para la fiesta de cumpleaños de Emma. Ya confirmé el lugar, el catering, y el grupo musical. Todo estará listo a tiempo.—Fiesta sorpresa, ¿no? —pregunté, alzando una ceja.—Exactamente —respondió ella con un brillo en los ojos —no quiero que se entere. Sé que dice que odia las fiestas, pero esta vez quiero que recuerde su cumpleaños con algo especial.—¿Y qué clase de fiesta estamos hablando? —intervino Liam, medio divertido, medio resignado — ¿Algo íntimo o van a invitar hasta los ministros de Estado?—Una celebración discreta, claro —dijo ella sin inmutarse —solo familia cercana, algunos empresarios importantes, aliados estratégicos, jóvenes influyentes... Nada fuera de lo común y ustedes, serán parte de todo esto.Tragué un sorbo de café, intentando no atragantarme con la palabra “discreta”. En lenguaje Delacroix, eso significaba mínimo doscientas personas, luces importadas, flores traídas de países que ni recuerdo cómo se escriben, y cámaras por todos lados.—¿Y qué papel se supone que tengo en todo eso? —pregunté sin disimular mi falta de entusiasmo.—El de comportarte —respondió ella, mirándome por encima de la taza -y el de ayudar a Liam con la logística, por supuesto. Además, ambos bailaran el vals con Emma.—¿Me están asignando tareas?—Te estoy confiando algo importante —dijo, como si fuera una distinción imperial —conoces a Emma, sabes lo difícil que es sorprenderla sin que sospeche. Me ayudaría mucho tener ojos más… discretos.—No me parece buena idea —intervino Liam —si Ares se mete, va a arruinar el factor sorpresa. O va a terminar peleando con Emma antes de que empiece la música.—¿Eso fue una forma elegante de decir que soy poco confiable? —murmuré, sin mucho interés en discutirlo.—Eso fue una forma honesta de decir que no te controlas —contestó Liam, cruzando los brazos.No respondí. Mi atención volvió al pasillo por el que Emma había desaparecido. Había algo extraño en ella desde hacía tiempo, aunque nadie más parecía notarlo. O tal vez no querían verlo. No era solo su forma de hablar, de moverse. Era algo en su mirada. Como si no encajara ni siquiera dentro de su propia piel.—Muy bien —dijo la señora Delacroix, levantándose con elegancia milimetrada —tengo una llamada con los organizadores en veinte minutos. No quiero interrupciones.—¿Y cuándo llega nuestro padre? —preguntó Liam —dijiste que quería estar para el cumpleaños.—Está en Suiza, cerrando un trato importante —respondió ella mientras se alejaba —llegará justo a tiempo para verla sonreír.Silencio.Liam me miró. Yo seguía con la vista en el pasillo, como si algo estuviera a punto de salir de ahí.—No es buena idea meterte más en esto —dijo de pronto, serio.—¿Y desde cuándo te preocupas por mí?—No es por ti. Es por ella.Lo miré de reojo y asentí.—No te preocupes, no tengo interés en tu pequeña hermana diabólica con un posible futuro como asesina del mejor amigo de su hermano —bromeo y el ríe un poco.Liam se quedó en silencio, removiendo el café con la cucharita como si fuera a revelarle alguna verdad oculta. Yo me levanté y fui hacia el living, el cual quedaba justo al lado de la lujosa cocina, me recosté contra el respaldo del sofá, con los brazos cruzados y la cabeza todavía latiendo. No sabía si era por el sueño raro o por la tensión que flotaba en esa casa desde que llegué.—¿Desde cuándo te preocupa tanto lo que le pase a Emma? —pregunté sin mirarlo, solo para molestar.—Desde siempre, Ares —respondió un poco más serio, pero aun con una ligera sonrisa —es mi hermana.—También es un dolor de cabeza constante.—Como si tú fueras fácil de tratar —responde riendo un poco.Solté una risa baja. Tenía razón, pero no iba a dársela tan fácil.El sonido de pasos suaves interrumpió el cruce. Giré la cabeza apenas, y ahí estaba ella. Emma. Bajaba las escaleras como si no pesara nada, esta vez descalza, con una taza en la mano y el pelo alborotado.No dijo nada. Se limitó a entrar a la cocina y servirse algo de café.—¿Así saludas a tus invitados? —solté, mirándola de reojo.—No sabía que los animales merecían saludo —contestó, sin emoción, mientras revolvía la taza —además, te vi hace rato.Liam suspiró, cansado. Yo sonreí. Siempre era así. Ni siquiera tenía que esforzarme.—Qué encanto —murmuré, tomando mi taza —y antes, tampoco saludaste.—Qué insistencia —respondió, sentándose frente a Liam —además, no tengo porque saludar si prácticamente vives aquí.—¿Dormiste bien? —preguntó Liam, intentando poner algo de equilibrio en el ambiente.—No —respondió sin levantar la vista —otra vez el ruido en el ala este.—No hay nadie en el ala este —dije, poniéndome de pie para sentarme en la mesa con ellos —a menos que tu madre esconda más invitados sorpresa.Emma me lanzó una mirada rápida, como si analizara cuánto sabía realmente. Pero no dijo nada. Solo bebió un sorbo, y dejó la taza sobre la mesa con un golpe sutil, medido.—Lo van a terminar tirando abajo —murmuró —esa parte de la casa tiene más secretos que libros.—¿Qué clase de secretos? —pregunté con una sonrisa torcida.—Los que te explotan en la cara si te metas sin permiso —dijo ella sin mirarme.La tensión subió, pero no de forma agresiva. Era como un baile. Tirante, medido. El tipo de roce que prende chispas, aunque ambos finjamos que no está pasando nada.—Por cierto —dijo Emma de repente, dirigiéndose a Liam —mamá está planeando algo. La escuché anoche hablando por teléfono. Todo muy “sorpresa” y “va a estar preciosa”. No soy idiota.—Emma… —empezó Liam.—No quiero una fiesta —interrumpió ella, firme —ni sorpresas. Ni multitudes. Ya lo saben.—No es por la fiesta —le dije, dejando la taza —es por el hecho de que alguien quiera hacer algo por ti, ¿no?Me miró. Por un segundo, solo un segundo, juraría que vi algo más profundo en sus ojos. Cansancio, tal vez. O quizás una daga atravesándome el cuello mentalmente.—Cierra la boca, Obsidar —murmuró —nadie te preguntó.—Pero alguien tiene que decirlo.—Y tú siempre estás disponible para el papel de imbécil, ¿no?Sonreí.Liam nos miró a ambos, como si estuviera presenciando una escena que ya conocía demasiado bien.—¿Van a estar así todo el día?—No —dijimos al mismo tiempo, y luego nos miramos, sincronizados sin querer. Fue incómodo. O quizás no tanto.Emma se levantó. Agarró su taza, caminó hacia la puerta sin mirar atrás.—Te va a terminar gustando la fiesta —solté, justo antes de que se fuera.—Y tú vas a terminar tragándote esas palabras —respondió sin girarse, saliendo por el pasillo.Silencio otra vez.Liam me miró de costado, negando con la cabeza.—Te encanta joderla.—No lo hago por gusto.—Entonces peor.Yo no dije nada. En realidad, no podía explicarlo. No era que me gustara molestarla… es que había algo en ella. Algo que no me dejaba mirarla como si fuera solo la hermanita de Liam. Algo… fuera de lugar.Algo que hacía que el aire en esa casa se sintiera distinto cada vez que estaba cerca.

 ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Liam se levantó después de un rato, diciendo algo sobre revisar unos correos antes de que sus padres lo arrastraran a otra reunión absurda. Me quedé solo en la sala, con el eco de mis propios pensamientos y esa incomodidad que no sabía bien de dónde venía. Quizá del sueño. Quizá de Emma. O de esa maldita ala este que siempre parecía estar ahí, al borde del campo visual, como un susurro que nadie quiere escuchar.Me estiré, dejé la taza vacía sobre la mesa y caminé por el pasillo principal. La casa de los Delacroix era enorme. Demasiado. Siempre me pareció un museo disfrazado de hogar. Todo pulcro, ordenado, con esos cuadros antiguos mirándote como si supieran lo que estabas pensando. Había estado ahí cientos de veces, pero nunca terminaba de acostumbrarme a la energía extraña que tenía el lugar.Pasé frente a la escalera que llevaba al ala este. Cerrada, como siempre. Nadie hablaba mucho de esa parte de la casa. Estaba vieja, con filtraciones, según decían. Pero nunca vi un solo operario entrando a arreglarla. Y lo más curioso: no importaba cuánto tiempo pasara, esa puerta siempre estaba con llave.Seguí mi camino hasta la biblioteca, no porque quisiera leer, sino porque era uno de los pocos lugares donde podía estar tranquilo sin que alguien me empezara a hablar de negocios, inversiones o alianzas familiares. Me senté en uno de los sillones junto a la ventana, mirando hacia el jardín. Cerré los ojos un momento, intentando obligar a mi cabeza a calmarse. Pero apenas lo hice, las imágenes del sueño volvieron.Sombras. Ruido metálico. Frío. Y una sensación en el pecho como si me estuviera hundiendo en algo que no tenía fondo.—¿No tenías algo mejor que hacer que ocupar mi lugar favorito?Abrí los ojos. Emma estaba apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y ese gesto de aburrimiento con el que solía mirar al mundo.—No sabía que tu ego necesitaba una habitación propia —respondí, sin moverme.—No es mi ego. Es mi espacio. Pero claro, para alguien como tú, todo lo que no está clavado al piso es territorio conquistable -responde levantando una ceja—Estás más sensible de lo habitual, pequeña -respondo con una pequeña sonrisa.—¿Y tú más metido que nunca? ¿O solo estás aburrido de fastidiar a Liam?Me incorporé un poco, solo para verla mejor. Había cambiado la camiseta por una sudadera blanca, aún descalza, pero con unos pantalones deportivos. Caminó hasta uno de los estantes y pasó los dedos por los lomos de los libros sin mirar ninguno.—¿Qué estabas haciendo en el ala este anoche? —pregunté, directo.Se detuvo. Solo un segundo. Apenas notable. Pero suficiente.—Nada que te importe —dijo al fin —me pareció escuchar algo. Fui a ver. No había nada. Fin de la historia.—Esa parte de la casa está cerrada.—Y, sin embargo, escuché algo. Curioso, ¿no?—Sí. Mucho.Nos miramos en silencio. Una batalla muda. Ella sabía que yo no le creía, y yo sabía que no me iba a decir más. El problema era que, por alguna razón, me estaba empezando a importar. Y no me gustaba eso.—Deberías dejar de husmear donde no te llaman —soltó, girándose hacia la biblioteca y luego cogió uno de la sección fantasía—no todo lo que está cerrado es un misterio esperando a ser resuelto.—Y no todo lo que sonríe es inofensivo —le dije, casi sin pensar.Se detuvo, giró apenas la cabeza, lo justo para lanzarme una última mirada.—Exacto. Así que cuida la forma en que te acercas a las cosas. No todo el mundo está jugando —vuelve a mirarme ahora con el libro en mano —y si no vienes aquí a leer, entonces vete a tu cuarto, no arruines mi lugar sagrado —lo dice como si estar allí sin agarrar, ver o venerar a los libros fuera un pecado que se paga con la muerte.Me quedé ahí, con esa sensación de estar leyendo un libro en un idioma que no dominaba del todo. Emma tenía esa habilidad. Hablar como si no dijera nada, pero dejarte con la cabeza hecha un desastre.—Tranquila, Princesa, leeré algo —respondo con una media sonrisa y ella frunce el ceño.—No vuelvas a decirme “Princesa” o juro que te lanzare cada uno de estos libros —responde dando media vuelta y marchándose no sin antes decir algo mas —si mi hermano pregunta, fui a entrenar con Mika al gimnasio, luego vengo con ella —y sin decir nada más, se marcha.Suspiré, dejando caer la cabeza hacia atrás.Definitivamente, esa chica era una molestia. Una que no podía ignorar.

 —Mika. Claro. La inseparable —digo en voz alta.

Desde que estaban en el instituto, no había día en que no las vieras juntas. Mika era todo lo que Emma no: extrovertida, directa, de esas que decían lo que pensaban sin preocuparse por las consecuencias, con ropa siempre pegada al cuerpo y super charlatana. Dos años mayor que ella, pero a simple vista no lo parecían.Siempre pensé que era raro ese vínculo. Una como un huracán y la otra como un bloque de hielo. Pero de algún modo funcionaba. Supongo que todas las reinas del hielo necesitan una chispa cerca para no congelarse del todo. Aunque con Emma… a veces parecía que ni siquiera Mika podía alcanzarla del todo.Volví a mirar por la ventana. El jardín seguía igual de tranquilo, igual de perfecto. Como todo en esta casa.