Capítulo 1: El Alfa del Juramento

Lyra

Dicen que el alma reconoce a quien la ha amado en otra vida.

Entonces no sé si lo que siento por él es amor…

o una maldición.

Yo era la hija del Beta, nacida sin don, sin marca, sin destino.

Una loba invisible entre la multitud.

Hasta que cumplí los dieciocho…

Y la luna me marcó con sangre.

La marca apareció sobre mi pecho como una quemadura que nunca sanaría.

Una flor negra, exacta y viva, como si me latiera por dentro.

Eso solo significaba una cosa:

Un Alfa me había reclamado.

Sin mi consentimiento.

Y nadie sabía quién era.

La manada me aisló. Me miraban como si ya no fuera una de ellos.

Los ancianos susurraban que una guerra se acercaba.

Que esa marca no era una unión. Era una sentencia.

Yo no quise esperar.

Esa noche, mientras todos dormían, corrí al bosque.

Corrí hasta que mis pies sangraron.

Hasta que la luna quedó atrás.

Hasta que lo sentí.

Una presencia detrás de mí. Silenciosa. Intensa.

Como una sombra que respiraba.

—Tardaste en darte cuenta —dijo una voz.

Me giré.

Alaric.

El Alfa del Sur.

El exiliado.

El que arrasó tres manadas y desapareció sin dejar rastro.

Decían que su lobo era inmortal. Que su alma estaba rota.

Y sin embargo, ahí estaba. Frente a mí. Con los ojos de un depredador… y el corazón de alguien que ya no cree en el perdón.

—¿Fuiste tú? —pregunté—. ¿Tú me marcaste?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque eres mía, Lyra. Desde antes de nacer.

Y no pienso dejarte ir.

Quise correr.

Él no se movió.

Pero cuando lo intenté, apareció frente a mí como si el bosque fuera parte de su cuerpo.

—¿Qué eres? —susurré.

—Tu destino.

No me tocó. Solo me miró. Y eso bastó para hacerme temblar.

—Tienes un lazo conmigo —dijo—. Pero aún puedes romperlo.

Si lo haces… moriré.

No era una amenaza.

Era un hecho.

Una confesión brutal.

Y entonces… me besó.

Su boca sabía a tierra mojada, a tormenta, a peligro.

Fue un beso lleno de furia contenida.

De años de espera.

Y de algo más… algo que yo no comprendí, pero que me rompió por dentro.

Cuando me aparté, supe que nada volvería a ser igual.

Días después, desperté en su territorio.

Una fortaleza en medio del bosque oscuro.

Rodeada de lobos que no me miraban con respeto, sino con sospecha.

Allí conocí a Elaia.

Una loba de cabello plateado, ojos vacíos y voz suave.

Vivía en la misma casa que Alaric.

Pero no era su hermana.

Ni su consejera.

Era algo más.

La noche siguiente, escuché su conversación.

—¿Aún la amas? —preguntó ella.

—No —respondió él.

—Pero la marcaste.

—Fue un error necesario.

—¿Por qué?

—Porque si no lo hacía, se la habrían llevado.

—¿Y ahora?

—Ahora no puedo mirarla sin pensar en ti.

El mundo se me cayó encima.

Yo…

yo no era su elegida.

Era su sacrificio.

Su escudo.

Su reemplazo.

Me miré la marca frente al espejo.

La flor negra palpitaba.

Yo no era una luna amada.

Era una luna atada.

Pero no me iría.

No iba a dejarlo.

Y no iba a dejar que él me olvidara.

Si él quería jugar con fuego…

iba a arder conmigo.