Capítulo 2 – Veneno en la Miel

Lyra

Decían que el vínculo entre un Alfa y su luna marcada era algo sagrado.

Puro.

Inevitable.

Pero en este caso, el vínculo se sintió como un puñal enterrado en lo más profundo de mi vientre.

Después de que me marcó, Alaric no volvió a tocarme.

Ni una caricia.

Ni una palabra suave.

Solo su mirada, tan afilada como sus colmillos.

Esa indiferencia me carcomía. No por amor… sino por orgullo.

Yo no era una flor débil que se marchitaba en la sombra de un lobo.

Así que comencé a jugar su juego.

O el mío.

Me movía por su fortaleza con seguridad. Entrenaba con sus soldados, comía en su mesa, desafiaba las normas que todos acataban con la cabeza baja.

Y a cada paso que daba, podía sentir su mirada quemándome la espalda.

Una noche, entré a su oficina sin tocar la puerta.

—¿Vas a seguir huyendo de mí, Alaric?

Él no levantó la vista.

—No huyo de ti, Lyra. Me contengo.

—¿Y eso qué significa?

—Que si me acerco demasiado… voy a hacer cosas que tú aún no estás lista para soportar.

—Hazlas —susurré—. Tal vez no soy tan frágil como piensas.

Entonces levantó los ojos. Y su lobo estaba ahí, detrás de sus pupilas.

Hambriento. Salvaje. Posesivo.

—¿Quieres que te demuestre quién manda?

—Quiero que me recuerdes por qué no debería odiarte.

Y lo hizo.

---

Su cuerpo chocó contra el mío en segundos.

Me levantó como si no pesara nada y me empujó sobre su escritorio.

Papeles, mapas y armas cayeron al suelo mientras su boca devoraba la mía con una mezcla de rabia, lujuria y culpa.

—Eres un castigo —murmuró mientras bajaba las correas de mi vestido.

—Y tú un pecado —le respondí, sin temblar.

Sus manos recorrieron cada rincón de mi piel como si lo hiciera para memorizarme antes de destruirme.

Su lengua bajó por mi cuello, mi pecho, y su aliento me dejó la piel ardiendo.

Me tomó con fuerza. Sin pedir permiso.

Como si mi cuerpo le perteneciera, pero el alma aún estuviera en disputa.

No fue dulce.

No fue suave.

Fue guerra.

Y yo le devolví cada empujón, cada mordida, cada gemido.

Esa noche, el Alfa no me dominó.

Me igualó.

Y cuando ambos colapsamos sobre los restos de su escritorio, supe que había comenzado algo que no podía detener.

---

Horas después, desperté sola.

Otra vez.

Sobre su cama. Sin su cuerpo. Solo su olor.

Había una nota junto a mí.

> “Lo que sentimos nos va a destruir, Lyra.

Pero si ya estamos condenados, quiero arder contigo primero.”

Arrugué el papel.

No porque me doliera.

Sino porque lo odiaba.

Lo odiaba por hacerme sentir esto.

Y entonces, toqué la marca en mi pecho.

Y dolió.

Como si ella también supiera que esto no era amor… era adicción.

Salí al amanecer sin que nadie me viera.

No fui a los campos de entrenamiento.

No fui al bosque.

Fui a verla.

A Elaia.

---

La loba que había vivido con él.

La que sabía cosas que yo aún no comprendía.

Ella abrió la puerta de su cabaña como si ya me esperara.

—¿Lo hiciste? —preguntó, sin expresión.

—Sí —le respondí.

—¿Y ahora?

—Ahora va a dolerle perderme.

Elaia me observó en silencio.

Entonces asintió.

—No estás enamorada de él, ¿verdad?

—No.

Mentí.

Y ella lo supo.

Pero no dijo nada.

—Entonces prepárate. Porque el amor duele menos que la culpa.

Y tú vas a tener ambas.