Capítulo 16 – Sangre Antigua, Lazos Nuevos

Lyra

La luna estaba alta.

Pero no me alumbraba.

Esa noche, todo se sentía distinto.

Las paredes del templo, los susurros del bosque, el aire mismo…

como si el universo contuviera la respiración.

Él estaba aquí.

Nerion.

Mi supuesto hermano.

El hijo de la misma loba que me parió.

El secreto mejor guardado del linaje que me hizo reina… y prisionera.

—No puede ser —susurré frente al altar—.

Ella murió. Yo lo vi.

—¿Y si no murió? —preguntó Elaia detrás de mí—.

¿Y si esa historia te la contaron… porque necesitaban que fueras única?

—Entonces me han mentido toda la vida.

Elaia se acercó.

Puso una mano sobre mi hombro.

—Y quizás ese sea tu verdadero poder:

haber sobrevivido a todas esas mentiras… y aún tener el trono.

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Fui a verlo sola.

Contra el consejo.

Contra Kael.

Nerion estaba en la celda de piedra, sentado como si estuviera en su propia sala.

Las manos en los muslos.

Los ojos clavados en el techo.

Cuando entré, alzó la vista.

Y sonrió.

—Te pareces a ella cuando se enfadaba.

—No te atrevas a hablar de mi madre.

—Era la mía también, Lyra.

Nos guste o no, somos de la misma sangre.

Me quedé de pie.

No le di tregua.

—¿Qué quieres?

—Justicia.

—¿Y eso cómo se consigue?

—Compartiendo lo que es nuestro.

—¿La corona?

—No.

La historia.

Nuestra historia.

Lo que nos arrebataron.

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—Nací en un templo del este —empezó a contar—.

Nuestra madre huyó de la masacre que se venía.

Te dejó con el consejo… porque pensó que moriría dando a luz.

—Y no murió.

—No.

Vivió. Me crió en la sombra.

Me entrenó.

Me llenó de sus recuerdos.

Me habló de ti.

Tragué saliva.

—¿Por qué no volvió por mí?

—Porque los ancianos le dijeron que tú debías crecer lejos.

Sin saber.

Para protegerte… o para moldearte.

—¿Y tú? ¿Por qué vienes ahora?

—Porque ella murió…

por ti.

Mi corazón se detuvo.

—¿Cómo?

—La encontraron.

Descubrieron que tenía a otro hijo.

Y dijeron que el linaje debía pertenecer solo a una.

—¿Y entonces?

—La mataron.

Y me juré que un día… te encontraría.

Para decidir si tú eras mi enemiga, o mi única aliada.

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El silencio se volvió un grito sordo entre los dos.

—¿Y qué has decidido?

Nerion se levantó.

Caminó hasta las rejas.

—Aún no lo sé.

—Yo tampoco.

Pero entonces algo nos sacudió.

Un rugido.

Furioso.

Profundo.

Familiar.

Kael.

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Corrí hasta el patio.

Lo vi allí.

Transformado a medias, las venas marcadas, los ojos rojos como brasas.

Riven y dos guardias lo sujetaban, pero él no se detenía.

—¡¿Dónde está?! —gritaba—.

¡¿Dónde está ella?!

—¡Estoy aquí! —grité yo.

Se detuvo.

Me miró.

Y todo en él cambió.

—Estuviste con él…

sola.

Sin permiso.

Sin protección.

—No necesito protección.

—¡Yo soy tu protección! —rugió, liberándose con fuerza descomunal.

Las piedras crujieron.

Los lobos se apartaron.

Kael se acercó.

Los ojos ardiendo.

El pecho subiendo y bajando con rabia.

—¿Qué te dijo?

—La verdad.

—¡¿Y le creíste?!

—No lo sé.

Pero necesitaba escucharlo.

Kael me agarró del brazo.

Firme. No violento.

Pero sí… posesivo.

—¿Y si es un espía? ¿Un mentiroso? ¿Un arma?

—Entonces lo enfrentaré.

—¿Y si no?

—Entonces…

es sangre.

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Kael me soltó.

Dio un paso atrás.

—No puedo perderte —dijo, bajando la cabeza—.

Y me estás asustando, Lyra.

—¿Por qué?

—Porque cuando te miro…

ya no sé si eres solo mía.

Me acerqué.

Tomé su rostro entre mis manos.

—No soy propiedad, Kael.

Pero sí soy tuya.

Porque te elijo.

Cada día.

—¿Y si él viene a cambiar eso?

—Entonces tendrá que vernos arder.

Lo besé.

Con furia.

Con lengua.

Con amor salvaje.

Kael me alzó.

Me llevó a su habitación.

Y allí, sin palabras, me reclamó otra vez.

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Su cuerpo fue mi confesión.

Mis gemidos, su respuesta.

Sus manos, mi verdad.

Me tuvo sobre la mesa.

Contra la pared.

En el suelo.

Y cuando terminamos, temblando, sudando, respirando como bestias, me dijo:

—Prométeme que, pase lo que pase…

me seguirás eligiendo.

—Te lo juro.

Y él se durmió abrazado a mi vientre.

Como si no temiera al mundo…

mientras yo estuviera debajo de su pecho.

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Nerion

Me sacaron de la celda al amanecer.

Lyra me esperaba en el círculo del templo.

—Tienes tres minutos para decirme por qué no debería destruirte.

Yo no respondí enseguida.

Le mostré un colgante.

Ella lo reconoció al instante.

—Ese… era de mi madre.

—Sí.

Ella me lo dio.

Y me dijo:

“Entrégaselo cuando estés seguro de que no quieres su trono…

sino su alma.”

Lyra dio un paso atrás.

Tembló.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero conocerte.

Quiero entenderte.

Quiero… protegerte.

—No necesito que me protejan.

—Lo sé.

Pero yo… necesito hacerlo.

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Kael apareció.

Y Nerion lo miró sin miedo.

—No te acerques a ella —gruñó Kael.

—¿Y si ya estoy dentro? —respondió Nerion, sin agresión.

Kael lo embistió.

Chocaron con fuerza.

La tierra tembló.

Yo grité.

Ambos se detuvieron.

Y yo, en medio de los dos, alzando las manos, dije:

—¡Basta!

Y por primera vez,

me eligieron a mí antes que a la furia.

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Lyra

Esa noche, dormí sola.

No por decisión.

Por necesidad.

Miré el colgante sobre mi palma.

Y sentí que el pasado, por fin, tocaba la puerta.

¿Y si mi madre me mintió?

¿Y si el trono no era mío sola?

¿Y si amar a Kael… me hacía débil ante Nerion?

No tenía las respuestas.

Solo una certeza:

La guerra no siempre llega con espadas.

A veces… viene con la sangre.

Y esta vez…

la sangre era mía.