Lyra
La noche anterior había sido fuego.
Hoy…
el mundo olía a sangre.
Me desperté sola.
La cama vacía.
Kael se había ido antes del amanecer, como si algo lo hubiese llamado.
Sentí un escalofrío.
Algo no estaba bien.
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Caminé hacia la entrada del templo.
Riven estaba allí.
Tenso.
Demasiado callado.
—¿Qué pasa?
—Hay alguien en las puertas del bosque.
Un extraño.
—¿Kael?
—No.
Pero dice…
que viene por ti.
Lo miré fijo.
—¿Quién es?
—Dice que es tu hermano.
El mundo se detuvo.
—Eso no es posible.
—Entonces deberías venir a verlo tú misma.
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El chico estaba encapuchado.
No mayor de veinte años.
Ojos como el fuego blanco.
Y algo en él…
algo me dolía en los huesos.
—¿Quién eres?
Se quitó la capucha.
Y la luna tembló.
—Me llamo Nerion.
Y soy el hijo de la loba que fue tu madre.
La que todos creyeron muerta.
Pero no lo estaba.
Solo estaba oculta.
Conmigo.
Sentí la respiración cortarse.
—Mi madre… murió.
—No.
Tu madre huyó.
Y me tuvo a mí.
Y ahora vengo…
a reclamar lo que es mío.
—¿Y qué crees que es tuyo?
Nerion sonrió.
—La corona.
Tu poder.
Y a ti.
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Kael
Cuando regresé al templo, sentí el caos.
Las voces.
El perfume de la tensión.
Y entonces lo vi.
Ese chico.
Ese bastardo de ojos lunares.
Tan joven.
Tan sereno.
Tan… peligroso.
Vi cómo miraba a Lyra.
Y no era como la miraban los demás.
Era como si la conociera desde antes de nacer.
Me puse entre ellos.
—¿Quién eres?
—Tu peor pesadilla —respondió sin temor.
—Te mato si la tocas.
—No necesitas matarme.
Ella vendrá a mí sola.
Kael rugió.
Yo respiré.
Y por primera vez,
no supe si estaba frente a un enemigo…
o a una verdad que nunca pedí.
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Lyra
Esa noche, no pude dormir.
Kael estaba fuera, vigilando.
Nerion había sido alojado en una celda suave.
No lo encadenamos.
Él no lo necesitaba.
Su presencia…
era suficiente jaula para todos.
Y lo peor…
es que yo sentía algo.
No amor.
No atracción.
Algo más profundo.
Como si un hilo roto estuviera siendo tirado desde el pasado.
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Cerré los ojos.
Y en sueños, vi a mi madre.
Joven. Herida. Corriendo con un bebé en brazos.
Y su voz:
> “Perdóname, Lyra…
por ocultarte que nunca estuviste sola.”