Un Mundo para dos

Capítulo 4 — Un mundo para dos

—Hestia, ya está hecho. He creado un mundo para los dos. Tiene vida… ahora ve y explóralo.

Con mis palabras, una enorme puerta de energía se abrió ante nosotros. Al otro lado aguardaba ese mundo recién nacido, vasto, desolado y silencioso, esperando ser descubierto.

—Gracias, Hades. —Hestia, que se había bajado de mi espalda, me dedicó una sonrisa luminosa.

—Sé que esto te costó mucho… por eso, esta será tu recompensa.

Sin darme tiempo a reaccionar, se acercó y depositó un beso suave en mi mejilla. Pequeño, sencillo, pero lleno de calidez. Algo dentro de mí vibró levemente, como si aquella muestra de afecto rozara un rincón dormido de mi alma.

—¡Vamos, Hades! —rió alegre—. Entremos y exploremos nuestro mundo. Seguro que es hermoso.

Me tomó del brazo sin esperar permiso, arrastrándome con su energía desbordante. Cuando cruzamos juntos la puerta, esta desapareció, sellándose tras nosotros.

Muy lejos de allí, en las profundidades del caos, dos figuras sintieron esa ruptura.

—Hera… ¿lo sentiste? —preguntó Deméter, con el ceño fruncido.

—Sí. El aura de Hestia… y de nuestro otro hermano… han desaparecido. ¿Qué crees que ha sucedido?

—No lo sé. —Deméter desvió la mirada, pensativa.

Mientras ambas diosas especulaban sin respuesta, en el mundo de Hades, una historia distinta estaba comenzando.

—Oh… qué lugar tan hermoso… —susurró Hestia, sus ojos ámbar brillando mientras contemplaba el paisaje sombrío y vasto—. Hades… sí que has creado algo increíble. Aunque es un poco apagado y oscuro, refleja perfectamente tu personalidad: fría en apariencia… pero cálida en lo profundo.

—Así soy, Hestia. Frío… pero cálido contigo. —Le tendí la mano—. Sígueme. Vamos a explorar este mundo. Aún no está terminado, pero sé que te gustará.

—Muy bien. Como tu hermana mayor, te ordeno que guíes el camino, Hades.

Soltó una carcajada mientras me seguía.

—¡Oye, espérame! ¡No me ignores! —gritó entre risas, corriendo para alcanzarme.

—¿Quién te dijo que presumas de ser la mayor? —repliqué, sin detenerme—. Vamos a los ríos. Quiero navegar.

—¡Bien! Quiero ver qué criaturas viven en esas aguas.

Así comenzaron nuestros días en aquel mundo. Exploramos cada rincón, navegamos por los cinco grandes ríos, descubrimos plantas, frutas extrañas y criaturas insólitas, muchas desconocidas incluso para mí.

Hestia disfrutaba cada momento como si todo fuera nuevo y asombroso. Vagaba, reía, se sorprendía por las cosas más simples. Yo, aunque compartía ese tiempo con ella, también dedicaba mis esfuerzos a estabilizar el mundo, buscando qué le faltaba para ser completo.

Una tarde tranquila, mientras descansábamos junto a uno de los ríos, Hestia rompió el silencio con una pregunta inesperada:

—Hades… ¿eres feliz?

Estaba recostada sobre una roca, dejando que sus pies juguetearan en la orilla cristalina.

—¿Feliz? Sí… lo soy. ¿Y tú, Hestia? ¿Eres feliz aquí, conmigo?

—Muchísimo. Disfruto de todo lo que me has brindado. Este lugar es fantástico… y además, te tengo a ti. Eso me hace aún más feliz.

—¿Y yo? ¿Te hago feliz, Hades?

Pensé un momento. Recordé todos los siglos compartidos, las pequeñas cosas, las palabras, las sonrisas apenas esbozadas. Sin darme cuenta, una sonrisa se formó en mis labios. Era tan natural que incluso Hestia pareció quedarse sin aliento al verla.

—Tu sola presencia llena mi vida. Sé feliz, Hestia.

Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla, cayendo en la roca. Hestia me abrazó con fuerza, con una calidez que me atravesó más allá del cuerpo.

—Hades… sonreíste. Y me dijiste que soy tu felicidad… Gracias.

—Ya deja de llorar. No te queda bien llorar.

—¿Soy fea cuando lloro? —preguntó, bromeando entre lágrimas.

—No… no es eso. Simplemente… no quiero verte triste.

—Está bien. No lloraré más.

Me quedé en silencio unos segundos, contemplándola.

—Vamos a pescar. El que atrape el pez más grande podrá pedirle algo al otro.

—¿Una competencia? —rió divertida, poniendo las manos en sus caderas—. Prepárate para perder.

—Por cierto, Hestia. Toma esto.

Le lancé una túnica tejida de sombras. Después de siglos, seguía paseándose desnuda sin preocupación, y ya era hora de ponerle remedio.

—¿Ropa? ¡Gracias, Hades! —Se la puso con rapidez, girando sobre sí misma—. Me gusta mucho. ¿Qué tal me queda?

—Te ves hermosa. Como siempre.

—¡Bien! —saltó alegremente sobre mi espalda—. ¡Vamos!

Mientras caminábamos hacia el río, una idea cruzó por mi mente.

—Sabes, Hestia. Estuve pensando… ¿y si intentamos no usar nuestros poderes?

—¿Por qué? Eso haría todo más difícil. Podemos crear lo que queramos… no le veo sentido.

—A veces, para disfrutar mejor de la vida, hay que vivir como un mortal. Déjame mostrarte.

Sin más palabras, me acerqué a un árbol y lo derribé con mis manos.

—¿Por qué hiciste eso, Hades?

—Vamos a construir una canoa. Con nuestras manos. Sin poderes.

—No quiero. Hazlo tú. Yo esperaré.

—Vamos, te divertirás. Te lo aseguro.

—No le veo la diversión a tallar madera…

—Si me ayudas, lo descubrirás.

Sin más, comencé a trabajar la madera. Intenté darle forma, pero, agotado tras varios intentos torpes, mi mano atravesó el tronco accidentalmente.

—¡Jajajaja! ¡Qué descuidado eres, Hades!

—¿Crees que puedes hacerlo mejor?

—Por supuesto. ¡Yo nunca cometería un error así!

—¿Ah, sí? Demuéstralo.

—¡Ya verás! ¡Soy mejor que tú en esto!

Derribó otro árbol con aire desafiante y comenzó a tallarlo. Sin embargo, tras un rato, también atravesó la madera.

No pude evitar reírme. Desde que Hestia llegó a mi vida, mis emociones se han vuelto más visibles. Menos encerradas. Menos frías.

—¿Te estás riendo de mí? ¡Jum! ¡Haré una canoa mejor que la tuya!

Infló las mejillas y fue por otro árbol.

—Claro, Hestia. Eres mejor que yo.

—Me alegra que lo sepas —respondió, ufana. No supe qué decir. Solo la dejé ser.

El tiempo pasó entre errores, risas y madera astillada. Nos divertíamos, fortalecíamos un lazo que creía imposible de crear.

Mientras más tiempo pasaba a su lado, algo extraño crecía dentro de mí. No sabía qué era. Jamás había sentido algo así en mi vida anterior. No se lo mencioné a Hestia; no quería preocuparla. Pero tenía la certeza de que, si llegaba a comprender ese sentimiento, podría descubrir lo que realmente era la felicidad.

—¡Hades, mira! —gritó de pronto—. ¡Hice un corazón de madera! ¿No es bonito? Incluso escribí nuestros nombres: Hestia y Hades.

—Está muy bonito. —Le acaricié la cabeza con suavidad.

—¡Mira, yo también hice algo!

Le mostré una pequeña figura tallada en madera.

—¿Soy yo? ¡Me has tallado en madera! Me veo muy bonita. Gracias, Hades.

Una vez más, se colgó de mi cuello y me dio un beso en la mejilla. Y otra vez… esa extraña sensación me recorrió el corazón.

¿Qué es este sentimiento?

Hestia bajó, feliz, y comenzó a jugar con su pequeña estatua. Yo la observé… y sin saber cuándo, una sonrisa sincera se había formado en mi rostro.

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