El Ingreso

Las grandes puertas de un clan se abrieron lentamente, con un chirrido seco que rompió el silencio de la mañana.

Una figura solitaria cruzó el umbral, sujetando una carta entre los dedos. Era un sobre blanco, con el sello rojo de la Academia Arclight marcado con fuego. Su contenido: una admisión.

Una orden.

Un escape.

Con el mismo ritmo solemne con que se abrieron, las puertas volvieron a cerrarse tras él. Sin mirar atrás, el muchacho comenzó a caminar, con paso firme, como si ya conociera el camino. Por primera vez, sus ojos veían el mundo más allá de los muros del clan.

El viento soplaba con fuerza sobre la colina, sacudiendo los árboles que flanqueaban los altos muros de la Academia Arclight.

En lo alto de la torre central, ondeaba una bandera carmesí con el símbolo de un corazón llameante: el emblema de quienes manifestaban su alma como poder.

El lugar donde muchos soñaban con hacerse héroes.

Y donde otros solo venían a demostrar que eran más fuertes que todos.

La Academia Arclight era reconocida en todo el continente. Solo unos pocos, entre miles, lograban entrar cada año.

Entre la pequeña multitud que avanzaba hacia el portón principal, un chico caminaba a paso lento, dejando espacio entre él y el resto. No por timidez. Por elección.

—¿Por qué tanta emoción? —murmuró con desdén, apenas audible.

Naoya 16 años. Ojos afilados, cabello oscuro y revuelto, mirada como hielo. Había ingresado en el Grupo C, la clase de los "normales".

Pero no había nada normal en él.

En otro sector del campus, rodeado de campos floridos y estructuras luminosas, los alumnos del Grupo A eran guiados hacia sus dormitorios.

Voces emocionadas llenaban el ambiente, mezclándose con el viento suave de la tarde. Entre la multitud, una figura destacaba por su calma.

—¿Estás nerviosa, Lyra? —le preguntó una compañera.

—No tanto —respondió con una sonrisa leve—. Aunque… supongo que esto es el inicio de algo grande.

Lyra Hale, 16 años. Ojos violáceos, cabello plateado atado en una coleta suelta. Había impresionado a los evaluadores con una de las notas más altas de ingreso. Pero no se comportaba como una prodigio arrogante.

Ella no buscaba fama.

Ni poder.

Solo quería ayudar a los demás… y entender su propio destino.

Al pasar frente a una estatua que representaba a antiguos héroes, una extraña energía recorrió su cuerpo.

Un susurro imperceptible cruzó su mente, como si el mundo le estuviera diciendo algo.

Lyra alzó la vista al cielo, serena.

—Estoy lista.

El timbre que anunciaba el inicio de clases resonó por todo el campus.

Alumnos de todos los grupos se desplazaban por los amplios pasillos de la Academia Arclight: algunos nerviosos, otros emocionados, y unos pocos... indiferentes.

Naoya caminaba en silencio, las manos en los bolsillos y la mirada fija al frente.

Su aura contrastaba con el bullicio a su alrededor: fría, firme, como si ya supiera que no pertenecía allí.

O quizás... como si no le importara.

En una curva del pasillo, giró sin prestar atención y chocó ligeramente con alguien.

—Ah, lo siento —dijo una voz femenina, retrocediendo con una leve inclinación de cabeza.

Naoya la miró apenas, con el ceño relajado y la expresión impasible.

Era Lyra Hale.

Su cabello plateado brillaba bajo la luz del techo, y sus ojos violáceos se cruzaron con los de él por un segundo...

Pero entonces su rostro cambió.

Como si algo invisible la envolviera.

Una presión tenue, como un peso que no se veía pero que estaba ahí.

No era hostilidad.

No era rabia.

Era más profundo. Más denso. Como si su alma hablara un idioma que ella no comprendía… pero que reconocía.

Lyra titubeó, no por miedo, sino por una sensación extraña.

Una mezcla de silencio y dolor. De algo encerrado y contenido durante demasiado tiempo.

Una herida que caminaba con forma humana.

Naoya simplemente siguió su camino, sin mirar atrás.

Y ella, sin saber por qué… se quedó mirándolo.

—¿Tú eres... del Grupo A? —preguntó Lyra con un tono amable, aunque algo dudoso. Había notado su porte desafiante, su forma de caminar distinta al resto.

Naoya arqueó una ceja, como si la pregunta le molestara.

—C —respondió, seco, sin ningún interés en continuar la charla.

—Oh —parpadeó, algo sorprendida—. Supongo que eso no importa mucho, ¿verdad?

—No. No lo hace.

Y sin decir más, Naoya se alejó, sin volver a mirarla siquiera una vez.

Lyra lo observó en silencio, con una expresión pensativa.

Había algo extraño en él.

Algo que no encajaba con ese grupo...

Pero tampoco con los típicos prodigios.

El aula del Grupo C era pequeña, de paredes de piedra clara y ventanas altas por donde entraba la luz del mediodía. No tenía más de una docena de escritorios alineados en tres filas, y apenas seis o siete alumnos habían llegado hasta el momento.

Naoya se sentó en la última fila, junto a la ventana. Cruzó los brazos y se reclinó en silencio, observando el exterior sin real interés. No hablaba con nadie. No necesitaba hacerlo.

Hasta que una voz rompió la quietud a su lado.

—¡Ey! ¿Este asiento está libre?

Naoya giró lentamente. Frente a él, un chico de cabello rubio y ojos azules le sonreía con naturalidad. Tenía una energía despreocupada, casi contagiosa.

—No —respondió seco.

—Perfecto —dijo el otro, ignorando el tono y sentándose sin dudar—. Me gusta estar al fondo. Menos presión, más visión general. ¿No te parece?

Soltó su mochila con un golpe suave y se giró hacia él, ofreciéndole la mano con entusiasmo.

—Rem Elric. Encantado.

Naoya lo miró sin moverse. Esa actitud, esa alegría... no la entendía.

—Naoya —dijo al fin, sin estrechar la mano.

Rem bajó la suya sin perder la sonrisa.

—Bueno, Naoya. Ojalá no nos manden a limpiar pisos desde el primer día.

Naoya lo observó unos segundos más. No por curiosidad.

Sino por desconcierto.

Había algo en ese chico que le resultaba completamente ajeno.

Como si fuera de otro mundo.

Un mundo donde la gente reía sin miedo.

Y no había conocido muchos de esos.

El aula del Grupo A era más amplia y elegante. Las paredes estaban adornadas con placas brillantes que mostraban los nombres de antiguos alumnos destacados, y una gran pantalla flotaba en un extremo, proyectando el horario semanal.

Había poco más de veinte escritorios dispuestos en semicírculo frente al podio central. A pesar del espacio amplio, el ambiente se sentía tenso, casi competitivo. Casi todos hablaban, pero sin bajar la guardia, como si midieran con cuidado cada palabra.

Lyra entró con paso tranquilo. Su mirada recorrió la sala sin prisa, reconociendo algunos rostros del examen de ingreso.

—¿Eh? Tú eres la chica de la telequinesis, ¿no? —le habló una voz amable.

Una joven de cabello corto y rizado, con pecas y una sonrisa amistosa, le señaló el asiento vacío a su lado.

—Puedes sentarte aquí si quieres. Esto parece más una competencia que una clase.

—Gracias —dijo Lyra, sonriendo, y tomó asiento.

—Soy Mina. No sé si sobreviviré a esto —bromeó la chica—. El tipo de allá parece que va a prender fuego todo.

Se refería a John Scarlet, que justo en ese momento se echaba hacia atrás en su silla con una sonrisa arrogante, mirando a todos con aire de superioridad.

Mina soltó una risita nerviosa. Lyra solo lo observó en silencio.

Dos filas más adelante, Alicia hojeaba un cuaderno, sin prestarle atención a nadie. De reojo, Lyra notó que varios la miraban con respeto. Había sido la mejor en el examen de ingreso. Pero no parecía interesada en conversar.

Lyra desvió la vista hacia el ventanal. El cielo estaba despejado.

Y por alguna razón, sintió que algo importante estaba por comenzar.

—Silencio —dijo una voz firme desde la puerta.

Los murmullos se extinguieron al instante. Una mujer de presencia imponente cruzó el umbral con pasos medidos. Su traje negro, sobrio y sin adornos, contrastaba con el aula luminosa. Cada uno de sus movimientos parecía calculado. Elegancia fría.

—Valeria —susurró Mina a Lyra—. Nuestra instructora... y la pesadilla de varios.

Valeria se detuvo frente al aula y paseó la mirada por los alumnos como si los estuviera evaluando con rayos X.

—Bienvenidos al Grupo A. Si están aquí es porque sus resultados han sido sobresalientes. Eso no significa que hayan entendido nada.

Una pausa.

—Durante las próximas semanas, nos enfocaremos en un único objetivo: que comprendan qué son sus poderes... y qué son ustedes al utilizarlos.

Nadie hablaba.

—La mayoría ha usado sus habilidades sin entender su origen. Talento, herencia, instinto… no es suficiente. Aquí vamos a estudiar cómo se manifiesta el alma, cómo se canaliza y qué riesgos implica. Porque sí, tiene riesgos. Para ustedes... y para otros.

Lyra parpadeó, atenta. Eso último había sonado más personal que autoritario.

—Las clases teóricas son obligatorias. Habrá discusiones, análisis y eventualmente prácticas, cuando estén preparados. No antes.

John ladeó la cabeza, claramente decepcionado. Valeria lo ignoró.

—No me interesa su moral ni su motivación. Solo que entiendan que, al manifestar su poder, también exponen su alma. Y el alma… puede romperse.

La profesora se giró hacia la pizarra sin cambiar el tono.

—Abran sus cuadernos. Vamos a empezar.

A diferencia de las aulas modernas del Grupo A, el salón del Grupo C era más pequeño y simple. Las paredes no tenían pantallas ni adornos digitales, solo estantes con libros antiguos y anotaciones escritas a mano. El número de alumnos era reducido. Podía contarse con los dedos de ambas manos.

Rem Elric, sentado con un pie sobre su silla y el cuerpo inclinado hacia atrás, giraba un lápiz entre los dedos.

—Qué silencioso está todo —dijo, mirando alrededor—. Oigan, ¿seguro que esto no es un club de lectura?

Naoya, sentado dos filas más atrás, ni siquiera lo miró.

—Hey, tú —Rem giró hacia él—. ¿No tienes cara de emocionado? Primer día y todo eso.

Naoya levantó apenas la vista, con expresión neutra.

—¿Siempre hablás tanto?

Rem sonrió como si hubiera recibido una invitación a charlar.

—Solo cuando hay gente tan animada como vos.

Naoya lo miró por un segundo más, luego desvió la mirada. Esa alegría… no le resultaba familiar. No la entendía. Era como ver un color que no recordaba haber visto nunca.

En ese momento, la puerta se abrió.

Un hombre de aspecto relajado y cabello oscuro, algo largo, entró al aula con un termo bajo el brazo y un mate en la otra mano.

—Buen día, chicos.

Rem levantó una ceja.

—¿Ese es el profe?

—Sí —respondió una voz al fondo—. Kaien. Dicen que fue héroe hace años.

Kaien dejó su cafe sobre el escritorio y apoyó la espalda contra la pared, sin urgencia.

—Bueno, supongo que esperan un discurso, pero vamos a ahorrarnos eso. No están aquí porque sean los mejores… ni los peores. Están aquí porque pueden mejorar.

Se dio un sorbo a su bebida, sin perder el tono amable.

—La Manifestación del Alma no es magia ni un milagro. Es una conexión. Entre lo que son, lo que sienten… y lo que son capaces de hacer. Mi trabajo es ayudarlos a entender eso sin que terminen explotando, física o emocionalmente.

Algunos se rieron. Naoya no.

—No se preocupen por lo que hacen los grupos A o B. Ellos también sangran si se cortan. Y el alma no tiene grupo.

Kaien tomó una tiza, la giró entre los dedos, y escribió una palabra en el pizarrón:

ALMA

—Empezamos por lo básico. ¿Qué creen que es esto?

Nadie respondió al principio.

Naoya cerró los ojos, como si la palabra lo pesara más de lo normal.

 

 

Kaien giró hacia la pizarra y comenzó a escribir palabras clave, mientras hablaba con voz pausada y tranquila.

—Toda habilidad especial que poseen proviene de una energía interna, que podemos llamar alma, voluntad o esencia. Es la energía vital que cada uno tiene, única y moldeada por su pasado, sus emociones y su naturaleza espiritual.

Se volvió hacia los alumnos.

—Cuanto más fuerte sea esa energía, más poder tendrán sus habilidades. Por eso, los deseos intensos, los traumas y la fuerza de voluntad son claves para potenciar el poder.

Rem frunció el ceño, intrigado.

—¿Así que un mal día podría hacer que alguien sea más fuerte?

Kaien sonrió levemente.

—Exacto. Pero cuidado, también puede funcionar al revés. La energía puede romperse o fragmentarse por estrés extremo o traumas profundos. Cuando eso pasa, el poder se vuelve inestable, peligroso tanto para quien lo usa como para los que están alrededor.

Naoya no parpadeó, pero sus puños se apretaron un poco.

Kaien continuó:

—En general, las habilidades se dividen en tres tipos: Manipuladores, Internos y Anómalos. Eso lo iremos explicando a medida que muestren sus poderes

Se tomó un momento y continuó.

—Pero usar estas energías no es gratis. Existen riesgos y debilidades.

En la pizarra escribió:

Sobrecarga: Usar demasiado poder consume la energía vital y puede causar daños físicos o mentales.

Descontrol emocional: Si el alma se fragmenta por estrés extremo o trauma, el poder se vuelve inestable y peligroso.

Corrupción: La energía puede desestabilizarse o pudrirse si se usa en exceso o proviene de fuentes externas.

—No estamos hablando de magia clásica —añadió—, sino de manipulación de energía interna a través de canales personales que cada usuario desarrolla.

Por último, explicó la escala de poder:

—Existen distintos niveles según el dominio y desarrollo de la energía:

Latente: Poderes no desarrollados o sellados.

Intermedio: Usuarios entrenados, capaces de usar su poder con eficacia.

Avanzado: Poder refinado, energía controlada en detalle.

Desbordado: Estado de sobrecarga o éxtasis energético, donde el poder puede ser inestable.

Singularidad: Nivel que trasciende lo humano.

Kaien bajó la tiza y miró a la clase.

—Esta es la base para entender lo que son y cómo funcionan sus poderes. A partir de aquí, aprenderemos a conocer y manejar su energía sin poner en riesgo su alma.

Los alumnos quedaron en silencio, absorbidos por las palabras.

Naoya cerró los ojos un instante, la palabra ALMA aún brillando en la pizarra.